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Paz sin Pacífico

Sin Pacífico, hablar de paz territorial es un eufemismo.

Paula Moreno
En las últimas semanas la pregunta constante ha sido: ¿qué más tiene que ocurrir para que el país se movilice por el Pacífico? El sufrimiento de las comunidades del Pacífico, más de un millón de colombianos, ha sido de una guerra de proporciones en los ámbitos psicológico, social, económico e incluso político, que, si bien ha sido crítica en las últimas dos décadas, recientemente se ha mostrado con un rostro de mayor crudeza, opresión y decepción. Más de 12 atentados en el casco urbano de Tumaco en los últimos días y petardos que aún continúan; voladura de torres de energía y viaductos, que, fuera del drama de Putumayo, también tocó a la bahía de Tumaco; una serie de instituciones educativas amenazadas, paros armados y toques de queda anunciados; López de Micay, Guapi y Timbiquí enfrentan una crisis de desplazamiento que sigue latente, luego de la acción militar; bloqueos e incineraciones en las vías Tumaco-Pasto, Quibdó-Medellín, y así podría seguir el recuento, ya que se divulga muy poco lo que ocurre con las proporciones que tiene; y si bien hay acciones de control, la situación sigue siendo crítica.
Ante tanta complejidad y la carencia de respuestas integrales, siguen las preguntas: ¿a quién le importa la gente del Pacífico? ¿Por qué pasaron tantos días sin energía para 700.000 personas? ¿Por qué ningún funcionario público de alto nivel se hizo presente sino hasta el décimo día de la crisis, solo con la presencia del Ministro del Interior? ¿Por qué no se pronunciaron, así fuera para dar una voz de aliento? ¿Será que, aparte de las acciones militares, se van a tomar las calles con oportunidades a corto plazo, con sus diferentes sectores, para que el hambre no siga moviendo a cualquier joven a lanzar una granada (ahora que, cuando llegó la energía para congelar el pescado, se va a reducir la pesca por la mancha de petróleo)? ¿Será que, fuera del Gobierno, el sector empresarial va a ayudar para generar opciones de empleo sostenible, fuera de los puertos y la minería, en esta región?
Una líder de Tumaco nos dijo: “(...) Sentía que la tierra se movía y que cada una de las seis bombas que explotaron esa noche entraba a nuestra casa. Uno trata, a pesar de todo, pero así es muy difícil vivir”. En medio de este panorama, lo más triste es la indolencia de un país que, distraído, primero asume como prioridad los problemas en Venezuela, foros o chismes, sin poner estos dramas nuestros de primeros, que así afecten más a los considerados “otros”, que, en su mayoría, negros e indígenas, en la mitad de la selva, también son colombianos. La pregunta es si aún vamos a seguir siendo testigos, pase lo que pase, si el mensaje es que es natural y normal que se hable de paz sin Pacífico. Una de estas zonas del país sin dolientes, donde pareciera que el sufrimiento estuviera justificado y llega casi siempre primero la ilegalidad.
Sin Pacífico, hablar de paz territorial es un eufemismo. Allí se mide nuestra capacidad real de reconciliación, inclusión y reconstrucción para demostrar que al resto del país sí le importan estos colombianos largamente ignorados, su bienestar; que los estallidos de esas bombas que retumban toda la noche también los sentimos en Bogotá.
Nota: felicitaciones a Ciro Guerra, El abrazo de la serpiente es una película preciosa. Un país históricamente permisivo con que se cometan las mayores atrocidades. Esta película reivindica el valor y la dignidad de nuestros indígenas ante un genocidio que no podemos olvidar, y vuelve la pregunta: ¿de qué nos hemos perdido al haber dejado y seguir dejando a su suerte y a su drama a estas comunidades?
Paula Moreno*
Presidenta de Manos Visibles
@manosvisibles
Paula Moreno
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