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Darío Grandinetti, en la piel de un pianista legendario

El actor argentino habla sobre 'Novecento', monólogo que interpretará en el Festival de Teatro.

‘Yepeto’, la primera obra que el actor argentino Darío Grandinetti presentó en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, se interrumpió en plena función por una violenta sacudida. El escenario se levantó un metro por el cimbronazo, los actores del montaje pensaron que se trataba de una deficiencia técnica, los espectadores lo tomaron como un efecto de la producción y Fanny Mikey, quien fundó el Festival con Ramiro Osorio, creyó que era un terremoto. En realidad fue una bomba de mecha lenta que alguien dejó en el baño del Teatro Nacional de la calle 71.
Ocurrió durante la primera edición del Festival, en 1988, que generó protestas de un sector religioso extremista, ya que el encuentro artístico se realizó en plena Semana Santa. Por fortuna, la detonación del artefacto no causó heridos, pero sí destruyó los camerinos y los baños del escenario.
“Lo primero por lo que nos preocupamos fue por saber si estábamos todos bien –recuerda Grandinetti sobre el momento del estallido–, no solo los que estábamos en el escenario, sino los que estaban en la platea y algún compañero nuestro que había quedado en los camerinos. No voy a negar que nos asustamos. Inmediatamente tuvimos una reunión en la que Fanny Mikey, la querida Fanny, nos preguntó: ‘¿Qué quieren hacer?’ Ella estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa que nosotros le dijéramos, y nosotros le dijimos que queríamos seguir”.
‘Yepeto’ tuvo cuatro funciones a reventar, el festival continuó y finalizó no solo con el apoyo del sector cultural, sino con la presencia masiva del público. “Nos dimos cuenta de que el motivo (de la bomba) era que el Festival había sido un éxito y que eso era lo que no querían, eso era lo que les molestaba, porque había sido un éxito popular: el pueblo en la calle, en las salas, celebrando, festejando en un número increíble. Era algo impensado, algo muy sorprendente incluso para los organizadores”, rememora Grandinetti, quien volvió a participar en otras dos ediciones del Iberoamericano: 2010, con ‘Baraka’, y 2014, con ‘Una relación pornográfica’. Este año regresa para presentar el monólogo ‘Novecento’.
Esta pieza del italiano Alessandro Baricco cuenta la historia de Novecento, un niño al que sus padres dejan abandonado en un barco y que termina siendo criado por la tripulación del trasatlántico. El relato se desarrolla en la década de 1930 y Novecento, que comparte sus días con un capitán claustrofóbico, un timonel ciego y un telegrafista tartamudo, aprende a tocar piano por sus propios medios y se convierte en un músico brillante, “el pianista más grande que ha tocado en el océano”, se atreve a decir el trompetista que narra la historia. Y a pesar de ese talento que hipnotizaba a todos sus espectadores, nunca se bajó del barco.
Grandinetti, que acaba de rodar ‘Julieta’ bajo la dirección del célebre cineasta español Pedro Almodóvar, dialogó con EL TIEMPO desde Buenos Aires.
¿Qué lo enamoró del texto de ‘Novecento’?
Podría decir que siempre me gustó pensar que era real ese cuento sobre este personaje; lo bien escrito que está te hace pensar que eso pudo haber ocurrido. También, esta historia enmarcada en ese tiempo, durante el cual la gente iba y venía entre América y Europa, algunos paseando, aprovechando su dinero, y otros escapando del hambre y buscando un porvenir para ellos y para su familia, y todos juntos en ese barco, haciendo una especie de metáfora del mundo en el medio de dos guerras, con lo cual las miserias y los dolores se acentuaban, todo el dolor crecía. Y que en medio apareciera un personaje con la pureza y la limpieza de Novecento me parece una metáfora, una alegoría muy bella del mundo.
El texto es muy rico y cuenta muchas historias, no solo la de 'Novecento'…
Claro, a través de esta historia vemos y sentimos lo que pasaba en esos años en el mundo, con esas gentes tan distintas, todas juntas atravesando el mismo océano y corriendo los mismos riesgos. Los ricos, con la esperanza de pasarlo mejor, de divertirse, de disfrutar; y los inmigrantes, con la esperanza de encontrar su lugar en el mundo.
Ese tema de los inmigrantes le da un poco de actualidad a la obra.
Sí, también. De todas maneras, en esa época a los inmigrantes se los trataba bastante mejor que ahora. Pero la verdad es que cuando yo leí esta obra, en el 2000 –inmediatamente me enamoré de ella–, no teníamos estos problemas; había otros, no estos con la inmigración, esta barbarie –podemos decir– que se está viviendo en el mundo, esta falta de sensibilidad, de generosidad, de compasión con aquellos que hoy están viviendo situaciones que les tocó vivir a nuestros antecesores. Esta América Latina es hija de inmigrantes. La verdad es que a nosotros nos cuesta muchísimo más comprender que se expulse a la gente por el simple hecho de tener otros colores de piel, o de hablar otro idioma, o de ser de otro lugar.
