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Trump vs. la ciencia

La sociedad no puede ser testigo mudo de un discurso que niega la ciencia.

Eduardo Behrentz
Fiel a su discurso de campaña, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha iniciado su mandato con una serie de decisiones que generan preocupación en la comunidad científica mundial, en especial aquella involucrada en temas ambientales. Tras solo un par de semanas de su posesión, la nueva administración anunció billonarios recortes presupuestales para la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) e incluso ha puesto en duda la continuidad de dicha entidad, la cual se constituye como uno de los referentes más importantes en la lucha global contra la contaminación y el cambio climático.
Tales anuncios han venido acompañados de órdenes provenientes del más alto nivel del Gobierno para vetar y controlar las comunicaciones originadas en la EPA, así como en la Nasa, el Servicio Forestal, el Servicio de Parques Naturales y el Departamento de Agricultura, entre otras entidades. Todo esto, mientras se conforma un gabinete que incluye como secretario de Estado al anterior presidente de la Exxon Mobil (Rex Tillerson) y como director de la EPA (Scott Pruitt) a quien ha sido uno de los mayores críticos de esa agencia y ha dedicado parte de su vida profesional a oponerse a la regulación ambiental en EE. UU.
Más allá de la alineación ideológica esperable en un equipo de gobierno, el arreglo anterior es inquietante debido a sus posiciones públicas, que niegan, sin mayor análisis o soporte, hechos científicos establecidos y ampliamente reconocidos por la comunidad académica internacional. En este punto es necesario diferenciar entre la legítima diferencia que puede presentarse entre opiniones y percepciones sobre una misma realidad y la existencia de verdades científicas que no se refutan simplemente por preferencias particulares. Como afirmó en un artículo reciente la revista Time, nadie que quiera ser tomado en serio podría refutar el hecho científico de que la velocidad de la luz es de 300.000 kilómetros por segundo argumentando que en su opinión el valor correcto es de, digamos, 10 veces más.
El presidente Trump y sus allegados cercanos han declarado públicamente que el cambio climático es una farsa orquestada por poderes internacionales que desean afectar la economía norteamericana, y que la masa de científicos que respaldan este concepto está inmersa en un conflicto de intereses en el cual el pánico que ellos mismos ayudan a desatar se convierte en herramienta de consecución de recursos para financiar sus propios trabajos.
Esta típica representación de la era de la posverdad, las mentiras y el cinismo mediático es de la mayor gravedad, teniendo en mente que provienen, en este caso, del presidente de la primera potencia del mundo. Esto, no solo por las consecuencias que llegarán cuando los riesgos ambientales se materialicen (el fenómeno del cambio climático tendrá efectos apocalípticos si no le hacemos frente con las herramientas disponibles), sino también, por ejemplo, en la forma en que ejerce el liderazgo el país más influyente de la economía mundial.
La sociedad no puede ser testigo mudo ni permitir que un discurso que niega la ciencia sea efectivo desde el punto de vista electoral. Ojalá que los líderes mundiales, incluyendo los nuestros, entiendan esto ahora y no cuando, de forma inevitable, la única respuesta sea ‘lo siento, estaba equivocado’. La buena ciencia no solo es pilar para el progreso de las naciones (según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), sino también promotora de un debate público de calidad y por ello esencial para una democracia sana.
Corolario: visite @AltUSEPA y @RogueNASA, algunas de las cuentas en Twitter desde donde la comunidad científica norteamericana pretende hacer frente a la situación aquí descrita.
Eduardo Behrentz
Eduardo Behrentz
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