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Virginia Mayer: Hola, ¿quieres ser mi novio?

"Las tres señoras estaban aterradas con mi atrevimiento... no era bien visto en una 'niña bien'".

VIRGINIA MAYER
Esperé a que bajara el sol para que mi vieja se pusiera a preparar la comida mientras mi viejo veía el noticiero y mi hermano hacía tareas encerrado en su cuarto. Me metí a la habitación de mis viejos, me senté sobre el borde de la cama, descolgué el teléfono de rueda y marqué el número de la casa de Martín Cabral. Me contestó la mamá, saludó amorosa y me pasó a Martín sin disimular cierto tono de sorpresa.
–¿Martín?
–¡Hola, Vicky!
–Hola… ¿Querés ser mi novio?
–¿Qué?
–Que si querés ser mi novio…
–Ah… eh… sí.
–Bueno. Entonces nos vemos mañana. ¡Chau!
Colgué el teléfono sintiendo taquicardia. No tenía doce años.
A los pocos días llamó —muy preocupada— mi abuela paterna. La mamá de Martín le había dicho a su suegra —y gran amiga de mi abuela— que yo había llamado a Martín a pedirle que fuéramos novios. Las tres señoras estaban aterradas con mi atrevimiento. Ese comportamiento no era bien visto en una “niña bien”. Mi vieja no se acuerda, pero piensa que debió decirme: “Eso no está bien, las niñas deben esperar a que los niños las cortejen”.
No me acuerdo de haberme sentado a esperar —nunca— nada. Siempre voy por lo que quiero. Me paro, camino hacia adelante, estiro el brazo e intento atraparlo con una mano. Si no es posible, entonces soy perfectamente clara respecto a cuál es mi intención. Que no quepa ni media duda. Así ha sido siempre, y siempre me he encontrado con un dedo índice que me señala. Virginia, la buscona.
Busco besos, polvos, amor, cariño, compañía, entretenimiento, trabajo, exposición, gente, espacios, invitaciones, oportunidades, distraerme, reconocimiento… todo lo que busca una persona común y corriente. Sin embargo, de todas esas cosas, en la biblia del qué dirán lo que está terminantemente prohibido es que una mujer corteje a un hombre. La mujer es el premio mayor que el hombre se debe esforzar por adquirir. Sentada en un trono con la quijada en alto y la espalda erguida, impávida, mirando de reojo, como desinteresada, mientras el hombre la rodea impulsado por las ganas.
Y aunque todavía tengo una amiga que considera que no me ha ido bien en el amor por andar “persiguiendo” a los hombres, las cosas están cambiando. De 115 personas que respondieron a mi pregunta: ¿Una mujer que invita a salir a un hombre es?… El 4 por ciento respondió que una mujer fácil, y el 96 por ciento, que es normal. De los 62 hombres que respondieron si los ha invitado a salir una mujer, el 66 por ciento dijo que sí, y el 34 por ciento que no. De las 79 mujeres que contestaron a mi pregunta, el 70 por ciento dijo que ha invitado a salir a un hombre, y el 30 por ciento que nunca lo ha hecho.
Pero que estamos evolucionando aunque sea mínimamente no solo lo prueba mi pseudoencuesta en Twitter. Me encontré un estudio del Centro de Investigación sobre temas sociales (Sirc, sus siglas en inglés) de Oxford, en Inglaterra, llamado el Reporte del Coqueteo, del año 2004 (o sea, llegamos tarde, pero ahí vamos) que explica por qué el coqueteo no tiene género, ni tampoco diferencia entre personas, pájaros, reptiles o peces, pues todos coqueteamos con las mismas intenciones.
La Real Academia Española (RAE) define ‘coquetear’ como: 1. Tratar de agradar por mera vanidad con medios estudiados. 2. En el juego amoroso, dar señales sin comprometerse. Pero esta es una lectura muy simple, pues el ser humano heterosexual coquetea —básicamente— buscando a la persona del género opuesto ideal para reproducirse. El reporte —que no se refiere a las parejas homosexuales, que sí saben coquetear sin prejuicios ni miedos— lo explica como un instinto básico que es parte de la naturaleza humana. Estamos genéticamente programados para coquetear; si no expresáramos interés en el género opuesto, si no iniciáramos contacto, no nos reproduciríamos y la especie se extinguiría.
Los estudiosos del Sirc encontraron que dos tercios del coqueteo universal es iniciado por mujeres, pero que al hacerlo en general de manera tan sutil, la gente tiende a creer que quienes inician el coqueteo son los hombres. Por eso se enfocaron también en las mujeres que dan inicio al coqueteo, que es algo que al parecer muchas sociedades aún cuestionan.
Como todo sobre el coqueteo —desde el punto de vista antropológico— se entiende teniendo en cuenta que para que la especie humana sobreviva debe reproducirse, es claro que el ser humano coquetea esperando tener relaciones sexuales. En ese orden de ideas, el Reporte del Coqueteo explica que los hombres tienden a estar encantados con que una mujer tome la iniciativa, porque con ello asumen que está disponible sexualmente. Y por banal que resulte, lo cierto es que si la mujer es atractiva, las probabilidades de que un hombre la rechace al tomar la iniciativa son bajísimas. En los últimos treinta años —y contrario a lo que se cree—, los estudios demuestran que aquellas relaciones iniciadas con la propuesta de una mujer ya no necesariamente tienden a fracasar o a durar solamente una noche.
Sin embargo —y no me sorprende—, la mayoría de mujeres solo inicia el coqueteo para determinar qué ofrece el hombre y qué tipo de interés tiene en ella, y luego le entrega —sutilmente— el control a él para que este crea que fue quien inició el intercambio. Esta no es una teoría feminista, es un estudio hecho por expertos.
La buena noticia para mí es que no quiero ser mamá, no quiero formar parte del grupo de humanos trabajando arduamente para preservar la especie. Quizá por eso coqueteo con descaro, porque no estoy buscando un macho que me preñe y porque las sutilezas no son mi fuerte. Para mí es irrelevante cómo deben ser las cosas. Las cosas son lo que son, y esto es lo que hay: veo algo que me interesa y voy por ello. Así será mientras pueda seguir moviéndome sin ayuda. Y al que no le guste, que se quite del camino que por ahí llegará el siguiente. ¡Siguiente!
VIRGINIA MAYER
Para CARRUSEL
VIRGINIA MAYER
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