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La séptima que queremos / Voy y vuelvo

Bien por el piano. Bien por la séptima. Bien por sus espontáneos músicos y espectadores.

Muchos transeúntes de la carrera séptima, tanto en su tramo peatonal como en el comprendido entre la 13 y la 17, se sorprendieron con el cambio que viene mostrando esta emblemática vía, corazón de la Bogotá de todos los tiempos.
A su bien demarcada ciclorruta, se le han sumado la instalación de sombrillas y mesas para el disfrute de los ciudadanos. De tiempo atrás, juegos de ajedrez reúnen a grupos de personas de distintas edades y oficios en torno a improvisadas partidas que captan la atención de los presentes. No pueden faltar los artistas callejeros que, como se palpa en otros espacios, como Caminito, en Buenos Aires, exhiben sus dotes a propios y extraños en espera de una recompensa mínima.
Y mucho más gratificante ha resultado el hecho de que en las últimas horas, un excelso piano de cola también ha pasado a convertirse en parte del mobiliario de la séptima con calle 18. Humildes manos, manos prodigiosas, manos de aprendices, manos delicadas o ásperas, intentan en pocas horas sacarle notas melodiosas al aparato. Algunos lo hicieron con más virtuosismo que otros, pero el piano llega para completar esas buenas cosas que vienen sucediendo en esta vía que ahora es para la gente.
Hay que abonarle a la pasada administración, la del alcalde Petro, no haberse dado por vencida cuando quiso que la séptima fuera para los ciudadanos. Y pese a los constantes tropiezos con los contratistas, finalmente la vía quedó para los de a pie. Lástima que hubiera sido en el último tramo de su gestión y que no hubiera podido concretarse aquel decreto inicial que, bajo la dirección de María Fernanda Rojas, propendía hacia una peatonalización a todo nivel.
Pero volviendo al piano, que no es una idea original de Bogotá sino que ya se había planteado en otras capitales como Nueva York, con 60 pianos distribuidos en diferentes calles, verlo sobre nuestra séptima, como un imán para atraer a quienes disfrutan de la música aunque sea de oídas, francamente le agrega notas de optimismo a una de las zonas más convulsionadas de la capital. Cada melodía se cuela por entre el bullicio de los peatones, el ruido lejano de los carros, la algarabía de los almacenes, y ofrece unos minutos de sana paz.
Porque la música tiene ese poder de ponernos, ahí sí, a tono con la ciudad. De olvidarnos por un instante del afán que cargamos a cuestas para hacer una pausa obligada mientras un joven negro entona una salsa y otro se va por los clásicos. Hay un respeto reverencial hacia esa caja negra de inmensa resonancia que acompaña nuestros pasos en la vieja calle que algún día fue habitada por carros y buses. Bien por el piano. Bien por la séptima. Bien por sus espontáneos músicos y espectadores.
La otra buena nueva es que comenzaron los trabajos en otro tramo de peatonalización, que complementará al ya existente e irá de la avenida Jiménez a la 19. Dios quiera, y lo digo con profunda fe, que este nuevo trayecto de espacio público traiga el mismo sosiego y el mismo cuidado que se ha tenido con la primera etapa, es decir, que sea un espacio para el disfrute, con buena iluminación, seguridad, cuidado del mobiliario, de la vegetación, y que se colme de más pianos, más mesas de ajedrez, más artistas, más orden, más mesas con sombrillas y más bicicletas.
Me consta que desde que se puso en marcha la vía peatonal de la 13 a la plaza de Bolívar, hubo un esfuerzo para que en ella no se presentaran el desorden, caos, inseguridad y suciedad que hoy se advierte en el tramo aún sin intervenir. Mantener esa tropelía de actividades, muchas de ellas insanas, que lo que producen es miedo a quien quiere caminar, es lo que nos ha alejado del centro. Y con todo lo que hay para conocer y disfrutar ante la variedad de espacios que ofrece: museos, edificios emblemáticos, salas de cine, tiendas y restaurantes, plazoletas universitarias, calles icónicas, locales con artesanías, etc.
Hay que recuperar la memoria de la séptima. Y su peatonalización es la mejor excusa. No se puede olvidar que fue sobre esta calle donde tomaron fuerza los cafés de la intelectualidad bogotana de finales del siglo XIX y principios del XX, como lo recuerdan las excelentes publicaciones del Archivo Distrital. La Gran Vía (1892) fue uno de ellos, ubicado allí, exactamente donde hoy han comenzado los cambios.
Valga la pena también señalar que el impulso no se puede quedar solo en la séptima. Como se dice popularmente, hay mucho recoveco, mucha calle, mucho rincón del centro de la capital que merece ser recuperado y peatonalizado. Jamás he podido entender por qué resulta tan difícil, cuando lo que se requiere es crear circuitos que permitan la movilidad de las personas en rutas especiales sin que tengan que ingresar al centro en su carro particular por cuanta vía chica y estrecha se les antoja.
Son millones de pesos los que se invierten tratando de recuperar vías que ya no soportan el peso de los vehículos.
Bienvenidos el piano y la bicicleta a la séptima.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
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