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Uribrecht

Está en marcha un proceso para impedir la refundación de la política desde la ética y el humanismo.

Alpher Rojas
Al cabo de tres encrespadas semanas de debates en la superficie sobre los aportes a la élite del poder tradicional por parte de la constructora Odebrecht, en el fondo ha quedado claro –por la ausencia de pruebas sólidas e irrefutables sobre el supuesto ingreso irregular de dineros a la campaña Santos II– que el objeto de quienes precipitaron el escándalo era cubrir con un manto de olvido sus propias culpas en el caso de sobornos a la campaña de Óscar Iván Zuluaga y, de paso, limitar al máximo las competencias de la Justicia Especial para la Paz (JEP), cuyos principios han sido groseramente tergiversados.
Ello nos conduce a advertir que está en marcha un proceso de rearticulación de los sectores promotores del ‘No’ contra el plebiscito, dispuesto a impedir que en una eventual aplicación de la JEP, tanto los legitimadores del conflicto como sus cómplices –civiles y agentes del Estado– se vean movidos a responder judicialmente y obligados a restituir los bienes arrebatados a sus víctimas, así como a repararlas satisfactoriamente. Ahora bien, como quiera que la paz en marcha demanda la refundación de la política desde el territorio de la ética y del humanismo, a este esfuerzo opondrán resistencia.
La crisis sociopolítica generada por el resultado negativo del plebiscito –coordinado por, ¡vaya casualidad!, César Gaviria– les hizo propicia la estratagema de cambiar el orden de prioridades en la agenda nacional, de modo que la fase final de implementación de los acuerdos de La Habana entrara en proceso de ‘deconstrucción’ e incluso de liquidación, para impulsar en su lugar el ‘boom’ de la corrupción, un dispositivo capaz de copar toda la discusión mediática y estallar pasiones en desmedro del tema central de la paz.
En un embrollo de la magnitud de Odebrecht, la implicación de la clase política tradicional es insoslayable. Por ello, el estrépito de la onda tendrá cada vez más poderosos impactos sobre la opinión, y sus efectos podrían acelerar una crisis de legitimidad institucional sin antecedentes, en la que la campaña presidencial caerá en el campo minado de la antipolítica.
Por eso, no sorprende la coincidencia discursiva de dos personajes que, por sus ‘afinidades electivas’, buscan similares propósitos: el vicepresidente Germán Vargas Lleras con su dogmática insolencia, y el ‘señor de las sombras’, tal como bautizó al expresidente de marras el investigador norteamericano Joseph Contreras, en su “biografía no autorizada”, por su habitual animosidad y ordinariez.
En ese propósito pretendieron servirse de la declaración del fiscal Martínez Neira cuando éste sostuvo que merced al testimonio de Otto Bula, “por lo menos un millón de dólares habrían tenido como beneficiaria final la campaña Santos Presidente 2014”.
Vargas Lleras declaró, en grotesca parodia de lealtad, su tímido apoyo a Santos con una terminante admonición: “Que las investigaciones lleguen hasta el fondo, sin importar las consecuencias”. Se trataba de un pulso egocéntrico por su precandidatura, que sonó mal por el aprovechamiento de ilimitados recursos públicos con los cuales ha desarrollado su campaña clientelista, sin parar mientes en sus contradicciones frente a la principal política pública del jefe del Estado. Al mismo tiempo, la ‘dinastía Char’ de Barranquilla subía a las redes sociales una fotografía del emblemático barón local de Cambio Radical con Álvaro Uribe, como prueba de una munífica alianza en ‘construcción’. Forman parte ambos de una racionalidad meramente instrumental y calculadora orientada hacia la finalidad absoluta del poseer acumulativo y del poder sobre los otros y sobre las cosas.
Estos personajes han guardado silencio frente a la advertencia de José Obdulio Gaviria, según la cual, de ganar los nuevamente coaligados partidarios del ‘No’ las elecciones presidenciales del 2018, los acuerdos de La Habana serían integralmente revisados. Una vuelta atrás en el aplaudido camino recorrido hacia la convivencia democrática y en el cual la insurgencia de las Farc ha cumplido a cabalidad sus compromisos, en contraste con el lento ritmo gubernamental en la adecuación de zonas y la dotación en salud, alimentación y servicios públicos, en lo cual aparecen las siluetas de sus “caballos de Troya”. Son los mismos que impiden el ejercicio de su magistratura en el CNE al eminente jurista y demócrata Armando Novoa y que bloquean la participación de los representantes de la insurgencia en el Congreso de la República.
Las fuerzas de la secta son poderosísimas, no es posible vencerlas del todo, pero queda la posibilidad de tenerlas presentes para contrarrestar su tendencia a determinarnos el futuro.
Alpher Rojas
Alpher Rojas
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