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Vida entre las ruinas de Gramalote

Hace un mes que María Belén Sandoval no sabe qué es hablar con vecinos, ir a la tienda o pasear por un parque. Su vida, desde que regresó a las ruinas de lo que alguna vez fue el casco urbano de Gramalote, en Norte de Santander, transcurre en medio de las paredes de su pequeña casa del barrio Daniel Jordán, enclavado en la falda del cerro de La Cruz, donde en el día realiza los quehaceres del hogar y en la noche espera la llegada de su esposo y sus dos hijos.

Esa ha sido su suerte después de que decidió, junto con su familia, retornar
al pueblo en el que vivió por más de 12 años, antes de la tragedia del 17 de
diciembre del 2010, cuando una falla geológica destruyó el municipio y los
obligó a salir hacia Cúcuta, primero, y luego para Santiago.
Pero ahora está de nuevo en su antigua vivienda, una de las pocas que
milagrosamente no sufrió ninguna avería. A escasos diez metros todo es ruinas
y desolación.
Allí, sus únicas compañías, durante el día, son tres perros y un pollo, aunque
carece de los servicios básicos, como agua, energía eléctrica y gas.
Tampoco cuenta con el trabajo que tuvo hasta hace 16 meses en el restaurante
Aquí Es, donde laboró ocho años y en el que hoy solo quedan escombros y
bonitos recuerdos.
"Regresamos porque la situación estaba muy difícil en Santiago, donde
estuvimos más de un año. Nos pidieron el ranchito de bahareque que teníamos
arrendado y no encontramos otra vivienda, porque allá no hay casas para
alquilar", explica María Belén, madre de dos hijos de 8 y 12 años.
Su esposo, Gabriel Aguilar, era jornalero en la finca El Peñón, de la vereda
Santa Teresa, antes de la devastación del pueblo, donde recogía café. Cuando
la cosecha terminaba, se dedicaba a enguacalar tomates y cortar caña.
Ahora es chatarrero, pues lo único que ha podido hacer en Gramalote es
escarbar entre las ruinas en busca de cabillas, hojas de zinc, tubos, lata,
cobre, y tirar porra a las paredes caídas para recuperar las varillas de
hierro que alguna vez sirvieron como vértebras de las demolidas
construcciones. Por esto le pagan hasta 10 mil pesos diarios.
Como los Aguilar Sandoval, ya son cerca de 30 las familias que hace algunos
meses empezaron, de manera paulatina, su éxodo de retorno a Gramalote y están
resignadas a quedarse en el pueblo, a pesar de las condiciones desfavorables
en las que se encuentran.
Aparte de los que ya regresaron, en el casco urbano hay otras 40 personas,
integrantes de 13 familias, que nunca se fueron, o salieron por prevención y
regresaron al poco tiempo. Ellos son los habitantes de dos cuadras del barrio
la Lomita, cuyas viviendas no sufrieron ningún daño y se mantienen en pie.
Tampoco se fueron de Gramalote los 12 agentes de la Policía, al mando de un
sargento, que se encargan de velar por la seguridad de los que siguen allí.
La primera etapa del proceso de reasentamiento ya se cumplió. La ministra de
Vivienda, Beatriz Uribe, anunció el jueves que la segunda estará a cargo del
Fondo de Adaptación. "No ha sido una tarea fácil. No es la reubicación de un
barrio, es la reconstrucción de un nuevo municipio, y no podemos actuar a la
ligera", dijo.
Tres muertos por derrumbes
un minero y dos indigentes fueron las víctimas
El intenso invierno que afecta el sur del país ocasionó un
deslizamiento en el sur de Nariño, el cual cobró la vida de dos personas. Se
trata de dos habitantes de la calle que murieron atrapados entre el lodo y
piedras en el barrio Benjamín Herrera de Ipiales.
Entre tanto, un minero, identificado como José Lucumí, murió atrapado en un
derrumbe en el cerro de las Banderas. El secretario de Gobierno de Cali,
Carlos José Holguín, dijo que las minas de este sector tienen cierre
administrativo, pero las siguen operando, por lo que se procedería al cierre
físico.
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