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Justicias, perdones y reconciliaciones

Si las Farc no se somete a la justicia restauradora, tendrán que hacerlo a la justicia vindicativa.

Rudolf Hommes
 Uno de los principales obstáculos al progreso del proceso de paz es que por primera vez se negocia en el marco de un tratado internacional que no contempla la posibilidad de indultar a quienes han cometido crímenes por los cuales se espera que los culpables sean juzgados y supuestamente deben ir a la cárcel. Esto último no es absolutamente claro, pero en nuestro país ha hecho carrera, y la opinión pública está inclinada por ahora a no permitir nada distinto, sobre todo después de las recientes acciones de la guerrilla contra la sociedad civil.
Los miembros de las Farc sostienen que no están negociando para terminar en una cárcel, pero no tienen en cuenta que la opinión pública considera que es inadmisible esa postura si no dan señales de arrepentimiento y si insisten en escalar el conflicto. En esta etapa del proceso, las acciones contra la población civil y la infraestructura alejan cada vez más al público de una solución negociada y aumentan la oportunidad de que se suspenda la negociación. Muchos perciben erróneamente que la situación no va a ser peor si se abandona el propósito de paz.
Es urgente, entonces, concebir maneras de disminuir paulatinamente la intensidad del conflicto, acercar a las partes y crear un modelo autóctono de justicia que involucre a las víctimas y, hasta cierto punto, delegue en ellas la potestad de definir las acciones que se esperan de sus victimarios para perdonarlos e inducir una restauración del equilibrio. En este contexto le oí decir a Álvaro Restrepo, del Colegio del Cuerpo, en una reunión que promovió el Gobierno con partidarios de la paz, que las soluciones deberían tener un cierto contenido espiritual. El presidente Santos reaccionó muy positivamente a este comentario, aludiendo a la necesidad de convocar a las víctimas como elementos indispensables para la reconciliación porque son las más dispuestas a perdonar. En el pasado, la sociedad colombiana ha demostrado su disposición a perdonar y, por haber sido predominantemente católica hasta hace poco, y cristiana de todas formas, el perdón ha sido afín a su concepción de justicia.
El islam y el judaísmo también les confieren a las víctimas el poder de perdonar, pero el judaísmo exige que las víctimas perdonen primero, lo que impide perdonar a los asesinos. En las tres religiones se presume además que para que alguien sea merecedor del perdón debe reconocer su falta, ofrecer y hacer reparaciones, estar genuinamente arrepentido y dispuesto a no reincidir. Comisiones que convocan los gobiernos para establecer la verdad y asignar responsabilidades contribuyen positivamente a facilitar estos procesos de justicia restauradora, que tienen un efecto de sanación sobre individuos y comunidades y actúan a favor de moderar la agresividad. “[L]as palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado / y las del año entrante requieren otra voz” (T. S. Eliot, Cuatro cuartetos).
En otras religiones las creencias facilitan la reconciliación. En Mozambique, cuando se acordó la paz, fue fácil indultar a los criminales de las dos partes porque la creencia animista predominante es que la guerra tiene vida propia y poder de inducir a individuos y comunidades a la violencia. Si la guerra cesa, ellos se liberan y desaparece la necesidad de la venganza. A las Farc les vendría como anillo al dedo esa herencia cultural.
Pero están en Colombia y, si no están dispuestas a someterse a las reglas de una justicia restauradora que contempla verdad, arrepentimiento, propósito de enmienda, reparación y genuino perdón, tendrán que someterse a la justicia vindicativa, que implica cárcel para ellos y odio y desasosiego para sus víctimas.
Rudolf Hommes
Rudolf Hommes
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