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Para cuando se acabe la buena suerte

La revista Perspectiva publica en su undécima edición un interesante y oportuno artículo de John Murphy, vicepresidente de asuntos internacionales de la Cámara de comercio de Estados Unidos, titulado ‘Crónica de una tormenta anunciada’. En ese escrito Murphy envía un importante mensaje a las naciones latinoamericanas: El momento de prosperidad que vive la región es consecuencia de la buena suerte, no de las buenas políticas económicas; y es necesario no seguir aplazando reformas indispensables que serán vitales para evitar una gran crisis cuando se acabe la época de las vacas gordas.

En los pasados cuatro años el PIB de Latinoamérica ha crecido a un ritmo
superior al 4 por ciento anual, y en ese lapso el ingreso per cápita ha
aumentado 11 por ciento. Además la mayoría de los países ha mejorado
sustancialmente el saldo de su cuenta corriente, haciendo que en el agregado
regional se registre el mejor balance  de los últimos 50 años en este rubro.
¿Qué ha producido estos positivos resultados?  La buena suerte:  los precios
de los productos básicos -que son la principal fuente de exportaciones de la
mayoría de los países latinoamericanos- han aumentado (incluso dejando por
fuera el alza del petróleo) más del 40 por ciento en los pasados tres años.
Estos precios han crecido tanto gracias a la impresionante dinámica de su
demanda por parte de naciones como China e India, y  también al buen
desempeño relativo de la economía estadounidense  y de la Unión Europea.
El autor sugiere hacer varias cosas que se aplican a Colombia,  como por
ejemplo  la reducción de las cargas burocráticas impuestas a las pequeñas
empresas, la flexibilización del mercado laboral, la facilitación del
comercio, el pleno reconocimiento de los derechos de propiedad, y la mejora
en la educación (en cantidad y calidad). Además propone a los empresarios 
hacer algo que en este espacio hemos recomendado en varias ocasiones:
exportar productos con un mayor valor agregado. En este frente,
afortunadamente sí se están dando en nuestro país  cambios favorables, y hay
plena conciencia de  que ese es el camino a seguir.
Pensamos que, adicionalmente, Colombia no le puede seguir tomando del pelo a
una reforma tributaria estructural. Como el desempeño de la economía
nacional fue tan bueno el año pasado, y seguramente se repetirá este año, el
asunto ha pasado a un segundo plano. Y eso es precisamente lo que Murphy
recomienda evitar, que se aplacen reformas claves porque no existe en el
corto plazo la presión para llevarlas a cabo. Igual sucede con el caso de la
llamada “bomba pensional”, que se ha reducido recientemente pero que sigue
siendo de una magnitud muy preocupante (más del 150 por ciento del PIB). Y
por supuesto  también una  reforma  radical a las transferencias es
indispensable para meter en cintura al muy inconveniente déficit  fiscal del
Gobierno Central.
La anestesia de la buena situación económica coyuntural no debe postergar 
la adopción de las decisiones difíciles que se requieren para que Colombia
-y el resto de Latinoamérica- tengan crecimientos altos y sostenidos. Tarde
o temprano vendrá la destorcida de los precios de los commodities, y si las
reformas no se han ejecutado, la época de las vacas flacas será dura y
prolongada. Esto es algo que ya ha sucedido en la historia de la región  y
del país, entonces no hay excusa para evitar que se repita.
Sin desconocer que la administración Uribe  ha hecho una buena labor en
materia económica, conviene  que sea menos triunfalista, que admita que gran
parte de los resultados positivos es producto de la buena suerte, y que 
reconozca que aún hay mucho por hacer para garantizar la sostenibilidad de
un desempeño económico satisfactorio. Manos a la obra.
En Colombia, y en el resto de Latinoamérica la buena situación económica es
debida en gran parte a los altos precios de los productos básicos. Pero esto
es temporal, por lo tanto no se deben aplazar las reformas indispensables”.
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