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Confusas versiones sobre la muerte de Sara Ramírez

El caso de la colombiana, que murió en un hotel de Cancún, se trató como un suicidio y fue cerrado.

MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA
Sara Ramírez Bonilla, de 22 años, llevaba apenas una noche en Cancún (México) cuando apareció muerta, como si hubiera caído del octavo piso de un hotel.
Trabajaba en una tienda de Victoria’s Secret en Miami (Estados Unidos), empezaba la universidad y trataba de disfrutar de la vida. Vivía con su padre, Bernardo Ramírez.
Al mediodía del 29 de julio, Bonilla y su novio, el venezolano Antonio Villore, viajaron a un hotel de Cancún para el fin de semana. Pasaron la tarde allí y a las 11:30 de la noche se fueron a Cocobongo, una discoteca local.
Ella bebió medio coctel, recuerda él. Bailaron y hacia la 1:30 a. m. del 30 de julio regresaron.
“El novio me contó que ya en el hotel subió a cambiarse la camisa, porque estaba un poco sudado, y la niña se quedó abajo, fumando. Él se demoró 40 minutos y, al bajar, mi hija se había esfumado”, cuenta María Claudia Bonilla, quien vive en Bogotá.
El relato del joven venezolano a la familia indica que, al no encontrar a su novia, recorrió cada pasillo, la recepción y la piscina, y subió más de tres veces a la habitación. “Él nos cuenta que cada vez que preguntaba a los empleados del hotel, le decían que ya aparecería. También le decían que no había cámaras de seguridad”, recuerda la mamá de Ramírez.
Al clarear el día, Villore vio a un grupo de personas que rodeaban el cuerpo de Sara, cerca de la piscina. Los tobillos de su novia estaban rotos y sus brazos tenían raspaduras, pero el rostro estaba intacto.
Cuando intentó acercarse más, cuenta él, dos hombres de civil, que se identificaron como policías, lo sujetaron por los hombros y se lo llevaron a una habitación del hotel, donde lo intimidaron y le exigieron 5.000 dólares para no incriminarlo por la muerte de su compañera.
Consiguió que unos amigos le giraran el dinero, pero la transacción no se hizo efectiva. Los supuestos policías –que no portaban placa– lo llevaron hasta el aeropuerto de Cancún. Allí permaneció en un baño, hasta viajar de vuelta a Estados Unidos.
Para María Claudia Bonilla, lo ocurrido con su hija prueba la existencia de una red criminal. “Llamé a las 3 de la tarde del 30 de julio al hotel ese, y me dijeron que los jóvenes (Sara y Antonio) estaban por fuera y que cuando volvieran les avisaban. A esa hora ya habían levantado el cuerpo de mi niña; muy raro”, denuncia.
“En México no nos querían atender (era el domingo 31). Nos dijeron que solo podíamos llevarnos el cuerpo de mi hija si lo cremaban. De lo contrario, nos iba a tocar esperar 20 días. No hubo tiempo de hacer un examen para saber las causas de su muerte”, lamenta la madre.
Villore sostiene que los hombres que lo amenazaron en Cancún volvieron a llamarlo para exigirle el dinero que no había llegado, esta vez para entregar el cuerpo de Sara.
María Claudia y su esposo supieron de la extorsión porque Bernardo Ramírez les contaba lo que pasaba, pero decidieron no intervenir y el pago se realizó. “En cuanto nos dijeron que la plata se había girado, apareció el médico de la morgue y procedieron con la entrega del cuerpo”, afirma la madre. Familiares en Estados Unidos aseguran que el joven venezolano fue sometido a pruebas de polígrafo y que su versión no fue desmentida.
En México se manejó la versión de que Ramírez saltó desde el octavo piso del hotel y que en el cuarto tenía unas pastillas. También, que estaba embriagada. “Mi hija tenía unas pastas anticonceptivas, no era ningún remedio para la depresión. No intentó matarse, era la niña más feliz del mundo; no sé de dónde sacan eso”, aclara María Claudia, quien cuenta que su hija había comprado un carro y llevaba diez meses pagándolo.
El caso se trató como un suicidio y fue cerrado, por lo cual el movimiento Bordando por la Paz ha pedido que no haya impunidad.
MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA
Con información de ‘El Universal’ de México.
MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA
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