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Jean Claude Bessudo: el dueño de sus vacaciones

El presidente de Aviatur se confiesa en la última edición de la revista BOCAS.

Por: María Paulina Ortiz / Fotos: Juan Pablo Gutiérrez
En la antesala de su oficina hay una pintura en la que se ve un hombre de espaldas que mira hacia un río. El hombre se parece a él, a Jean Claude Bessudo. Tiene la misma forma de su cuerpo; es canoso. Más tarde Bessudo nos dirá que no es él, que en uno de sus viajes a la India vio ese cuadro y también se sorprendió del parecido y por eso lo compró y lo puso en su despacho. El hombre del cuadro mira el río Ganges.
En la antesala de su oficina hay un acuario gigante con un solo pez, pequeño, pero de cara amenazante. Más tarde Jean Claude Bessudo nos contará que es un un pez león, y al notar que en realidad está muy solo le pedirá a uno de sus asistentes que vaya y consiga, pero rápido, otro par de peces para que acompañen al que está en el acuario.
En la antesala de su oficina hay tres asistentes que se mueven prestos a su llamado. Listos para lo que su jefe les pida, sentado en su escritorio. Los tres son hombres. Más tarde Bessudo nos dirá que es coincidencia, que no es que prefiera trabajar con hombres, sino que así se dieron las cosas en los últimos cambios de la empresa.
Todo será más tarde. Porque, en estos momentos, el hombre fuerte de Aviatur está ocupado. Lee papeles, revisa una y otra vez su teléfono celular. La cita con nosotros era a las 12 en punto, pero ya han pasado varios minutos y él sigue definiendo detalles de un viaje que hará en el mes que viene. La producción de la fotografía ya está lista, la periodista espera. Jean Claude Bessudo, mucho más tarde, nos explicará que lo que pasa es que no puede dejar nada pendiente. Es una costumbre que tiene desde niño.
Su rostro es conocido hasta por el más desinformado de los colombianos. Incluso para quien solo ojea una revista mientras está en la sala de espera de un consultorio médico. Con toda seguridad lo han visto en la sección de sociales de cualquier publicación. Sonriendo, siempre. Jean Claude Bessudo es, sin duda, uno de los asistentes más fieles a los cocteles de alto nivel en el país. Pero es más que eso. Con 68 años, es el propietario de Aviatur, la empresa turística líder de Colombia –que además tiene presencia en otros países del mundo–. De sus manos, desde que era un jovencito, se formó esta empresa hasta ser lo que es hoy. Padre de tres hijos, abuelo de cinco nietos, Bessudo –que se sube a un avión por lo menos cuatro veces al mes– es un colombiano que nació en Niza, Francia. Y es curioso: aunque lleva más de medio siglo en este país (tiene nacionalidad colombiana y francesa, y dice que podría tener hasta nueve más, por su familia), su acento francés suena como si hubiera llegado ayer.
No a todos les resulta simpático, Bessudo. Ni tampoco ha estado libre de críticas. Muchas de ellas llegaron, por ejemplo, cuando Aviatur comenzó a administrar el turismo en los Parques Nacionales del país (“le entregaron lo mejor del territorio para su usufructo”, se oyó). Otras surgieron cuando nombraron ministra del Medio Ambiente a su hija Sandra (“sin tener experiencia para ese cargo”, se repitió). También cuando el testimonio de un paramilitar desmovilizado lo señaló de haber recibido dineros de ese grupo ilegal para la administración del Parque Tayrona (meses después la Fiscalía investigó y decidió exonerar a Bessudo de esas acusaciones).
No es monedita de oro, Bessudo. Es un hecho. Pero es innegable su talante como empresario y el empeño que se impuso para conseguir que su negocio llegara a significar lo que es hoy en el sector. En estos días, el hombre del acento francés, los ojos claros y el pelo canoso ya no está en la presidencia de Aviatur. Ahora este cargo es responsabilidad de su hijo Samy. Sin embargo, Jean Claude sigue llegando todos los días a su despacho, en un piso del edificio de oficinas del Centro Andino, al norte de Bogotá. Su agenda sigue estando sin espacios vacíos. Pero logra tener tiempo para jugar con sus nietos en su casa, ubicada en un amplio terreno vía a La Calera.
