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Sergei Kislyak, el alfil ruso en la crisis de Donald Trump

Quién es el embajador que con sus reuniones ha puesto contra las cuerdas al gobierno de EE. UU.

El embajador ruso en Washington, Sergey Kislyak, era todo sonrisas el martes pasado por la noche en el Capitolio, charlando con otros diplomáticos extranjeros y legisladores estadounidenses que acudieron, como él, a escuchar el primer discurso ante el Congreso en pleno del presidente Donald Trump.
Pero este diplomático de apariencia bonachona, que hace nueve años representa a Moscú ante la Casa Blanca, ha sido la piedra angular de algunos de los más devastadores escándalos que han sacudido los 44 días que Trump suma en el poder. La razón es que sus reuniones con algunos de los más cercanos asesores del hoy presidente durante la campaña electoral, y luego en la transición, ya les ha costado el cargo a algunos de ellos o los han puesto en una situación difícil, porque mintieron al negar los encuentros.
Esto, en medio de las evidencias de los servicios secretos de la injerencia rusa en las presidenciales para dañar con ataques cibernéticos a la entonces candidata Hillary Clinton y favorecer a su rival, el hoy presidente Trump. Y de las sospechas que ha despertado la excesiva simpatía de Trump hacia el presidente ruso Vladimir Putin.
En medio de esa tormenta, el damnificado de las revelaciones de esta semana fue el secretario de Justicia, Jeff Sessions, una de las más altas figuras del círculo cercano a Trump, quien reconoció haberse reunido con Kislyak en dos ocasiones en el 2016, en plena campaña electoral, contradiciendo lo que había afirmado bajo juramento durante la audiencia de confirmación ante una comisión del Senado.
Dadas las críticas suscitadas, Sessions dijo en una rueda de prensa que no dejará su cargo –por el momento–, pero sí se apartará de la investigación que adelanta su departamento sobre la interferencia de Moscú en campaña. La oposición demócrata pide su renuncia y una investigación por perjurio.
Ya antes había renunciado el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Michael Flynn, porque negó haber hablado con el embajador y, peor aún, porque al ser interrogado al respecto por el vicepresidente, Mike Pence, también lo negó. Pero luego, las investigaciones del FBI divulgaron la verdad, y Flynn tuvo que dimitir, entre otras, porque indujo a la mentira al segundo cargo más importante del país. Pero no contentos con esto, el viernes varios medios estadounidenses revelaron que Jared Kushner, el asesor y yerno del presidente Trump –esposo de Ivanka, su hija–, también se reunió con el embajador ruso en Washington, aunque en su caso lo hizo durante la transición, una vez el empresario neoyorquino había ganado las elecciones. Sin lugar a dudas, estas nuevas revelaciones sobre los lazos de su entorno más íntimo con responsables rusos estropearon el buen recibimiento del discurso de Trump ante el Congreso y amenazan con alterar los niveles de aceptación que subieron a partir de allí.
Pero, ¿quién es este diplomático que terminó poniendo contra las cuerdas a la actual administración de EE. UU.?
Ya en la etapa final de su misión en Washington, Kislyak ha sido un diplomático experimentado y discreto, producto puro de los servicios exteriores soviéticos, a donde ingresó en la década los 70 con un diploma de ingeniero en el bolsillo. Graduado en el Instituto de Ingeniería Física de Moscú y en la Academia de Comercio Exterior de la Unión Soviética, toda su carrera ha girado en torno a la vida diplomática.
Grande, corpulento y de rostro redondo, este diplomático de 66 años conoce en profundidad EE. UU., donde comenzó su carrera en la sede de la ONU en Nueva York y la continuó en la embajada de la Unión Soviética en Washington en los años 80.
Con una voz baja y pausada, habla un inglés perfecto. Como buen diplomático, prefiere estar tras bastidores y es conocido por ser alérgico a la mundanidad y a los proyectores. Después de tanto tiempo frente a la legación diplomática, solo se ha presentado ante la prensa en situaciones excepcionales. La última fue el 8 de febrero del año pasado, cuando convocó a periodistas a su residencia en el corazón de Washington para decir todo lo mal que pensaba Moscú sobre la prudencia del gobierno de Barack Obama para intervenir en Siria.
Kislyak deploró que las relaciones entre las dos potencias estuvieran “en una situación lamentablemente difícil”. En plena turbulencia entre el gobierno de Obama y el Kremlin, hace justo un año, el embajador ruso aseguró, siempre con un toque de humor y ante una taza de café y pasteles, que una nueva Guerra Fría no se iniciaría.
El exembajador de EE. UU. en Rusia, Michael McFaul, dijo recientemente en la Universidad de Standford que Kislyak había tenido “todos los trabajos más importantes en la cancillería, excepto uno”, el de ministro. Describiéndolo como “eficaz y experimentado”, McFaul añadió: “Nunca estás confundido acerca de qué país representa”. Kislyak participó en esa conferencia con McFaul para hablar del estado de las relaciones entre EE. UU. y Rusia, días después de las elecciones de noviembre pasado, en las que Trump ganó contra todo pronóstico.
“Estamos viviendo el peor punto en nuestras relaciones después del final de la Guerra Fría”, dijo Kislyak durante la conferencia en la que explicó que el deterioro de las relaciones comenzó antes de los problemas en Ucrania, en referencia al apoyo de Moscú a los prorrusos en ese país y la anexión de Crimea.
Además, abordó el caso del exanalista de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE. UU. Edward Snowden, que calificó como uno de los puntos críticos entre los dos países después de que Rusia concedió al joven asilo cuando la Justicia estadounidense presentó cargos en su contra tras revelar los programas de vigilancia masiva de Washington.
Kislyak ayudó a negociar el acuerdo para sacar las armas químicas de Siria y evitar así un ataque militar estadounidense contra Damasco. Asimismo, en ese periodo, Rusia también fue un socio clave en las negociaciones que condujeron al desarrollo del acuerdo nuclear iraní.
Hasta 35 miembros del personal de Kislyak fueron expulsados el año pasado por Obama, después de que las agencias de inteligencia del país corroboraron que Rusia se esforzó para influir en los resultados presidenciales. Por eso, Kislyak es el eslabón clave para entender parte del caos de los 44 días de Trump en la Oficina Oval.
INTERNACIONAL*
* Con información de AFP y EFE
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