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Diego Guerrero, el primero de ocho hermanos que pudo entrar a la U

Terco y soñador, ha logrado ser un estudiante destacado que enfrenta sus retos.

Luego del reto de su hermano mayor a que estudiara en el colegio del municipio para demostrar su buen nivel académico, Diego Raúl Guerrero Anaya supo que tenía talento. Y se propuso llegar lejos.
Pasó de estudiar en el corregimiento Paso Nuevo (Córdoba) a viajar todos los días durante una hora en moto hasta San Bernardo del Viento, con tal de llegar a tiempo a sus clases.
Entró a cursar desde séptimo grado en la institución Enrique Olaya Herrera, y hasta el grado once fue uno de los estudiantes más destacados, lo que lo llevó a hacerse acreedor de una de las 12.505 becas de Ser Pilo Paga y ahora está adelantando sus estudios de ingeniería industrial en la Universidad Nacional de Bogotá.
“Mi hermano le dijo a mi papá que yo era bueno porque en el colegio del pueblo el nivel no era tan alto, que me fuera entonces a estudiar a San Bernardo a ver si seguía siendo bueno, y le demostré que sí”, recuerda este adolescente de 16 años que ha hecho de su apellido su estilo de vida.
Diego, a su corta edad, ya es todo un guerrero. Es el tercero de 8 hermanos, el único, hasta ahora, que ha tenido la oportunidad de ir a la universidad; ha sobrevivido todos estos años entre la pobreza y la violencia en un pueblo sin acueducto, sin alcantarillado, con servicio de luz eléctrica día de por medio y con heridas profundas de aquella época en que el paramilitarismo acabó con la vida de, entre muchos otros, dos estudiantes de la Universidad de los Andes.
A pesar del entorno difícil en el que creció, Diego nunca dejó de soñar. Primero quiso ser futbolista, después pensó ser ingeniero de petróleos, más tarde se fue por la ingeniería civil y finalmente decidió ser un ingeniero industrial y trabajar fuerte para llegar a la gerencia de una importante empresa de hidrocarburos del país.
Gracias al programa Ser Pilo Paga, este moreno de dentadura blanca y perfecta, que ilumina su rostro cuando sonríe, pudo hacer realidad su deseo y desde el primero de febrero está estudiando en la universidad que siempre soñó.
Yo no tuve todo en mi infancia, pero creo que lo que tuve fue lo necesario para ser un niño feliz y tener una infancia bonita”, recuerda Diego, sin un solo asomo de reclamo.
No se queja cuando recuerda que casi todos los días tenía que caminar muy lejos desde su casa para ir por agua, ni de los momentos de miedo que vivió el día que su vecino fue atacado a tiros mientras lavaba su moto, ni de las dificultades que ha vivido con su familia.
A Diego, por el contrario, le brillan los ojos cuando recuerda su pueblo, el mar que tanto extraña. Y cuenta que en su tierra hay demasiada gente talentosa pero olvidada y sin oportunidades.
En mi pueblo nadie se muere de hambre porque entre todos nos ayudamos”, dice.
El viaje
Desde hace más de 13 años, Víctor Raúl Guerrero, el padre de Diego, se trasladó a Bogotá en busca de un mejor futuro para él y sus ocho hijos. Vendiendo fruta a las afueras de la Universidad Javeriana y trabajando medio tiempo en un restaurante ha podido cubrir las necesidades básicas de sus hijos.
Muchas veces, en vacaciones, Diego viajaba desde su pueblo a visitar a su papá con el fin de ayudarle en su trabajo. Ahora vive con él en una habitación rentada en el barrio Mariscal Sucre.
El 25 de enero, con sus maletas empacadas y un poco de nostalgia por dejar su tierra, se despidió de su mamá y sus hermanos para emprender un viaje de más de 28 horas antes de poder llegar a la capital a darle inicio a sus estudios profesionales.
A pesar de la distancia, Víctor ha mantenido una buena relación con sus hijos y siempre les ha inculcado que el estudio es el primer paso para salir adelante. Por eso, cuando Diego le dio la noticia de la beca, se sintió orgulloso de su hijo, aunque no se lo demostró mucho.
La idea es que todos mis hijos sean mejores que yo; de eso se trata porque, para poder cambiar esta sociedad, debemos empezar por la casa, y eso es lo que siempre he intentado”, afirmó Víctor.
Por su parte, Diego se sintió tranquilo también al saber que la beca cubriría sus gastos, pues confiesa: “Lo que yo no quería era que mis estudios dependieran de mis papás porque, aunque mi papá me decía que no me preocupara, que él respondía, yo sabía que era duro. Por eso esta beca de Ser Pilo Paga es tan valiosa para mí”.
Ambos consideran que esta beca es un ejemplo para sus hermanos y los jóvenes del pueblo, a fin de que se esfuercen, estudien y tengan la posibilidad de continuar su formación profesional.
ANA MARÍA OCORÓ LOZADA
Especial para EL TIEMPO
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