Después de revisar los últimos papeles y hacer las últimas llamadas, Bessudo se sienta para iniciar la entrevista. Contesta cordial y cada tanto dice cosas que luego prefiere dejar “off the record, por favor” (muchas). Luego va a posar muy cómodo para las fotos.
¿Le gustan las entrevistas?
Sí, sí. Perdón por la tardanza. Lo que pasa es que no soy capaz de concentrarme en algo si tengo una cosa pendiente por hacer. Mira, todo mi escritorio está sin un papel por revisar. Tampoco tengo una sola llamada por devolver. Desde chiquitico soy así.
¿Y eso de dónde le vino?
De la niñera alemana que tuve. Se llamaba Elizabeth Magenthies. Le decíamos Tati. Era una mujer muy dulce. Mis hermanas y yo la queríamos mucho.
¿Era ella la que, si usted no comía algo por la noche, se lo hacía comer al desayuno? ¿Y si no se lo comía en el desayuno se lo daba al almuerzo?
Sí, así era ella. Nos impartía un orden alemán. Pero nos quería. La disciplina no tiene nada que ver con el cariño. No nos dejaba salir si el cuarto no estaba organizado, por ejemplo. Era inherente a ella. No te imaginarás tú a unos militares indisciplinados.
Pero eran niños, no militares.
Bueno, quitemos la palabra militar, entonces. No te imaginarás a un piloto de avión desorganizado. Ella me educó desde que nací hasta cuando tuve unos ocho años.
¿Por qué justo hasta esa edad?
Mi papá murió cuando yo tenía ocho años. Falleció en un viaje de negocios en Buenos Aires. Le dio un infarto en la calle. De Niza nos fuimos a vivir a París. Mi mamá tenía 42 años y se volvió a casar. Nos puso en un internado, a mis dos hermanas y a mí. Así que ya no estaba Elizabeth. En el internado estuve hasta los doce años. No me gustaba mucho ese sitio... Pero ya la situación de la familia había cambiado.
Era una familia acomodada…
Sí, nací en una familia acomodada, con carro, niñera, chofer, cocineras. Pero ya en el internado, y sin mi papá, todo empezó a ser mucho más austero.
¿Una familia judía por padre y madre?
Judía sefardita. Mis antepasados estuvieron entre los judíos expulsados de España por Isabel la Católica. De ahí pasaron a Cerdeña y luego a Turquía. Mis cuatro abuelos nacieron en Turquía. Y en casa, mis padres mantuvieron la tradición. Incluso hablaban el español antiguo, que sigue vivo gracias a la cultura sefardí. Cuando ellos no querían que entendiéramos lo que decían, hablaban en ladino. Yo soy judío, respeto la tradición, soy circuncidado, a veces voy a la sinagoga, pero no soy fanático practicante.
¿Por qué vino a dar a Colombia?
Por un lado, una hermana de mi papá se había casado en los años veinte del siglo pasado con un médico colombiano, el doctor Santiago Gutiérrez Ángel. Por otro, durante la guerra, mi tío Víctor, hermano de mi papá, se había venido también para acá. Fue él quien fundó Aviatur. Y todos los años ellos me decían que me viniera a vivir a Colombia. Yo estaba en el internado, aburrido. Cuando tuve doce años me provocó viajar. Llegué e hice los últimos cuatro años de bachillerato aquí, en el Liceo Francés.
¿Sin su mamá?
Sin la mamá. Iba todos los años a Francia a verla. Ella estaba casada de nuevo. Mi padrastro era una persona amable, pero… no era mi padre.
¿Y llegó sin hablar español?
Algo sabía porque había estado seis meses en México. Allá vivían otros tíos y yo había viajado antes de venir aquí, a aprender el idioma. Así que llegué hablando un poquito. El resto lo aprendí con la familia y con los amigos, en el colegio.
