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Guerra envejecida y doble 'sí'

A lado y lado de la mesa octogenarios y sexagenarios acuerdan los términos del final del conflicto.

Héctor Pineda
La guerra envejeció y, con ella, sus protagonistas. Los que cargaron fusiles y morrales, los guerreros, evidencian los estragos corporales del envejecimiento, para no hablar de las huellas invisibles que, seguramente, cargan en el alma. Los del establecimiento, que creen que la responsabilidad está solo del lado de la guerrilla, también exhiben las enfermedades y las decrepitudes de la edad avanzada. Los almanaques cayeron.
Hace unos días, a propósito del final de la guerra, por las redes sociales, un amigo de los tiempos de batallas, desde los llanos del Meta, me hizo llegar la foto de la época. En improvisada tarima, alineados, los llamados “marquetalianos” ('Manuel Marulanda', 'Jacobo Arenas', 'Raúl Reyes' y 'Alfonso Cano'), con los del M-19, posaron para la foto con la que se inauguraba la reunión bilateral para discutir la posibilidad de la creación de un “Ejército Único”, según se argumentaba. No fue posible. Allí quedó el testimonio, Vera Grave, Eduardo Chávez y el que escribe, en un extremo de la tarima. Al final, cada quien decidió seguir andando por el sendero de las propias convicciones.
La foto la compartí con mi hija (no llega a los veinticinco años) y, la verdad, no le causó gracia. Con un monosílabo, sin traducción, expresó toda su inconformidad. Apartó la mirada de las imágenes congeladas y, con expresión no verbal manifestó su reproche. A los viejos guerreros, dos de ellos muertos de los achaques propios de los años y dos desbaratados por las bombas de la aviación silenciosa de las tecnologías en la guerra, para estas generaciones, les son indiferentes.
Así pues, la guerra más vieja del Continente llega al final. A lado y lado de la mesa octogenarios y sexagenarios acuerdan los términos del final del conflicto. Más allá, mayores de edad, engullendo pastillas para disolver coágulos sanguíneos, disertan sobre las conveniencias de aprobar el final de la confrontación y otros, igualmente envejecidos, argumentan que la guerra hay que seguirla. El alma les nació “cargada de tigre” y, pareciera, desean morir con el corazón atado a la confrontación, las de otros, por supuesto, porque su poder lo aleja del combate que anima para que otros lo hagan.
En los cortos tiempos pactados para la finalización del conflicto con la Farc, es probable que los protagonistas hagan esfuerzos para elevarlos a pedestal histórico lo que apenas se vislumbra como acuerdo ausente de expresiones de exaltación, propias de las dinámicas que alienten los cambios. “Hay que hacerlo para sacar a un diez mil hombres de las armas”, dicen unos; “con el sí empezamos a aprender a dirimir los conflictos sin matarnos”, argumentan otros. Hay desgano. Es posible que gane el sí pero, mucho más probable, sea la abstención la que se exprese mayoritariamente.
Los acuerdos serán refrendados en el plebiscito. Los sobresaltos vendrán después. Unos se negarán a aceptar responsabilidades. Otros intentarán desbaratar lo alcanzado. Afirman que más allá de lo pactado para el desarme de la guerrilla no hay motivaciones para el cambio. Se argumenta, con sobrada razón, que los que alientan el “sí” desde el establecimiento, hacen parte de las misma “rosca social y económica” de los que promueven el “no”. “Gaviria y Santos, al igual que Uribe comparten el mismo modelo social económico”.
Así las cosas, los Progresistas promueven un doble 'sí': 'sí' en el plebiscito para cerrar el ciclo de la vieja guerra con guerreros envejecidos (aunque faltan los “cuchos” del Eln) y un 'sí' por la constituyente (aunque hay temores que Uribe se la “coma”) para desatar la fuerza joven de cambios sustanciales, como sucedió, hace un cuarto de siglo, con la “Séptima Papeleta”.
Héctor Pineda
*Constituyente 1991
Héctor Pineda
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