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POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVIERTES

Con 20 galones de gas propano, una temperatura de mil grados centígrados y dos horas y media de combustión se hace realidad el versículo de la Biblia que reza: polvo eres y en polvo te has de convertir .

Porque después de que el cadáver entra al horno crematorio no se necesita mucho para que el 98 por ciento de él quede convertido en cenizas. El resto es un kilo de polvo blanco oscuro mezclado con huesos pequeños, anillos negros, clavos y platinas verde esmeralda, las que en vida tal vez se usaron para simular un fémur o quizá una rodilla.
Eso es todo lo que se ve cuando se abren las dos puertas metálicas y, en medio del calor y del aire que sale y no huele a nada, se aprecian los pocos restos humanos dispersos en el hueco de dos metros y 70 centímetros de profundidad y un metro y medio de ancho.
En ese momento, cuando han pasado las dos horas y media y en el horno ya no se ven llamas ni se oye el quemar de la carne, se sabe que es tiempo ya para sacar la bandeja donde estaba el cadáver y, con un rastrillo, recoger lo que ha quedado del él. Solo después de apartar el anillo negro, los clavos y la estructura de la caja dental de platino, los huesos y las cenizas se pulverizan en un cremulador para entregarle la urna a los dolientes.
Somos tan poca cosa , comentó Pablo al recibir una pequeña urna y ver en lo que había quedado reducida su madre de 68 años, la que dos días antes vio entrar en el ataúd y luego, pasar la cortina metálica de la pequeña capilla del horno crematorio de la Avenida Ciudad de Quito con calle 68, en Bogotá.
Ese día, a las 12:40 de la tarde, en la capilla, los familiares despidieron a la mujer y no pudieron aguantar el llanto al ver cómo caía la lámina metálica detrás del ataúd. Los seis hijos, el esposo y los demás familiares esperaron en silencio. Estaban seguros que, tras la cortina, se iniciaba la cremación.
La realidad es otra. Mientras ellos rezaban en la capilla, al otro lado del muro dos operarios con camisón y guantes grises empezaban a trabajar. Tomaron el ataúd y lo colocaron en una camilla hidráulica para recorrer con él el corredor de diez metros de largo y de baldosa clara, que desemboca en un cuarto vacío, localizado al lado de los C-1, C-2, C-3 y C-4, es decir, los hornos crematorios.
Mientras uno llenaba la planilla (nombre, fecha de la muerte, causa, día y hora de la cremación, número de la cámara...), el otro miraba el cadáver para comprobar, con la experiencia que les ha dado el ver tantos muertos, la causa del fallecimiento. En solo dos minutos, Caro y su compañero Dustano Prieto se dieron cuenta que no había problema en el caso de la mujer, alzaron el cadáver a un mismo ritmo, lo colocaron en una bandeja y lo llevaron a su destino final: el C-2.
En aumento las cremaciones
Los operarios de los hornos crematorios que hay en Bogotá ya saben que por ley y por seguridad, los únicos seres humanos que deben quemar con todo y ataúd son aquellos que han muerto de hepatitis B, cólera, tuberculosis, gangrena gaseosa y sida.
Y saben también que no pueden ser confiados. El papel -licencia expedida por la Secretaría de Salud- dice que murió de neumonía, por ejemplo, pero al verle el rostro uno ya reconoce que murió de otra cosa, de sida que es lo más común , cuenta Segundo Caro, un operario.
La experiencia también les ha enseñado que deben asegurarse que el muerto no tenga marcapasos -a una alta temperatura explota y puede destruir la cámara y lesionar al operario-, que el ataúd tenga manijas removibles y no sea metálico ni esté pintado, lacado o barnizado con el fin de que no dañe el horno.
Y, además, que solo en cuatro casos es posible cremar a más de una persona en un horno: cuando madre e hijo mueren en el momento del parto o por causa de un aborto, cuando los cadáveres provienen de epidemias y cuando se trata de catástrofes o desastres.
En Bogotá funcionan ocho hornos crematorios. Tres privados -en los Jardines de Paz, del Recuerdo y del Apogeo- y cuatro del Distrito, ubicado en la Avenida Ciudad de Quito, antes la Edis y hoy a cargo de la Unidad de administración de servicios públicos del distrito.
Aunque el 25 de noviembre de 1976 el Concejo de Bogotá expidió el acuerdo número 16 para establecer la incineración de cadáveres en Bogotá, solo hasta los primeros meses de 1986 se hizo la primera cremación. Pero no fue exactamente una cremación, sino una prueba de cómo debería serlo. El ensayo se hizo con una mujer adulta, abandonada y olvidada por sus familiares desde hacía más de diez años y que había muerto en un ancianato del Distrito.
