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Regulación y partidos

Es hora de que volvamos a tener partidos de verdad. Dos propuestas podrían servir para eso.

Alfonso Gómez Méndez
Ojalá, como lo plantea Néstor Humberto Martínez en entrevista con María Isabel Rueda, al conciliar el proyecto de reforma constitucional en curso se retome la idea de la lista cerrada única, para erradicar el caos, los personalismos y el grave riesgo de financiaciones ilegales que hoy enfrenta la organización partidista colombiana.
Yo agregaría que para eliminar la circunscripción nacional de Senado, que no cumplió el objetivo de crear liderazgos nacionales y sí ha servido para dejar sin representación a varios departamentos, incluidos los de la “otra media Colombia”, para encarecer más aún la actividad política y para que los aspirantes se dediquen a “pescar” votos donde puedan, sin compromiso real con los electores ni con las regiones.
Extraña paradoja la que se presenta con el régimen partidista. Hasta 1957, cuando no había tanta regulación legal, Colombia tuvo partidos de verdad, con diferencias ideológicas y programáticas, órganos permanentes de expresión, participación de sus militantes más allá de la mera parlamentarización y responsabilidades político-sociales para sus dirigentes por conductas indebidas, por falta de resultados o por llevarlos a la derrota.
Es sabido que Eduardo Santos, derrotado internamente por Gaitán en unas elecciones intermedias, le entregó las llaves de la Dirección Liberal para que asumiera como jefe. Y López Michelsen, ante el triunfo de Betancur en 1982, renunció a la jefatura del liberalismo y confió su dirección a la Comisión Política Central.
La Carta del 91, buscando abrir espacios a nuevas organizaciones políticas y acabar con el bipartidismo, dio lugar a una proliferación de grupos, subgrupos y mini- partidos sin programas ni responsabilidades políticas, y a veces ni jurídicas. Hoy están bajo la lupa los candidatos “por firmas”.
Ahora proliferan candidatos “en busca de partido” que les dé el aval, no importa si de derecha, de centro o de izquierda. Y cuando los así escogidos resultan en líos judiciales, los expedidores de avales no responden, con toda clase de justificaciones, como la más común: que el candidato carecía de antecedentes penales o disciplinarios.
Lo que se presenta con indígenas y afrodescendientes es muy diciente, pues candidatos que nada tienen que ver con sus causas terminan avalados en “acuerdos” a menudo de última hora.
Cuanto hoy ocurre en el Partido Liberal muestra ese desorden. En el 2010, su candidato Pardo sacó la votación más baja en toda su historia y a pesar de ello no solamente siguió como jefe, sino que no convocó ni congreso ni convención para que tomaran las decisiones pertinentes.
Qué contraste con hecho reciente en la política inglesa, tan admirada por el presidente Santos. Una amiga colombiana, militante del laborismo, me envió copia de la carta en la que a todos sus militantes, la noche misma de la derrota, les decía el líder laborista: “Asumo toda la responsabilidad por el resultado de la elección y por eso es totalmente correcto que renuncie como líder del partido laborista”.
Aquí no solo no ocurrió algo parecido, sino que no se convocó el congreso y por ello Jaime Pulido, secretario de participación, demandó las decisiones posteriores ante el Consejo Electoral, demanda que coadyuvé con Bernardo Gaitán, Gustavo Zafra y Alfredo Beltrán.
Ni el Consejo Electoral, ni el Tribunal de Cundinamarca acogieron las peticiones. Ahora el Consejo de Estado ha decretado la nulidad de esos actos, dejando prácticamente en entredicho a la actual Dirección Liberal y sus decisiones, incluidos los avales.
Es hora de que volvamos a tener partidos de verdad. Las dos propuestas (lista cerrada y eliminación de la circunscripción nacional) podrían servir para eso, si se combinan con mecanismos democráticos internos para que no se repitan ni el bolígrafo ni la situación que hoy tiene en interinidad a las directivas del liberalismo.
Alfonso Gómez Méndez
Alfonso Gómez Méndez
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