Dicen que fue buen estudiante en el Liceo, pero algo disperso.
En el Liceo Francés siempre ocupé los primeros puestos. Me gustaban todas las materias y en todas me iba bien, excepto en gimnasia. Nunca fui buen deportista ni me interesé en el tema. Aún hoy. Pero, de resto, tenía facilidades para cualquier cosa. Yo hubiera podido ser filósofo, escritor, músico, historiador, matemático, químico. Lo que se me pasara por la cabeza. No tenía, ni tengo todavía, una vocación. Todo me gusta.
Le gustó el teatro y actuaba...
Bueno sí, en el colegio teníamos un grupo de teatro. Años después me metí en juntas de teatros, del Nacional, del Libre, pero sobre todo para conseguir fondos.
Hace poco interpretó un papel en una obra de Molière: El burgués gentilhombre.
Con el Teatro Libre. Lo hice precisamente para ayudar a conseguir fondos.
Pero es increíble que todo le gustara y no prefiriera alguna actividad. ¿En realidad nunca sintió que tenía alguna vocación?
No, nunca. Ninguna. Me gustaba el dibujo, la pintura. Incluso en la oficina de mi hijo hay un retrato de mi esposa hecho por mí. Ahora más tarde se lo muestro.
Hablemos de su esposa, Danielle. ¿Cómo se conocieron?
Nos conocimos porque timbró donde no tocaba, el día que no tocaba, a la hora que no tocaba. Se equivocó y timbró en el apartamento donde yo vivía en Bruselas, Bélgica. Ella iba para el piso de arriba y eligió el botón que no era.
¿Usted qué hacía en Bruselas?
Vivía de estudiante. Después de salir del colegio –que es el único título que tengo, por cierto, el de bachiller– estudié seis meses en la Universidad de los Andes. Eso fue en 1965. Luego me fui a trabajar a Nueva York. Duré unos tres meses allá, en el mismo año, como mesero. ¡Ganando plata! Creo que nunca gané tanto en mi vida como de mesero en Nueva York. Trabajaba en Le Manoir, al frente del Four Seasons, si no me equivoco. Después me fui a Bélgica. Los que no teníamos ni idea de qué hacer estudiábamos ingeniería civil o cosas por el estilo. De allá me regresé casado, en el 67.
Quienes lo conocían le dieron solo dos meses a ese matrimonio… ¿Por qué?
Eso pronosticaron mis novias y mis amigas, no sé por qué. Y de eso ya hace 48 años.
¿Sería que era muy buen mozo o qué?
Pues en esos tiempos era estilo Modigliani y no Botero, como soy ahora.
Y ahora que toca el tema del arte, ¿es verdad que trabajó como modelo de escultura?
Fui modelo de desnudo en la Academia Real de Bellas Artes para Escultura de Bruselas. Trabajaba en eso después del horario de universidad, porque tenía tiempo libre y quería ganar unos pesos, para sumarle a lo que me mandaban desde Colombia. Y como ya tenía el plan de devolverme, debía conseguir para el pasaje. Un día vi ese aviso en la cartelera de la universidad, que buscaban modelo. Y lo tomé. Modelaba sobre todo para señoras de edad avanzada. Lo incómodo era que usaban esos compases de escultura para medir dimensiones, ¿los conoce? Esos que son medias circunferencias con una punta. Así que para mantener la calma era un poco complicado, pero aprendí a hacerlo. Además, ya había trabajado en otras cosas.
¿Como en qué?
