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LO QUE DICEN LOS ÍNDICES DE SUFRIMIENTO MACROECONÓMICO

La evaluación del arte de gobernar bien o mal en el frente económico necesariamente debe referirse al desempeño de un conjunto de variables en un determinado período. Las variables económicas y sociales que los gobiernos deciden incluir en su canasta de metas y las ponderaciones que les asignan terminan por definir su carácter político y el correspondiente encasillamiento dentro de las diversas escuelas de pensamiento económico.

Por ejemplo, si las administraciones públicas de las últimas décadas fuesen evaluadas por su compromiso por asegurarle a los colombianos un mayor bienestar a través de mejorar simultáneamente los indicadores de salud, educación y seguridad ciudadana, es claro que no saldrían muy bien calificadas.
En efecto, el incremento de la tasa de homicidios, que en los últimos años alcanzó el 78 por cada cien mil habitantes, hace que el conjunto de las mejoras respecto de los patrones internacionales no superen el 3 por ciento en los últimos 25 años. La situación sería aún más dramática de no ser por los significativos progresos de hasta 20 por ciento realizados en las áreas básicas de salud y educación. Así, mientras algunas administraciones se pueden sentir satisfechas por lo realizado en salud y educación básica, el grueso de la población percibe poco o nulo progreso en su calidad de vida.
De manera similar, las últimas administraciones también podrían ser evaluadas por su desempeño en las áreas macroeconómicas, donde el ciudadano común seguramente se ha sentido beneficiado cuando la economía crece de manera dinámica y se logra reducir el desempleo, pero simultáneamente se sentirá afectado si ello ocurre en un ambiente de alta inflación que mina su poder adquisitivo real.
Pensando en estos términos fue que el reconocido profesor Okun popularizó su indicador de sufrimiento macroeconómico en la década de los años sesenta, el cual consiste simplemente en la suma de la tasa de inflación y la tasa de desempleo. Como se observa en el cuadro adjunto, el promedio de la tasa de inflación fue de 22,6 por ciento y el del desempleo de 11,7 por ciento anual durante la década de los años ochenta, dando como resultado un índice de sufrimiento macroeconómico de 34,3 por ciento por año. No en vano creció entonces el descontento con el modelo de crecimiento hacia adentro que se mantenía hasta el momento, el cual, adicionalmente, reportaba un promedio de crecimiento real de sólo el 3,5 por ciento anual.
Con el advenimiento de la apertura, dicha tasa de crecimiento ha repuntado a un promedio de 4,5 por ciento anual desde 1990 y, de consolidarse un crecimiento del 6 por ciento durante este año, se obtendría un saludable crecimiento promedio de 5,6 por ciento en el período más reciente 1993-1995. Como resultado de este dinámico crecimiento, la tasa de desempleo en las principales ciudades del país se ha logrado reducir de ese 11,7 por ciento observado en la década pasada a un promedio de 9,5 por ciento desde 1990 y, de mantenerse las actuales tendencias, se lograría un promedio tan bajo como el 8,6 por ciento en el período 1993-95. Así, el índice de sufrimiento macroeconómico promediaría 29,7 por ciento en el período más reciente, casi cuatro puntos porcentuales por debajo del observado en los años ochenta, pero aún es superior al 23 por ciento del período de oro 1967-1974.
Aunque las tendencias recientes en materia de control inflacionario y disminución del desempleo son muy positivas, es indudable que no se puede bajar la guardia. Obtener un adecuado balance entre un mayor crecimiento económico, que permita absorber la oferta de mano de obra, y la necesidad de mantener el poder adquisitivo de los ingresos de los trabajadores requiere una gran dosis de equilibrio macroeconómico. Aunque recientes estudios han encontrado que sólo los incrementos sorpresivos en al tasa de inflación afectan negativamente el crecimiento, a razón de -0,03 por ciento por cada punto porcentual de inflación adicional, la verdad es que las sociedades modernas aborrecen la inflación por constituir un elemento de perturbación para la toma de decisiones relacionadas con la inversión y, ante todo, porque constituye un elemento regresivo en materia de distribución del ingreso. Colombia tiene abierto hoy un camino expedito hacia su modernización macroeconómica a través de asegurar un adecuado balance entre el crecimiento y el control de la inflación, que permita reducir de manera permanente el índice de sufrimiento macroeconómico .
(*) Asesor del Gobierno colombiano en Asuntos Cafeteros. Las opiniones aquí expresadas son exclusiva responsabilidad del autor.
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