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'En Cuba nadie me entrevista': Leonardo Padura

En conversación con EL TIEMPO el escritor, figura de la literatura, habla de la fama y de su país.

Hace unos días, antes de llegar a Cartagena para el Hay Festival, el cubano Leonardo Padura, ganador del premio Princesa de Asturias de las Letras en el 2015, tenía prevista una agenda con más de una docena de entrevistas. Eran apenas las oficiales, programadas con antelación. Padura, a la postre, daría algunas más. Los temas: sus historias policiacas protagonizadas por el detective Mario Conde, sus novelas con temas históricos –como ‘El hombre que amaba a los perros’, en torno del asesinato de Trotski– y la cubanidad ligada al tema político.
Padura fue la figura del encuentro cultural. Llegó del brazo de su mujer de toda la vida, Lucía López Coll, con quien escribió a cuatro manos los guiones de ‘Cuatro estaciones en La Habana’, la serie de Netflix que recrea las obras conocidas como ‘la tetralogía de Mario Conde’.
El autor reveló luego, ante el público del Teatro Adolfo Mejía, que él y su esposa llegaron a Cartagena a hacer lo que todo cubano hace en el exterior, que no es visitar iglesias o museos, sino ir al supermercado. Compraron detergentes, suavizantes y otros artículos de aseo, y volvieron al hotel cargados de paquetes.
Esa, sin embargo, no fue la única situación extraña a la cotidianidad cubana que vivió la pareja. En Colombia experimentaron la fama: el asedio de los seguidores que buscaban un autógrafo en algún ejemplar del autor o una fotografía al lado suyo.
A pesar de todo esto, Padura, quien tiene también nacionalidad española, sabe que seguirá viviendo en Cuba, pues solo allí ha escrito desde intrigas relacionadas con cuadros de Rembrandt (‘Herejes’) hasta la novela que entrelaza las vidas de Trotski y Ramón Mercader, su asesino.
El escritor estuvo apenas dos días en nuestro país, que le alcanzaron para ir al supermercado, presentarse en el Adolfo Mejía –en conversación con su colega Héctor Abad Faciolince–, firmar libros a una fila interminable de lectores y cumplir citas con la prensa. Su última jornada terminó con la entrevista que concedió a EL TIEMPO y a un medio regional argentino mientras fumaba un cigarro. Después, él y Lucía viajarían a la isla de San Andrés.
Este no es el grado de celebridad que usted vive en Cuba. Parece que lo de los autógrafos lo tomó por sorpresa.
En Cuba tengo una relación muy íntima con mis lectores, de una gran complicidad, porque me han seguido a lo largo de años, desde mi trabajo como periodista y después como escritor, de 20 o 25 años para acá. Aquí he sido como un descubrimiento, pero espero que la relación termine siendo igual: de cariño, cercanía, admiración y respeto. Terminé con el brazo adolorido de tanto firmar libros de lectores que me están dando su tiempo y cariño. Esto lo agradezco profundamente.
Revisando su bibliografía, usted tiene una novela, ‘Herejes’, y además un libro sobre cómo escribió esa novela...
Casi siempre necesito escribir un poco sobre lo que investigo. Llegas a conocer tanto a unos personajes, un periodo histórico, que la novela no es suficiente. Cuando escribí ‘La novela de mi vida’ (sobre el poeta cubano José María Heredia), escribí también un libro que se llama ‘Heredia, la patria y la vida’, sobre la elección de la nacionalidad cubana del poeta. Tengo en preparación unas apostillas a ‘El hombre que amaba a los perros’ y escribí ‘La libertad como herejía’ para reflexionar sobre lo que me había dejado ‘Herejes’, no solo en conocimiento histórico, sino en el de la actitud humana ante el libre albedrío y los riesgos de practicar la libertad.
Mario Conde es su personaje más importante. ¿Lo imaginaba tal y como es interpretado en la serie de Netflix?
Creo que el Mario Conde de la serie es posible. Nunca he descrito a Mario Conde. Describo a otros personajes, menos a él; entonces, cada lector tiene uno distinto en la cabeza y el actor Jorge Perugorría captó el espíritu del personaje, su manera de entender la vida. Hizo una interpretación que creo que es de las mejores de su carrera. De los guiones no digo nada porque los escribimos mi mujer y yo. Pero me siento satisfecho con el resultado y con que haya tenido la suerte de ser distribuido por una plataforma tan potente como Netflix.
Ha dicho varias veces que empezó la saga de Mario Conde como reacción a las novelas policiacas que se hacían en Cuba. ¿Qué le molestaba de esas novelas?
Primero, que estaban muy mal escritas. Me dije que una novela policiaca se podía escribir bien y ser literatura. La otra, que los personajes eran absolutamente increíbles. Hice personajes que tratan de ser lo más cercano posible a la realidad. Paco Ignacio Taibo II dijo que mi gran aporte al realismo de la novela policiaca fue que por primera vez un personaje meaba, lo que demostraba que era una persona viva.
¿Cómo es su rutina creativa?
Tengo que escribir en mi casa, en las mañanas. Son las condiciones primarias para concentrarme. Me distrae mucho el teléfono. Las visitas me incordian, pero trato de mantener ese horario, de 7:30 a. m. a 1 p. m., como tiempo sagrado para la escritura. Cuando estoy en Cuba, escribo todos los días, de lunes a domingo, porque una parte del tiempo la dedico a promover mis libros. Viajo con frecuencia, más de la que debería. A veces por un trabajo para el cine o periodístico o para alguna conferencia. Por eso trato de aprovechar al máximo el tiempo para escribir.