Tenía un puesto muy interesante, que era parecido a la tarea de un vicepresidente, según dijo alguna vez López Michelsen: “El vicepresidente, cuando se despierta por la mañana, solo tiene que llamar a la Casa de Nariño y averiguar si el presidente está vivo o está muerto. Si está vivo, se vuelve a echar a dormir”. Yo era lo mismo: trabajaba para un señor que había tenido un infarto y manejaba un carro por toda Bélgica vendiendo colecciones de vestidos. Yo iba a su lado y lo único que pedía era que, si él volvía a tener un infarto, le oprimiera el pedal especial para frenar el carro. Si no tenía un infarto, no había nada qué hacer. Pero pasó algo muy interesante: me aburrí de estar esperando y un día entré con él a un almacén y la siguiente vez, en la siguiente ciudad, me fui al almacén del frente y logré una venta mucho mayor que la de él. Y así sucesivamente. Cuando le conté que me iba de Bruselas, me dijo que me quedara y que me convertía en su socio, que íbamos mitad y mitad. Mire lo que son las oportunidades: unos se quedan espichando un pedal, otros de socios del señor.
Pero se devolvió a Colombia, ya casado a los 20 años.
¡A los 19 años! En un momento dado habíamos pensado con Danielle posponer unos meses el matrimonio, para no hacerlo tan de afán, pero mi madre me dijo que no se me fuera a ocurrir cambiar la fecha. Me mandó una carta que todavía tengo guardada en la que me decía: “Jean Claude, ni de fundas. Ya me mandé a hacer el vestido con el sombrero compañero. Si no te casas, cambia la estación y la moda”. Lo decía en francés, por supuesto. Bueno, le contesté. Fue un matrimonio por lo civil. Muchos años después, ya con dos hijas, mi esposa –porque se lo propuso la comunidad– se convirtió a la religión judía y a la salida de esa ceremonia el rabino me avisó que teníamos matrimonio la semana siguiente. Nos casamos por lo religioso en un acto privado.
¿Usted llegó directo a trabajar en Aviatur?
Cuando mis tíos se enteraron de que me iba a casar, me cortaron los víveres. Yo decidí que venía a trabajar en lo que fuera y mi esposa estuvo de acuerdo en venir conmigo a trabajar en Colombia. Ella de profesora del Liceo Francés. Yo también había dictado clases particulares. Incluso compañeros como Rodrigo Castaño fue alumno mío de matemáticas y química. Así que yo me sentía capaz de salir adelante. Pero cuando llegué a Bogotá, justo el mismo día, mi tía me invitó a almorzar y me dijo que me fuera a trabajar en la empresa. Eso era noviembre del 67, mi tío había fallecido en octubre. Ella quería tener a alguien de plena confianza allá. Yo no llegué como sucesor. Pero así sucedieron las cosas. Así que entré como asistente de mi tía, comencé a aprender a hacer negocios y la verdad es que muy rápidamente manejé la empresa. La casa matriz quedaba donde hoy todavía está, en la calle 19 # 4-62. La primera oficina estuvo en la avenida Jiménez con Cuarta. Allá yo había trabajado de mensajero durante las vacaciones. Era la costumbre de uno, trabajar en vacaciones. Me movía en bus de 15 centavos. Bogotá ha cambiado mucho. Cuando llegué tenía 800.000 habitantes.
En todos estos años, ¿no ha pensado en irse a vivir a otro país?
No. Cuando trabajas en una agencia de viajes, y tienes la posibilidad de viajar adonde te dé la santa gana y cuando quieras, no sientes la restricción del espacio. El mundo es tuyo. A pesar de que en las épocas muy difíciles de Colombia, de las bombas de Pablo Escobar, los secuestros, mis amigos que se iban, yo –que ya había creado oficinas en Caracas, Miami, París y podría trabajar desde cualquier parte– nunca pensé en irme. Sí hubo momentos en que me tocó decirle a mi familia, por un tiempito, mejor se me van.
¿Ha recibido amenazas?
Alguna vez que me puse a investigar un tema de tiquetes robados a ver quiénes los utilizaban. Y otras veces con unos asuntos que prefiero no hacer públicos.
¿Usted diría que es un buen negociante?
