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Turbulencias y pluralismo en el vecindario

El ideal grancolombiano, con el cual soñáramos previamente al Pacto Andino, se inspiraba en el afán de superar las fronteras nacionales, el microcosmos en que cada uno de los países se movía. Dentro de este orden de ideas, se destacaba la urgencia de impulsar la reducida y precaria integración de los territorios y las economías propias para complementarla con una transnacional de escala mayor.

Semejantes sueños y aun realidades dan trazas de desvanecerse. Es así como
vemos a Venezuela tomar otros rumbos con apoyo en su arrolladora bonanza
petrolera y a Ecuador en agria querella por la fumigación aérea de los
cultivos de coca en la zona colombiana próxima a su frontera.
En ejercicio de su soberanía, pueden escoger los rumbos en su concepto más
adecuados, pero hay un hecho fundamental e inmodificable: la vecindad y la
hermandad de los pueblos. Circunstancia no siempre bien apreciada, obliga a
preservar la fraterna convivencia y, aun más, a fertilizarla con obras y
esfuerzos compartidos, algunos en incipiente ejecución y otros en buena hora
delineados.
Por fortuna, el desenfreno del lenguaje no ha envenenado las relaciones
colombo-venezolanas. Pero ha sido excesivo en las referencias del presidente
de la República de Venezuela, Hugo Chávez Frías, popularmente elegido, al
presidente de Estados Unidos, George W. Bush, también ungido en las urnas.
Igualmente, en el destemplado episodio con el Secretario General de la OEA.
En cuanto al problema con Ecuador, a propósito de la fumigación con
glifosato, cabe reiterar que más habría valido analizarlo, discutirlo y
resolverlo por la menospreciada vía diplomática.
Buena parte de las inquietudes tempestuosas que se han venido observando en
América Latina se explican a la luz del severo juicio del Premio Nobel de
Economía Joseph Stiglitz en su reciente libro sobre la globalización:
“Mientras que el Este asiático presentó un crecimiento promedio de 5,9 por
ciento a lo largo de los últimos treinta años (6,5 por ciento durante los
últimos quince años), Latinoamérica y África han estado inmersas en una
carrera por la tasa de crecimiento global más baja”. En verdad, lo
estuvieron, a ciegas.
Este y otros factores concomitantes (tal el incremento de la pobreza)
explican la reacción de los pueblos contra los dictados y consecuencias del
tristemente famoso Consenso de Washington y su carga de liberaciones y
privatizaciones atolondradas. No del todo, desde luego, la desviación al
crudo, azaroso y pendenciero extremismo revolucionario del presidente
Chávez, dispuesto a obtener una Ley Habilitante que le permita legislar por
decreto. Sí, aparentemente, el designio de volver a nacionalizar lo
privatizado y de revertir las políticas que dicho cambio enmarcaron.
Entre las liberaciones precipitadas, se ha señalado la que se impuso para la
circulación de los capitales a corto plazo, especulativos por naturaleza.
Por su causa, se revalorizaron las monedas y se minó la competitividad de
las producciones nacionales. Ahora mismo, la revaluación privilegia e
incentiva las importaciones, mientras desalienta las exportaciones y abre
peligrosa brecha en la cuenta corriente de la balanza de pagos. Todavía, en
parte, con el concurso del narcotráfico.
De haber existido un régimen de análoga permisividad, no habría sido
posible, por el año de 1967, liberar a Colombia de la dependencia de la
exportación del café. Su magro y sin embargo meritorio aporte de mil
setecientos millones de dólares habría constituido lastre insoportable para
el dinamismo nacional, facilitado en la actualidad por los veinte mil
millones de dólares que en el año suman las exportaciones, con significativa
participación de las menores.
A cada nación incumbe escoger democráticamente el camino de su desarrollo.
Al hacerlo, cuídense de no vulnerar las libertades esenciales, de no
atropellar los derechos humanos, de mantener su seguridad jurídica y de
cultivar el espíritu de vecindad y hermandad con otros Estados y pueblos.
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