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Una locura llamada Moscú

En Moscú ocurre algo imposible de creer para un bogotano radical y sincero con las carencias de su ciudad: el tráfico es peor que el de la capital colombiana, los conductores son muy rudos y los taxistas, bueno, son como en casi todos lados, solo que un poquito más careros.

Los moscovitas (9 millones en el área metropolitana) lo saben y lo aceptan.
En los mapas que proporcionan en los hoteles la advertencia es clara: “Los
conductores son un poco agresivos. Se aconseja utilizar los pasos
subterráneos y tener extremo cuidado al cruzar las calles”.
Con los taxistas la recomendación comienza con negociar la tarifa antes de
sentarse. Uno de ellos cobró por un trayecto de cinco cuadras, una carrera
mínima, 100 rublos, es decir 4 dólares . Muy pocos tienen taxímetro y, lo
que es peor, son menos los que tienen el aviso iluminado que dice Taxi. De
tal manera que cualquiera puede parar.
Pero para un bogotano toreado en la Avenida Caracas, con todas sus
mutaciones (Troncal y Transmilenio), el panorama es de cierta forma
familiar.
El tráfico y su caos es quizás la mayor expresión de la transformación que
todos los rusos han experimentado en los últimos 15 años, cuando dejaron de
ser la gran potencia comunista para convertirse en un país capitalista a
medio camino del primer y del tercer mundo.
Capitalismo salvaje
Los calles son anchas pero no aguantan el tráfico exagerado de los Ford,
BMW, Mercedes Benz, Hyundai, Volkswagen, Bentley, uno que otro Lamborghini
Murciélago, y dos o tres Lada de la era soviética. El tráfico de hace dos
décadas se quintuplicó.
En Rusia, el capitalismo entró con todas sus bondades y defectos.
La avenida Tverskaya, quizá la más importante de la ciudad y que desemboca a
la entrada del Kremlin, podría estar ubicada en Nueva York, París o Chicago,
la diferencia es que los nombres de los almacenes están todos en alfabeto
cirílico. Por lo demás, los almacenes son los mismos, Louis Vuitton, Zara,
Friday’s, Adidas, Guess, Marks & Spencer, Nike, Pizza Hut y el inefable
McDonalds, que es omnipresente en toda la ciudad.
Pero es un país que ofrece una ventaja frente a otros. Por el momento la
diferencia de clases no es tan notoria. Felipe Gamba, el colombiano que
asesoró la adaptación de Betty la Fea en Rusia dice que uno de los cambios
que le hicieron fue en el origen de las familias. “No podíamos poner a Betty
en un estrato bajo, aquí no es así. Lo resolvimos haciendo que su padre
fuera un viejo y leal comunista”.
Fuera de la avenida Tverskaya, todo está por conocer. La sensación de estar
en otro mundo se agudiza cuando, a la salida del hotel se puede constatar
que el inglés no sirve de mucho, todo es ruso, ruso... o ruso.
Esto quiere decir que, además, todo está escrito en cirílico, un alfabeto
que no es como el nuestro, con el agravante de que se le parece. Por decir
algo, donde usted ve una ‘R’ es una ‘G’, o donde encuentra una ‘P’, es una
‘R’, la ‘Z’ es un 3 y la ‘N’ al revés es una ‘I’, de tal manera que no
siempre lo que usted cree que lee es lo que dice.
Metro catedral
Tener en cuenta esto es importante porque, como el tráfico es endemoniado,
la mejor opción para movilizarse por Moscú es el metro .
La capital rusa tiene entre sus orgullos lo que podría ser uno de los
mejores metros del mundo y, con seguridad, el más bonito.
Cada estación es un verdadero museo y fácilmente se puede recorrer la
historia reciente de Rusia visitando las estaciones, especialmente las que
rodean el Kremlin, quizás las más bonitas.
Son túneles llenos de mármol, con enormes y luminosas arañas que se
multiplican cada dos metros. A los lados, estatuas que recuerdan a
personajes como Lenin, Gogol y los héroes anónimos de la Segunda Guerra
Mundial. Todo por 17 rublos, como 70 centavos de dólar.
El metro es una herencia de la era estalinista y buena parte de la dirección
de su construcción estuvo en las manos de un eficiente dirigente comunista
de nombre Nikita Kruschev.
Uno no siente estar en un oscuro socavón, sino en una gran catedral
subterránea consagrada a los milagros del pueblo ruso.
La sola excursión visitando las estaciones del metro vale la estadía en la
capital rusa y después de entenderlo, todo marcha perfecto. Llegar al
Kremlin, el punto donde converge toda la ciudad, es rutina.
La recomendación es visitarlo un viernes, en lo posible. Ese día se puede
ver, además de la multicolor catedral de San Basilio, la Plaza Roja y la
tumba de Lenin, a las parejas de novios que vienen a consagrar su
matrimonio. Es un acto, por lo menos para nosotros, bien particular.
Según Alicia Anoukhina, guía turística durante 30 años, esa es una costumbre
que quedó del comunismo. “Los novios hacen el paseo por la Plaza Roja y el
Kremlin por agüero. Hace unas décadas, cuando alguien se casaba tenía tres
días de permiso. Entonces pedía el viernes para la boda, sábado y domingo
los tenían libres por derecho y se ganaban el lunes y el martes.La costumbre
quedó. Además, como la religión estaba proscrita, se convirtió en un rito de
buena suerte”.
Es alucinante ver el cortejo de hombres encorbatados, con la pinta de lujo,
uno de ellos con una cinta roja cruzada al pecho (el padrino) y las mujeres
con sus trajes de noche y entaconadas (una con la cinta roja), recorriendo
toda la Plaza Roja. Todos echando vivas y repartiendo vodka. Primero, San
Basilio, y luego el resto de la enorme muralla roja que rodea el Kremlin.
Casi todas llegan en ese obsceno símbolo del capitalismo opulento que son
las limusinas.
Es el mestizaje brusco de las dos formas de ver el mundo y que conviven en
Rusia. El capitalismo abierto y cierta nostalgia de un pasado que muchos
consideran glorioso.
*POR INVITACIÓN DEL FESTIVAL CHEJOV Y EL TEATRO NACIONAL
EDITOR DE CULTURA
Se busca un hielo en Moscú
Los días 29 y 30 de mayo fueron los más calientes en 150 años en la
capital rusa. La temperatura subió a los 30 grados. El problema es que esta
es una ciudad poco preparada para el calor. En cualquier metrópoli del
trópico, una gaseosa llena de hielo es una solución. En Rusia no. Las
bebidas se sirven al clima. Conseguir hielo era una odisea. El primer
problema era averiguar cómo se dice en ruso. Después de averiguarlo y
hacerse entender, la respuesta en varios locales fue un no. Al final se
encontró uno pero lo servían en cubeta y con autoservicio. Los congeladores
no funcionan a su máxima capacidad, en el mejor de los casos son recipientes
para guardar las bebidas. Un día, al tratar de comprar una Coca Cola, la
dependiente me alcanzó una al clima. Le indiqué que prefería una de las del
refrigerador y, un poco molesta, la sacó y la puso al lado de la que estaba
al clima. Las toqué y vi que no había diferencia... Me llevé la que estaba
al clima.
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