¿Negociante? ¡No! Si incluso dicto clases de No negociación en las universidades. Suelo decir que uno solo negocia con hijueputas y con secuestradores. Cuando negocias, tú dices 100, el otro huevón dice 50 y terminan en 75, ¿cierto? Entonces cuando dices 100 y vale 75, estás tumbando al otro. Y cuando te ofrecen 50 y vale 75, te tratan de tumbar. En cambio, dices 75 de una vez y explicas por qué, dices cuál va a ser la utilidad, explicas el negocio, eres transparente. Nunca, nunca he negociado con nadie.
¿Entonces cómo se llama lo que hace?
Intercambiar puntos de vista. Pero no negociar. Para mí negociar es una forma de estafar. Ver hasta dónde va a aguantar el otro. Ni de fundas. Ahora, tampoco te digo que si compro una alfombra en Estambul no lo vaya a hacer. Porque allá hay que salirse cuatro veces del almacén llorando para volver, o si no el otro se siente mal. Allá es un ritual. Allá me toca. Esa alfombra que ves aquí en la oficina me llevó una tarde entera comprarla. Porque no hacerlo allá es una forma de mala educación.
¿Ha calculado cuántas veces ha subido a un avión?
No, no. Son unas cuatro o cinco veces al mes. Hacer la cuenta es imposible.
¿Y le ha pasado algo grave en algún vuelo?
Una vez, en octubre del 77, se reventó una turbina del avión, despegando de Lisboa. Yo iba con las dos niñas y mi esposa. Me impresionó la calma de Danielle. No se inmutó para nada, siguió escuchando música clásica. El resto de la gente estaba en pánico. Y el mismo avión, en la misma aerolínea, un primero de enero de Tahití a Lima, sufrí el mismo accidente. Un pájaro se metió en la turbina, pero logramos aterrizar.
¿Es verdad que una vez le robaron unos vestidos en un avión?
Así fue. En un avión de Avianca, el segundo piso del Jumbo, en la primera clase de un vuelo entre París y Madrid. Me quedé dormido y nunca volvieron a aparecer los vestidos, que si no recuerdo mal eran Cerruti. Pero eso pasó hace mucho. Nunca dije nada. Tengo una relación muy profunda con Avianca como para hacer ese reclamo.
Hablando de viajes, ¿de dónde viene su obsesión por la isla Clipperton, la famosa isla de la Pasión?
Eso nació en la universidad, en Bélgica. Un profesor, especialista en tratados limítrofes, y que le gustaba rajarnos porque sí, quería que habláramos de algún tratado limítrofe de Francia. Me puse a estudiar el tema. Y encontré el tema del arbitraje para la posesión de esa isla, entre Francia y México. Me interese mucho en el tema, tanto que formo parte de una asociación de gente que se interesa por esa isla. Somos unas veinte personas. Queda a la altura de Cartagena, perpendicular a Acapulco, un lugar inhabitado, dentro de una laguna de agua dulce. Maravilloso. Espere le pido a Pablo que le dé un disco compacto sobre la isla para que se lo lleve.
Todos sus asistentes son hombres. ¿No le gusta trabajar con mujeres?
Para nada. Es casualidad. En Aviatur hay una vaina que es el conducto regular. Jamás recibimos a alguien por encima si una persona por abajo puede tomar el cargo. Pablo era el mensajero. Las dos secretarias que había cogieron puestos de jefes de oficina y los mensajeros se capacitaron para ser secretarios. Me da igual mujeres u hombres.
¿Le ha tocado despedir a mucha gente en estos años?
Por suerte, no. Pero si es por irresponsabilidad, no me tiembla la mano al hacerlo.
Usted es un hombre que no parece quedarse quieto. ¿Cómo anda su salud?
Pues me han colocado seis stents. Por la diabetes. El azúcar me ha llegado a 400. Dicen que es un factor hereditario, que es la alimentación, que es el sobrepeso. Ayer decidí perder peso. Porque me dio un calambre en la cama, y se me durmió este brazo. La diabetes daña las terminaciones nerviosas. Me dan unos calambres nocturnos dolorosísimos, hasta cinco por noche. Así que dije no más. Decidí que me iba a cuidar.
Trago cero, supongo…
Un whisky de vez en cuando. O puedes echarte insulina, si quieres.
