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LA TARDE QUE EL JUNIOR JUGÓ COMO EN CASA

Todo bien, Pibe, todo bien. Jugó en su pueblo, ese en el que nació y creció, pero en el que no jugaba desde hace dos años. Y con su pueblo, ese que jornada tras jornada le acompaña en sus gestas como artista del balón, haciendo pases precisos a Valenciano, a Pacheco, a Mackensie, a Montecinos... o creando túneles con las piernas de los jugadores contrarios para arrancar aplausos a la entusiasta afición, sin importarle que algunas veces sus compañeros de equipo no adivinen sus intensiones.

El sábado, casi de su mano, el Junior jugó en cancha ajena, frente a su rival de siempre: el Unión Magdalena. Ganó el clásico costeño, y de qué forma.
Desde los primeros minutos el equipo tiburón comenzó a conquistar la victoria que miles de hinchas festejaron en el Estadio Eduardo Santos de Santa Marta, mientras otros lamentaban el gol en contra. El silencio de unos contrastaba con la alegría, con la fiesta, de la gran mayoría.
Ese gol, el de Valenciano, abrió el camino. Luego seguirían las anotaciones de Casiani y Briasco. Tres goles. Tres puntos.
Ellos, secundados por el Pibe y sus compañeros, pudieron festejar como si estuviesen en casa. Allí estaban las barras Tiburón , Vietnam , Currambera , la del nene Mackensie y la de Valenciano , entre otras muchas, respaldando el accionar del equipo barranquillero.
Estaban también los hinchas del cuadro bananero con la esperanza de una victoria y los periodistas y locutores deportivos exigiendo, a través de las diversas emisoras locales, que el equipo ganara.
O, que por lo menos, anotara un gol.
Desde el medio día habían comenzado a llegar al estadio samario los buses con los junioristas a bordo. Ante las puertas del estadio, decenas de vendedores de gorras y banderas con emblemas junioristas auguraban quién bailaría en la fiesta.
Las tribunas comenzaron a colmarse. A pesar de lo temprano que habían abierto las puertas del escenario deportivo, a las 3:40 de la tarde --ya iniciado el encuentro futbolístico-- aún continuaban ingresando espectadores.
Para impedir el sobrepeso en las graderías de sombra se dispuso el ingreso de los aficionados al foso ubicado cerca a la cancha, gracias a la oportuna intervención de la Policía. En estas tribunas no había espacio libre.
A pesar de la incomodidad, los aficionados coreaban sus cantos de combate. Se sobró, Junior se sobró o el clásico de las tardes de toros: olé... olé... olé... cada vez que los tiburones jugaban con la pelota evitando que los contrarios la tocaran.
El partido terminó. Los aficionados --ganadores y vencidos-- permanecieron largo rato en sus puestos, aun cuando sobre el terreno no quedaba ningún jugador. Las fintas, las gambetas, los amagues, todo había acabado. Los samarios observaban la cancha descubriendo la tristeza de la derrota, pero también la satisfacción de haber sido testigos, nuevamente, del juego al crack de pescaito. Los barranquilleros miraban la cancha que les había permitido una nueva alegría.
Después de todo, el Pibe es samario, y... su magia la vivimos todos.
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