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'Ensayo' sobre la guayabera

Hace apenas un par de días, Fidel Castro volvió a poner sobre el tapete una vieja y apasionante discusión: ¿de dónde es oriunda la guayabera? La última vez que se debatió ese tema entre expertos guayaberísticos fue en unas fiestas patronales de Chiriquí, en Panamá, hace como diez años. El balance confirma lo acalorada que se vuelve esa controversia cada vez que alguien la toca en territorios del Caribe: un hombre resultó descalabrado y tres más terminaron en la cárcel.

JUAN GOSSAÍN
Con un buen humor que debe abonársele en su cuenta, Castro escribió en su
correo personal que la presencia de Cuba está prohibida en la Cumbre de las
Américas, pero la guayabera, no. Y como prueba añadió, burla burlando, que el
presidente de Estados Unidos, Barack Obama, va a lucir una en su visita a
Cartagena. Fidel parte de un principio que es catecismo sagrado en su tierra:
que la guayabera nació en Cuba.
Distingo, como dicen los jesuitas. Los hechos históricos señalan que la remota
bisabuela de la guayabera se embarcó como polizón en una carabela que pasó por
Filipinas, ese archipiélago interminable donde se revuelven Asia y España. Es
hija legítima, como puede notarse a simple vista, del camisón curtido de algún
marinero español con una chaquetilla china, de las que tanto le gustaban a Mao
Tse-Tung.
Todavía hoy los filipinos fabrican las guayaberas más refinadas del mundo,
entre ellas las de Casa Barong, famosas porque se hacen de fibra de arroz, con
las aberturas laterales hasta la altura del cinturón, o las que son
entretejidas con hilazas de pétalos de rosas, tan vaporosas que quien las
lleve puestas corre el riesgo de salir volando. No se las puede planchar sino
con una piedra tibia, porque una plancha caliente las haría esfumarse en el
aire.
En su recorrido por el mundo, la guayabera no se limitó a tomarse los grandes
salones del Caribe, sino también los festejos que se celebran al pie de la
montaña. Algunas de las más bellas y delicadas que pueden conseguirse en la
actualidad son fabricadas en Cartago, en el norte del Valle del Cauca, célebre
por la habilidad de sus tejedoras y por los pregones de los vendedores de
lotería.
El aporte cubano
Como lo dijo Fidel Castro, la historia confirma que unas mujeres de Santi
Espíritu, hermosa región del centro de Cuba, le hicieron en el siglo XIX los
mejores aportes a la guayabera, que son los que terminarían por convertirla en
una prenda universal: le agregaron los dos bolsillos de abajo, que la filipina
no tenía, para que sus maridos cargaran tabacos y golosinas a la hora de ir a
trabajar en el monte. Y además impusieron las aberturas en ambos lados del
redondel. Los cuatro botones posteriores, uno en cada extremo de la espalda,
ya venían de Filipinas.
Fidel agregó, como prueba adicional de sus afirmaciones, y para mayor
abundamiento, como dicen los abogados, que en un principio se le llamaba
"yayabera" a causa del río Yayabo, que corre por esa misma región. Los
académicos de la ciencia guayaberística, por el contrario, tienen otra
explicación.
En su estupendo Diccionario de voces y frases cubanas, Esteban Pichardo
estableció que "guayabero" fue el nombre que dieron los campesinos a los
habitantes de la zona urbana, porque, cuando se ponían esas camisas, para
celebrar algunas fiestas especiales, se sentían irresistibles y les daba por
decir mentiras para engatusar a las muchachas. Andaban por las calles
presumiendo de su elegancia. Helio Orovio agrega que en el centro de Cuba se
le sigue llamando "guayaba" a la mentira y se le dice "guayabero" al
embaucador en materia de amores.
Por orden de la alcaldía municipal, en Santi Espíritu todavía se celebra, cada
25 de mayo, el Día de la Guayabera.
Su pariente el liqui-liqui
En los últimos tiempos ha hecho carrera, incluso entre eruditos europeos, el
desatino de confundir la guayabera con su pariente solemne, el liqui-liqui,
ese belicoso traje entero de hilo blanco, con la casaca sin cuello tachonada
de botones.
Contra lo que piensan mis paisanos, y a riesgo de ganarme una trifulca como la
de Chiriquí, el liqui-liqui no es de estirpe caribe. Su cuna no se meció a la
orilla del mar sino en la inmensidad de la llanura. Proviene de los límites
entre Venezuela y Colombia. Los vaqueros del Ariari y del Casanare todavía
llaman "lique" a la chaqueta de cualquier vestido, aunque sea de paño.
El liqui-liqui era el uniforme de gala de los oficiales que comandaban los
ejércitos liberales sublevados contra el gobierno en las guerras civiles.
Sospecho que García Márquez lo lució en Estocolmo, mientras recibía el Premio
Nobel, para hacerle un homenaje al abuelo materno que lo crió y al que tanto
amor le sigue profesando, el coronel Nicolás Márquez Mejía, en quien se
basaron los primeros rasgos que trazó del coronel Aureliano Buendía, que
encabezó más de treinta alzamientos para acabar tejiendo pescaditos de oro en
su taller de Macondo.
La auténtica
La genuina guayabera cubana tiene cuatro bolsillos, se confecciona con hilo y
es de color blanco, aunque ahora las he visto hasta negras.
Lleva dos hileras de bordados verticales en la pechera y tres más en la
espalda, cada una de ellas coronada por un botón que no sea muy grande.
Puede ser de mangas cortas o largas, dependiendo del calor y de la gravedad
del acontecimiento, ya que no es lo mismo concurrir a un entierro en en el
cementerio de Manga que ir a bailar en el Festival del Porro, en San Pelayo.
Convertida en prenda cómoda, elegante y sencilla, los cantantes más afamados
de Cuba, como el gran Benny Moré, empezaron a usarla en sus recorridos por
América. A ellos se les debe el auge de la guayabera, a tal punto que el
entonces presidente cubano, Ramón Grau San Martín, decretó en 1944 que a
partir de ese momento sería el traje oficial de las ceremonias presidenciales.
Así se mantuvo hasta que aparecieron Fidel Castro y sus barbudos con el
uniforme verde oliva.
No sobra advertirles a los novatos en la Cumbre de las Américas que la
guayabera solamente se usa por fuera del pantalón. Yo he visto casos...
La muerte de
los bolsillos
En los últimos años, la guayabera ha sufrido un cambio fundamental en las
tierras del Caribe colombiano: desaparecieron los cuatro bolsillos. La razón
es tan verídica como graciosa.
Resulta que había un matrimonio de campanillas en Cartagena, de esos que ahora
son tan frecuentes en los atardeceres románticos de la ciudad, con coche
incluido y baile de gala. Al entrar al salón de recepciones, un invitado
barranquillero, cargado de ingenio, se quedó viendo al tío de la novia, que
lucía orgulloso, de mesa en mesa, su guayabera reluciente en la que se
marcaban unos rollitos de gordura abdominal. Se acercó a él, le pasó la mano
por los bolsillos y le dijo:
-Pareces una camioneta cuatro puertas.
Al día siguiente las costureras no dieron abasto para descoser tantos
bolsillos.
EDISAR
JUAN GOSSAÍN
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