La prueba se realizó en uno de los cuatro hornos de la Edis. El seis de agosto de 1986 aparece -en el libro de registro- señalado como el día en que, de manera oficial, se inició la cremación en Bogotá, con dos casos. Costaba 30 mil pesos el proceso.
Y, en esa época, a quienes pretendieran estar a cargo de la cremación se les exigía un certificado del Sena por haber realizado un curso de panadería. Aquí nadie sabía manejar los hornos y como el único horno que más o menos se parecía era el que servía para elaborar pan y como el Sena era la única entidad que capacitaba en ese manejo, se decidió pedir ese tipo de documento , cuenta Jaime Eduardo Vélez, coordinador general de la Unidad.
Sin embargo, aunque la cifra de cremaciones aumentaba lentamente en esa época -279 en 1986; 964 en 1987 y 1.320 en 1988- la entonces Edis decidió reducir el valor de la incineración a 20 mil pesos para motivar a los dolientes. Hoy, en los hornos de la ex Edis se realizan entre 20 y 24 diarias a 63.762 pesos cada una si se trata de un adulto y a 31.880, si es un niño. En 1994, por ejemplo, se hicieron 3.329 cremaciones -entre adultos, niños y restos humanos o órganos amputados- que dejaron 16 millones de pesos.
En los hornos privados, entre tanto, el número de cremaciones es menor: entre dos y tres diarias. No sólo porque un horno tiene capacidad para seis cremaciones por día, sino también por el costo. Es mucho mayor que en la Edis. En el Apogeo, 175.000 pesos adulto y 70.000 niño; en El Recuerdo, 180.000 y 60.000 pesos respectivamente y en El Recuerdo, 220.000 en los dos casos.
La diferencia, dicen los administradores de los tres hornos privados, es la calidad del servicio. Julio Peñuela, administrador de Jardines de Paz, afirma, por ejemplo, que mientras ellos tienen un sacerdote para que ofrezca una pequeña ceremonia antes de la cremación, en los hornos del Distrito no se presta ese servicio. Además, mientras ellos afirman que necesitan entre 30 y 35 galones para una sola cremación, en el Distrito solo se necesitan 26 galones.
En todas las cremaciones, ya sea en un horno público o en un horno privado, polvo eres y en polvo te conviertes. Aunque en algunos casos, por el costo de la vida, unos sean más caros que otros.
En vez de bóvedas, cremaciones
El coordinador general de la Unidad de administración de servicios públicos, Luis Eduardo Vélez, la cremación es la solución del futuro .
Primero, por el bajo costo de la cremación en comparación con lo que significa inhumar o enterrar al ser querido. Segundo, por consideraciones higiénicas y sanitarias. Tercero, por el número de muertos que diariamente se presentan en Bogotá y que exigen espacio en una bóveda. Cuarto, por aspectos humanos.
* Mientras una cremación en un horno público cuesta un poco más de 63 mil pesos y en uno privado, aproximadamente 190 mil pesos, una inhumación cuesta mucho más. Hay que tener lote propio o arrendado por cinco años, pagar los servicios de inhumación y exhumación (sacar los restos a los cinco años) y mantenimiento. Para enterrar al ser querido se necesita comprar un ataúd. Para una cremación, se alquilan.
En el Apogeo, según el subgerente comercial, Alvaro Serrano, un lote propio cuesta entre 400 y 500 mil pesos; el servicio de inhumación, entre 250 y 350 mil pesos y el mantenimiento, 70 mil pesos a perpetuidad.
* Desde el punto de vista higiénico es mejor la cremación porque, dice Luisa de Amador, profesional de la División de factores de riesgo de la Secretaría de Salud, los cadáveres en su proceso de descomposición sueltan gases y olores que contaminan el suelo, el agua y el aire .
* En 1994, en Bogotá murieron 8.660 personas, mientras que en lo que va de 1995 -hasta el viernes- van 2.954, es decir, cerca de 15 muertos por día, según estadísticas del Instituto de Medicina Legal. El problema, dice Vélez, es que no hay espacio para enterrar a más muertos y menos si se tiene en cuenta que no se pueden construir jardines cementerios en el perímetro urbano. Dentro de poco -afirma- los cementerios quedarán en la mitad de la ciudad .
* Y por aspectos humanos, porque recoger los restos de un ser querido termina en un acto no solo costoso y dantesco. Los muertos infunden mucho respeto, más que los vivos, porque con ellos sabe uno a qué atenerse -dice el operario Raúl del Castillo-. Antes de trabajar con los hornos, pensaba que era muy duro ver quemar al familiar, pero es lo mejor .
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