¿Pero es que es de mucha rumba?
Mucho coctel, no de mucha rumba. Me molesta el ruido. Me molesta la música estridente. Cuando comienza el ruido en las fiestas, me voy.
¿No le aburre ir a tanto coctel?
Es parte del trabajo. Pero rumba, si he amanecido dos veces en mi vida es mucho. Droga nunca. Habré fumado marihuana tres veces y nunca más.
¿Y no se cansa de verse en las sociales de los medios?
Es poquitico lo que salgo en comparación con los eventos a los que voy. Y eso que voy apenas al 10 o 20 % de las invitaciones que me llegan.
Y ese 20 %, ¿con qué criterio lo elige?
Por compromiso comercial, porque me gusta el evento. O los mejores compromisos: cuando es algo con los amigos. Ya me acostumbré.
Hace poco fue objeto de críticas cuando propuso vuelos de helicóptero hacia el aeropuerto en Bogotá y planeó aterrizar en la zona de Chapinero…
Pero al final no pasó nada. Me vinieron a buscar, hicimos pruebas, nos reunimos con el vecindario y el vecindario dijo que no. Perfecto, no. Nos vamos con nuestro ruido a otra parte, donde molestemos menos. Ahí no se casó ninguna pelea con nadie.
Ha tenido otras peleas más largas, como las críticas que surgieron con la presencia de Aviatur en los Parques Nacionales.
Eso surgió de licitaciones a las que nadie se presentó. Solo nosotros. Era en franca lid y nadie se interesó. Pero cuando nos metimos nosotros y ganamos las licitaciones, entonces todo el mundo salió a quejarse y a decir que el Gobierno nos había entregado el 10 % del territorio nacional. Creo que si, en total, he llegado a administrar 20 hectáreas de área concesionada es mucho. Otros dicen que el Tayrona está hecho una porquería y que Bessudo se lucra. Falso. El área en concesión está impecable. Donde está hecho una porquería es otra área, y allá hemos querido ayudar y poner baños y no nos han dejado por motivos jurídicos. Las carreteras que dicen que están hechas mierda no están en el área concesionada. En fin. Ya hemos dejado cuatro de las cinco concesiones y por razones diferentes. Amacayacu, por el desbordamiento del río. Nevados, por erupción del volcán. Quimbaya, porque la gobernación no quiso seguir. Gorgona, por atentados de las Farc. Queda Tayrona. Y el nivel de ocupación de habitaciones es de 98 %, lo que muestra que se necesita ese servicio.
Con respecto a la administración del Tayrona, lo relacionaron con asuntos de paramilitares, hace unos cuatro años…
Esa mentira apareció por las declaraciones de alias El canoso (José de Jesús Gélvez Albarracín), que dijo que habíamos ordenado el desalojo de doscientas familias en el Tayrona y no sé qué más. Yo pedí investigar todos esos hechos. Me citaron. Y al señor, alias El canoso, cara a cara, le pregunté detalles de una supuesta reunión conmigo, cómo se hacía para entrar a mi oficina, cómo estábamos sentados. Y terminó por reconocer que nunca había estado reunido conmigo. Tengo su declaración por escrito, firmada por él en la Fiscalía. Y la Fiscalía, en su investigación, me exoneró de todo.
¿Ha sabido usar su cercanía con el poder?
Le respondo con la frase de un amigo: los gobiernos amigos sirven para ir a cocteles y los enemigos, o los no tan amigos, para hacer negocios.
Después de tantas décadas de trabajo, parece que usted quiere descansar. ¿Por eso ya eligió su sucesor?
Así es. Mi hijo Samy es el presidente de la agencia de viajes. Él entró a trabajar conmigo dese hace doce años y le gustó. Un día, cuando sentí que ya era el momento de entregar la presidencia, le pregunté si hacíamos una selección o si la quería él. Me dijo que la quería. Ahora tengo algo más de tiempo para jugar con mis nietos.
MARÍA PAULINA ORTIZ
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