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'La película llega a ser un poco insoportable': Víctor Gaviria

El realizador paisa regresa al cine después de 12 años con la crudeza de 'La mujer del animal'.

Algunos espectadores no la aguantan: lo que empieza como la aventura de Amparo Gómez huyendo del internado para irse a compartir el techo con su hermana en un barrio marginal de Medellín deriva en la tortura, la violación sistemática y la degradación sin límite.
Libardo Ramírez es el nombre de su verdugo, el hombre que la raptó, la violó y la golpeó sin piedad. Es un milagro que Amparo esté viva. Ella es La mujer del animal y su historia, que es cero ficción, es la columna vertebral de la nueva película del realizador antioqueño Víctor Gaviria, que se estrena hoy en los cines del país.
“Nos centramos en la violencia de género y esa mortificación que sufre el espectador es parte de la esencia de la película –defiende Gaviria–. No concibo una historia en la que haya golpizas de esa magnitud contra una mujer y que el espectador permanezca impasible, como si no estuviera implicado. Para mí sería muy extraño”.
La mujer del animal golpea, no hace concesiones ni tiene misericordia. El relato es fiel a la tragedia de Margarita Gómez, la víctima de las vejaciones del ‘animal’ entre 1975 y 1982.
El primer aturdido con la realidad de esta mujer fue el propio Gaviria.
“Buenas, yo soy la mujer del animal. Mi marido era un violador y drogadicto; me secuestró, me violó, me maltrató, me presentó como su esposa. Durante siete años fui su víctima, estuve destruida y apocada por el miedo y el dolor. Hasta que quedé embarazada y tuve cuñada y suegra, como si nada”, fueron las primeras palabras de la víctima.
El autor que en dos oportunidades llevó el cine colombiano a la alfombra roja del Festival de Cannes –con Rodrigo D: no Futuro (1990) y La vendedora de rosas (1998), que compitieron por la Palma de Oro en la sección oficial–, escuchó el testimonio de Margarita durante varios minutos.
“Era el 2004 y yo estaba en la investigación para escribir el guion de mi siguiente filme después de Sumas y restas”.
Historia había. El director y guionista emprendió la búsqueda de sus protagonistas, donde acostumbra a hacerlo: en las calles, los centros comunales, el transporte público. El proceso le tomó años, así como lograr la financiación de un proyecto que podría ser el más oscuro, descarnado y denso de su carrera.
A Natalia Polo (Amparo) la encontró saliendo de un colegio en Apartadó, cuando ella tenía 16 años.
“Después de esa primera audición pasaron cinco años. Luego, él volvió y me buscó. Pasé como por cuatro audiciones más, pero no me imaginé que para ser la protagonista, sino para hacer un papel secundario”, recuerda la joven hoy graduada de enfermería y con ganas de seguir en la actuación.
“En las escenas duras es donde se mide la sensibilidad de los actores –comenta Gaviria–. Hay una, en una cantina, donde Libardo empieza a manosear a otras mujeres delante de Amparo. Y Natalia, la actriz, llora desconsolada. Me dice que no había aguantado la humillación. Una humillación que era simplemente actuación”, cuenta el director.
El ‘animal’ del realizador, Tito Alexander Gómez, era un conductor de flota en Rionegro que había estado en malos pasos.
“Víctor vio en mí el potencial para contar la historia, yo prefería no leer el guion, sino llegar a la escena sin pensar en nada por adelantado (…) Para mí, esta película fue hallar una salida a la vida que traía, un pretexto para cambiar el medio donde me movía”, dice Gómez, que toca la guitarra, canta y compone canciones.
Gaviria comenta que “Tito construyó el personaje no sé por qué caminos. Yo veía que algo lo poseía y él se dejaba llevar, incluso a veces sufríamos porque al finalizar de la escena no había como calmarlo”.
La protagonista real del martirio jamás verá la película que inspiró su dolorosa historia.
“Margarita es muy buena narradora, con una excelente memoria, pero muy coherente con su situación: cuando teníamos escenas de representación de la violencia en el rodaje, ella se iba. No le interesa ver la película. Tiene una integridad admirable. Para ella, lo contado es suficiente”, acota Gaviria.
El interés del director y guionista por involucrar y casi que fastidiar al espectador con el metraje parte de la vivencia de esta mujer, para quien la indolencia fue adobo de su tragedia.
“Cuando Margarita contaba su drama, la gente no le daba crédito. ‘¿Pero, acaso usted no le tuvo hijos?’. La gente daba alguna excusa para ocultar su complicidad, su cobardía, su miedo. La relación de Margarita con el ‘animal’ sufrió un proceso de normalización; con el paso del tiempo, ella se convirtió en su esposa. Nadie se enteró ni se interesó en saberlo, tampoco de que esa familia es fruto de una violación, que es fundada en la violencia y el abuso”, agrega el director.
Rodaje de pobreza
Hastío y tristeza era lo que reinaba al final de cada jornada de filmación, que se prolongó durante 12 semanas. El equipo de producción y los actores no veían un atisbo de esperanza en el relato y menos en las locaciones, que fueron las calles del barrio Nueva Jerusalén, en los límites de Medellín con Bello.
“La película también evidencia algo a lo que nos hemos acostumbrado: los barrios marginales como un paisaje. Eso no es paisaje, sino el fracaso de la sociedad, del Estado, del humanismo que se supone existe. A mí me golpea esa pobreza extrema, los ranchos, las trochas… ese entorno de precariedad entró en la trama. Y nos hace pensar no solamente en un maltrato de género, sino en un abandono general que escandaliza”, explica Gaviria, de 62 años de edad, también autor de varios libros de poemas y de crónicas.
Con proyectos en remojo, como la biografía del bandolero ‘Sangrenegra’ que ha pospuesto por problemas de financiación y producción, el director nacido en Medellín defiende la pertinencia de una película tan cruda como La mujer del animal.
“El personaje es el mal radical, personifica el odio a la mujer. Algunos espectadores resienten que la película no tenga transiciones, sino que el maltrato aumente sin parar. Eso hace parte de la esencia de la película que llega a ser un poco insoportable y amarga. Aquí no hay un final feliz, para nada”, dice.
El filme que significa su retorno detrás de las cámaras después de 12 años, ya estremeció a los asistentes y jurados de festivales en Roma, Toronto y La Habana, este último donde Gaviria recibió el premio al mejor director.
“La misión de este filme es crear conciencia y sensibilidad. Sí, impacta; pero su importancia está en que deje sembrado algo en alguien”, acota la actriz Natalia Polo.
SOFÍA GÓMEZ G.
Cultura y Entretenimiento
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