Esto es coherente con su observación de que muchos escritores que salieron de Cuba no volvieron a escribir. ¿Cómo fue su decisión de quedarse?
Fue una decisión absolutamente consciente, libremente adoptada. Pude salir hace años, pero necesito a Cuba para escribir y fue una decisión de pertenencia y sobre todo de una responsabilidad civil que tengo con mi literatura y mis lectores.
Tiene usted de periodista, de escritor, de historiador…
Tengo un poco de todo: guionista, crítico de literatura, ensayista. No me aburro porque como escribo todos los días cuando termino una novela empiezo un cuento, cuando termino un cuento empiezo un ensayo o un guion. Casi siempre estoy escribiendo.
¿Desde cuándo?
Mi infancia la pasé jugando pelota, hasta mi adolescencia. Y cuando estaba en la universidad dije: bueno, si otras personas que eran compañeros míos escriben, ¿por qué no voy a escribir yo?
¿Cómo es ser escritor y crítico del sistema en Cuba?
En Cuba hay un grupo de escritores y de artistas que tenemos posiciones críticas con respecto a determinados momentos de la realidad cubana. No soy para nada disidente, porque nunca he pertenecido a ningún partido político, así que no he disentido de ninguno. Lo que hago es mantener una postura cívica con mi trabajo como escritor y como periodista. Vivo y escribo en Cuba, tengo reconocimientos importantes. Soy Premio Nacional de Literatura, soy el autor que más veces ha ganado el premio de la Crítica, el premio de los lectores. Mis libros se publican en poca cantidad y con dificultades económicas, como que muchas veces no hay papel para publicarlos. En Cuba soy un poco invisible. Estoy allá y nadie me entrevista, llegó a Colombia y todo el mundo me entrevista, son los precios que uno paga por tener una posición ante la vida.
¿Qué tanto tiene de cliché la idea de que todos quieran salir de Cuba?
Hay cubanos que quieren salir corriendo y hay cubanos que viven en Cuba o porque dejan pasar su vida o, como yo, porque lo hemos adoptado como una decisión personal. Hay de todo y los clichés tienen una parte de verdad, pero a veces exageran esa verdad.
¿Qué es mito y qué es verdad entonces?
Es complicado resumirlo aquí. Pero creo que hay dos grandes mitos: uno de la posición de izquierda acrítica que ve en Cuba un paraíso y un mito de una derecha recalcitrante que ve en Cuba el infierno. En el medio hay una realidad muy compleja, con muchas contradicciones, cosas buenas y cosas que deben cambiar. Al final, creo que nos parecemos más al purgatorio que al infierno o al paraíso.
También hay imágenes buenas: el buen sistema de salud y la poca desigualdad…
En Cuba, en estos momentos, la trama social no es tan homogénea como hace 20 o 30 años. Hay personas pobres y personas que se han ido enriqueciendo, no con grandes fortunas, pero tienen niveles de vida más altos. Pero la diferencia entre ricos y pobres no tiene que ver con la que se vive en otros países de América Latina, donde la diferencia es, sencillamente, grosera.
¿Qué cree que sucederá con Trump?
Eso es un signo de interrogación. Lo único predecible de Trump es que es impredecible. Espero, ojalá, que no haya un retroceso en lo que se ha conseguido hasta ahora en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, porque volver a un momento de hostilidad crea una tensión que ha sido desgastante. El levantamiento del embargo facilitaría mucho, no solamente las cosas del Gobierno cubano, sino de la población, que es la que más sufre cuando hay restricciones, escasez y necesidades.
En su penúltima novela, publicada en el 2009, ¿cómo escogió el tema de Trotski y su asesinato?
La novela se fue armando en mi cabeza sin darme cuenta. Llegado el momento, escogí esa historia porque creo que el instante en que se produce el asesinato de Trotski es el punto de no retroceso, de la perversión de la utopía y porque es un elemento muy simbólico de lo que fue el estalinismo. Fue un crimen inútil que convirtió a un Trotski que estaba solitario en una víctima que empezó a tener adeptos en el mundo.
Después de Trotski vinieron los cuadros de Rembrandt. ¿Ahora qué viene?
Mi próxima novela es ‘La transparencia del tiempo’, sale a fin de año y es con Mario Conde. Cumple 60 años en esta novela, los celebra. Es su entrada en la cuarta edad.
Aparte del supermercado, ¿qué más busca cuando sale de Cuba?
Ir a los supermercados es una obligación. Pero lo que más me gusta es ver a mis amigos. Cuando voy a Miami, a Madrid o a París, me encanta reunirme con mis amigos que viven dispersos por el mundo. Para mí, la amistad es una cosa fundamental y la cuido más en la medida en que mi carrera va teniendo notoriedad, porque me dolería mucho que alguno de mis viejos amigos pensara que no lo voy a ver porque ahora soy famoso. Para ellos quiero seguir siendo el mismo mataperro, con tenis, ‘short’ y sin camisa, con quien jugaban pelota en el barrio, que cuando estábamos en la secundaria, compartíamos merienda, y cuando estábamos en el universitario, hablábamos de las novias y oíamos música.
LILIANA MARTÍNEZ POLO
Redactora de EL TIEMPO
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