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Los primeros 35 días

El límite de lo que el nuevo gobierno puede y no puede hacer lo puede marcar la opinión pública.

Adriana La Rotta
 Pensando con el deseo, la mayoría de los norteamericanos que no votaron por Donald Trump –es bueno recordar que Hillary Clinton ganó el voto popular por casi tres millones de votos– tienen la expectativa de que sus incendiarias promesas de campaña hayan sido apenas un anzuelo populista para pescar en el río revuelto de los descontentos. Pero luego de un mes de su posesión, la agenda del nuevo gobierno empieza a tomar forma y parece quedar más claro quiénes son los que realmente manejan los hilos de la administración.
La historia de los cambios de orilla ideológica del actual presidente está bien documentada. Generoso patrocinador de candidatos demócratas durante dos décadas, en los últimos años concentró sus donaciones en políticos republicanos a pesar de que sus posturas públicas sobre temas como el aborto o la legalización de las drogas se inclinaban más a la izquierda que a la derecha. Trump es un empresario pragmático y el electorado le perdonó los pecadillos que cometió para tener éxito en el mundo real.
Por eso, y a pesar de que estuvo en campaña durante año y medio, cuando Trump llegó a la Casa Blanca había una enorme expectativa sobre su agenda, sus prioridades y sus verdaderos valores. Cada presidente llega a la Oficina Oval con una visión del papel que Estados Unidos debe jugar en el orden internacional, pero en el caso de Donald Trump había más preguntas que respuestas.
El velo se ha ido corriendo y más allá de la lluvia de decretos sobre inmigración, exploración petrolera, aborto, derechos de los estudiantes transgénero y una variedad de otros temas en los que la administración ha intervenido, parecen estar emergiendo un proyecto que conecta todas esas ideas y una figura central en la administración que las articula en nombre de Donald Trump. Esa figura es el ideólogo Steve Bannon, quien, en una rara aparición pública este jueves, repitió los conceptos que lo han hecho famoso en los círculos de la derecha y que el nuevo presidente parece estar abrazando.
La visión de Bannon, plasmada en discursos, textos y entrevistas anteriores a su incorporación a la campaña de Trump, es la de que la civilización occidental está sumida en una profunda crisis económica y espiritual, a la cual se suma la guerra sangrienta contra la barbarie del islam. Cerrar las fronteras físicas y económicas para impulsar única y exclusivamente los intereses norteamericanos, y desarmar la estructura gubernamental que ha llevado al país al caos actual, es imperativo. Estados Unidos está en medio de una guerra contra enemigos externos y también internos –la prensa es quizás el más poderoso de ellos–, y de las cenizas humeantes de esa guerra surgirá un país superior, libre de los vicios que ocasionaron la actual crisis moral.
Si el presidente Trump suscribe completamente esta visión no está claro, pero muchos de los decretos expedidos en este primer mes tienen como objetivo materializarla.
Excepto que ese futuro no es inevitable y el límite de lo que el nuevo gobierno puede y no puede hacer lo puede marcar la opinión pública. El nivel de desaprobación del Presidente entre todos los norteamericanos –no apenas los que votaron contra él– supera su nivel de aprobación, según el agregado de todas las encuestas que hace el website conservador RealClear Politics. Y no por un margen pequeño, sino por sólidos 10 puntos. En otras palabras, a 35 días de posesionado a los norteamericanos no les está gustando lo que están viendo de Donald Trump, y si esa percepción se mantiene lo expresarán claramente en todos los ámbitos, incluyendo las elecciones parlamentarias, para las cuales faltan apenas 20 meses.
Adriana La Rotta
Adriana La Rotta
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