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La champeta, certificada por ONU, vive días muy difíciles

La champeta, que ha servido para aliviar enfermos, salvar peces, educar niños y que pone a bailar hasta a los moribundos, atraviesa por esa rara dicotomía que siempre la ha acompañado: mientras es reconocida por un organismo como la ONU por su aporte a la inclusión social, recibe los embates del desprestigio en su propia cuna.

Manuel Reyes Bolaños (Manrebo), investigador e impulsor de este género, quien
dice haber sido testigo de cómo se han mejorado personas que no podían
levantarse de la cama con solo escuchar el pegajoso ritmo, acepta que se está
en crisis, pero mira el fenómeno como natural, que ya ha ocurrido con otro
tipo de música en Latinoamérica, incluso con la propia champeta.
"El rap, el tango y el mismo vallenato han sido también calumniados y
vilipendiados y allí están, firmes. Creo que lo de la champeta también pasará,
pero es un proceso de muchos años", sostiene.
Lo cierto es que sin grandes productores que se interesen en ella, sin el
apoyo decidido del Gobierno Nacional, con pocas emisoras que pongan a sonar
las nuevas producciones y con la arremetida del reggaetton, la champeta pasa
por sus días más difíciles.
Y, lo que más hace evidente la crisis, es la desolación y abandono que hay en
el mismo sitio donde se fortaleció y se disparó hacia el mundo: el mercado de
Bazurto. Nombres como Wilfrido Hincapié (el famoso 'Pilo Disco', ya
fallecido), Humberto Castillo, Jaime 'El Flecha' Arrieta, Álvaro González y
Yamiro Marín son obligados a la hora de hablar del origen y auge. De ellos
solo Marín ha obstinado con sus proyecciones, aunque a mínima escala, mientras
que los demás ya han buscado toldas apartes.
Los picós, amos y señores
Si hay un elemento que siempre ha estado cabalgando al ritmo de la champeta
son los famoso picós, esos grandes escaparates musicales que suenan en las
barriadas.
Los primeros aliados fueron los grandes picós de la época, como 'El Isleño',
'El Platino' y 'El Conde', que pegaron canciones como Manema, de Moro
Bellamaduma (Zaire), que en Cartagena la asimilaron con el nombre de La
Mencha, por el parecido vocal del coro con el nombre de la protagonista de una
telenovela famosa. Después llegó 'El Rey de Rocha', el más famoso de todos.
Cuenta Arrieta, pionero en traer la música africana desde Nueva York, pero
dedicado hoy a la venta de zapatos, que los propios picoteros eran los que más
estimulaban el comercio de la música, primero africana y después la champeta
criolla. "El arreglo de una canción para que nosotros la explotáramos
comercialmente tenían un valor económico muy bueno, por eso los músicos se
esmeraban, pero hoy, a los sumo los dueños de los picós le dan 50 mil pesos
por un arreglo original", expresó.
El asunto ha llegado a tal extremo, según 'El Flecha', que los mismos picós
que graban sus canciones exclusivas, las piratean y las revenden en el mercado
de Bazurto. Otro tanto de responsabilidad en la situación le cabe, según su
parecer, a los propios músicos.
La monotonía en el ritmo, la poca profesionalización en el gremio y las ansias
de triunfo que los obliga a 'venderse' por unas migajas, son también causales
de los continuos bajonazos. "He visto como el mismo artista graba siete discos
con la misma pista y eso aburre hasta a los micos", sentencia Arrieta.
- Vistazo champetero
Sentado en un taburete frente al local que hace dos décadas fue el epicentro
del comercio champetero y que hoy están vacío, Álvaro González le echa la
culpa a la piratería y a la tecnología. En la época de oro, los productores
buscaban a los músicos que irradiaban el panorama musical y costeaban las
grabaciones en vivo, con músicos reales y no con máquinas, como ahora. Tener
una canción original en aquellos tiempos era una mina de oro, la que
explotaban grabándola en acetatos que se vendían como pan caliente.
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