En la historia, la música del pianista nunca se va a poder replicar, es verdaderamente un arte efímero...
De alguna manera es lo que pasa cada vez que se presenta en vivo un artista, un actor, un cantante. Eso que ocurre esa noche con el espectador allí presente no va a volver a ocurrir nunca más. Ocurrirá parecido, tal vez, al otro día o unos días después, pero nunca será igual. Y bueno, en eso también se parece a la vida, en que las cosas son en el momento en el que son y después dejaron de ser.
¿Cuál fue el principal reto de hacer un monólogo?, que es un género escénico tan exigente.
Bueno, eso que uno se imagina: el estar solo ahí arriba del escenario, no tener a nadie en quien apoyarse durante la función. Pero la verdad es que nosotros hemos trabajado mucho con Javier (Daulte), el director, y con el equipo, y yo sé que estoy ahí apoyado por todo lo que trabajamos antes y por lo que me ayudan durante la función. Pero el mayor temor era ese: allá solito, ¿podés? Y la verdad es que cuando empiezo a recorrer el texto ya me olvido de todo, me olvido de que estoy solo. La verdad es que siempre estoy con varios ahí arriba, con todos los personajes. La historia me gusta mucho, a veces siento que me gusta tanto el texto que no sé si sea algo bueno.
¿Por qué no es bueno?
Los actores a veces corremos el riesgo de enamorarnos demasiado de los textos y de darles tal vez una importancia que los personajes no deben darle. En cualquier espectáculo hay que cuidarse de eso y en este, en mi caso, yo tengo que cuidarme más porque me resulta muy bello todo lo que se cuenta. Pero el personaje que lo cuenta no tiene ese sentido de belleza que tengo yo, tiene otro, piensa otras cosas, está también fascinado por Novecento, pero él usa esas palabras y no es tan consciente de la poética de ellas y de la historia en sí, y eso a mí me parece mágico.
¿Por qué cree que Novecento nunca se bajó del barco?
Yo no soy de Buenos Aires, soy de Rosario, y cuando me vine a vivir a Buenos Aires, aun siendo una decisión propia, no me resultó fácil. Así que no es muy difícil imaginar que al personaje le haya pasado lo que le pasó, creo que es una metáfora respecto del temor que todos tenemos frente a aquello que sentimos que no podemos abarcar, que nos queda muy grande, que nos es lejano, que no podemos controlar. Entonces habla de eso, de la necesidad que tenemos los seres humanos de sentirnos seguros, confiados, de confiar en algo que hacemos o en algún lugar en el que estamos... Yo creo que la seguridad y la confianza ayudan mucho a que uno pueda desarrollarse mejor, pero si uno tiene miedo es muy difícil que pueda probar cosas nuevas, distintas.
¿Cómo fue el trabajo con el director, Javier Daulte?
Me gusta que es muy exigente, y a mí me viene bien porque soy un poco vago. Pero también me gusta porque es una persona muy sensible y muy generosa, y nunca está haciéndote sentir que es el director. No le pasa lo que a veces siento en algunos directores, que tienen miedo a que le quites algo, a que le quites su obra. Me encanta que me dirijan y me digan por dónde ir, pero me gusta que me lo diga alguien en quien confío y que siento que confía en mí, alguien de quien siento que puedo aprender. Y no siempre se consigue eso con un director.
¿Cómo ha sido la experiencia de estar en el Iberoamericano?
Extraordinaria, los actores nos sentimos privilegiados de poder participar en ese festival. En mi caso, habiendo estado en el primero, ser consciente del crecimiento que tuvo, de cómo se desarrolló, porque, ¿quién podía saber lo que iba a ocurrir desde esa primera edición?, ¿quién se podía imaginar que iba a tener el recorrido maravilloso que ha tenido? Me siento un privilegiado de haber formado parte de ese recorrido tantas veces.
¿Cómo ha sido trabajar de nuevo con Almodóvar?
Fue más fácil que la primera vez (Hable con ella), creo que para los dos. Él me conoce más y sabe qué pedirme y de qué manera. Por supuesto que cuando me llamó, a diferencia de la primera vez, me llamó porque sabía que yo podía hacer eso que él quería que hiciera, así que eso también fue muy importante para mí. Cuando un actor siente que el director confía en él se le hace todo mucho más fácil, y si en este caso uno siente que el que confía es un director como Pedro, qué sé yo… Más no puedo pedir, la verdad.
Funciones de ‘Novecento’
23 al 27 de marzo, en el Teatro Nacional La Castellana, calle 95 n.° 47-15. Boletas: 75.000 y 85.000 pesos. Informes en es.festivaldeteatro.com.co.
YHONATAN LOAIZA GRISALES
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @YhoLoaiza
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