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La fragilidad del proceso de paz necesita sitios de concentración

Hoy las negociaciones deben contar con componedores que ayuden a superar la incertidumbre.

He leído con estupor, aunque no con extrañeza, un artículo en Semana.com acerca de unas declaraciones del miembro de las Farc y negociador Jesús Santrich, donde insulta y estigmatiza no solamente a dicha revista sino a los medios de comunicación por los recientes bombardeos contra grupos guerrilleros de esa organización y en general por la información sobre el conflicto. Dicha lectura me ha dado pie para concluir por qué importantes sectores de la sociedad les tienen tanto miedo a las Farc.
Desde hace algún tiempo, en conversaciones con distintas personas, que comprenden empresarios, personas acomodadas, abogados, médicos y en especial sectores de clase media, he notado que estas expresan su temor por el resultado de las negociaciones de paz en La Habana, no tanto por la negociación en sí misma, sino por la posibilidad de que las Farc se conviertan en una organización política que pueda ser una alternativa real de poder en nuestro país.
El lenguaje inapropiado, entre amenazante y soberbio, que expresan las Farc en la mayoría de sus declaraciones y en comunicados, además de los artículos que aparecen en sus portales, en lugar de crear confianza en las negociaciones, de producir credibilidad en el proceso, muy por el contrario crean desazón, pero ante todo mucha prevención sobre lo que serían las Farc en el futuro político del país.
Si al anterior comentario se le agrega la falta de voluntad política y moral de las Farc para reconocer sus responsabilidades frente a las miles de víctimas, además de pretender ser ellos las víctimas y no los victimarios; la negativa de aceptar cualquier tipo de castigo, así sea redimible; la agresividad en el lenguaje cotidiano y esa falta de transparencia que da la sensación de no estar jugando limpio, creo que todo esto contribuye de manera fundamental a que dicha organización guerrillera esté llevando seriamente a que muchos colombianos creyentes en la paz vayan perdiendo, poco a poco, la confianza en dicho proceso.
Recordando lo que han sido los procesos de paz que han salido adelante en Colombia, con el M-19, el EPL, el Quintín Lame y Renovación Socialista, todos ellos se han caracterizado por la utilización de parte de los guerrilleros de un lenguaje reconciliador, por presentar dentro de las propuestas de Estado un modelo de sociedad no fundamentalista y siempre cuidando su lenguaje para no herir ni a sus víctimas, ni a sus opositores, salvo algunas pocas excepciones individuales.
Ahora no sucede así. Pareciera que los negociadores y voceros de las Farc hablaran con el fusil en la mano, no han transformado su lenguaje, insultan en forma grosera a quien se atreva a hacerles alguna crítica, no tienen canales de reconciliación con el país y se olvidan de los graves crímenes y delitos que han cometido en el pasado reciente.
Me pregunto si tantas personas que viajan a La Habana en acto de buena voluntad, cuando se encuentran con los voceros de las Farc, ¿se atreven o no a mostrarles lo dañino de sus posturas y sus declaraciones?
¿Será que las gentes más cercanas a su ideología estalinista no les harán caer en la cuenta del daño que le están haciendo a la credibilidad del proceso con las permanentes y retadoras intervenciones públicas, que sirven de alimento todos los días no solamente a los opositores del proceso, sino al ambiente de desconfianza que crece en el país, quitándole piso a quienes de una u otra forma aún defendemos que la mejor salida para el futuro de Colombia es una negociación de paz sólida y definitiva?
He querido compartir estas inquietudes personales, pensando que es la hora de que con las Farc se tengan diálogos claros, sin temores, con el fin de lograr que todas las dificultades que afronta el proceso puedan ser superadas, y la única manera de hacerlo es con transparencia, que los negociadores del Gobierno les hablen claro, que la sociedad también les hable claro, con el fin de que ellos también sean claros con los compromisos.
Es hora de acabar con la retórica, con los anuncios insustanciales, hora de las definiciones, sin concesiones gratuitas para mantener un proceso que no avanza. Estoy seguro de que así, con carácter, con altura intelectual y con propuestas, se podrá avanzar sin más dilaciones y lograr la confianza que el proceso de paz de La Habana requiere hoy más que nunca.
Que las Farc hayan decidido continuar puede tener muchas explicaciones, pero no se pueden interpretar como manifestación de que este proceso esté avanzando con firmeza. Mañana, o en 15 días, o en un mes, se podrán presentar nuevos y graves incidentes si no se aprovecha la coyuntura del momento para que las cosas se dejen bien claras. O, como dice el viejo proverbio español, “es mejor ponerse colorado una vez que pálido toda la vida”.
Los dilemas del cese del fuego unilateral y del cese del fuego bilateral
Y a propósito de los dilemas que enfrenta hoy la negociación, miremos lo que venía pasando con el llamado cese del fuego de las Farc, que tiene, de entrada, el mismo problema que podría tener un cese del fuego bilateral, si no existen mecanismos claros y expeditos de verificación, que en corto tiempo establezcan responsabilidades sobre algún incidente o cualquier acto que se pueda calificar como una clara violación a alguna de las dos modalidades del cese del fuego.
Sin verificación, ¿cómo se puede responsabilizar al secretariado de las Farc de que ellos hayan sido los que ordenaron la masacre de los soldados en el Cauca o si se trató de una acción inconsulta de un jefe de frente que a lo mejor no está interesado en que se consolide un proceso de paz?
¿Quién puede garantizar que un comandante de una unidad militar, llámese Ejército u otra fuerza del Estado, no ordene adelantar una operación contra un frente de las Farc, pretextando que un grupo de guerrilleros iban a atentar contra una instalación militar o contra una infraestructura eléctrica? ¿Declarar un cese unilateral obliga a que el Ejército pare su accionar militar, no patrulle, no acuda ante el llamado de autoridades civiles o de la población civil, alertando sobre la presencia sospechosa de un grupo armado?
Pongo el ejemplo del departamento del Cauca, en donde en los últimos meses he estado cuatro veces en distintas comunidades negras y campesinas, quienes han denunciado permanentemente que las Farc han estado ‘boleteando’ a las personas de toda esa región, no importa que sean pequeñísimos productores, miembros de cooperativas, tenderos, obligándoles a subir a campamentos donde se les establece el pago de sumas que deben ser entregadas en el menor tiempo posible.
Dichas comunidades acuden a las autoridades de su zona, llámense alcaldes, Ejército y Policía, y se quejan de que no cuentan con el apoyo de dichas autoridades, quienes alegan que no quieren que los acusen de estar provocando enfrentamientos con la guerrilla.
¿Estos hechos hacen parte del cese del fuego o no? Esas mismas comunidades han denunciado la presencia de miembros de las Farc en explotaciones de minería de oro ilegales, causando grandes daños ambientales en esas comunidades, contaminando las aguas, obligando a los habitantes de esas regiones a cooperar y a guardar silencio, a pesar del rechazo de negros, campesinos e indígenas. ¿Esto tampoco hace parte del cese del fuego?
Cualquier persona que visite esas regiones del Cauca encontrará testimonios de sus habitantes en el sentido de que hay algunos frentes, no todos, que se movilizan permanentemente protegiendo cargamentos de coca y exigiendo a indígenas, negros y campesinos no delatarlos, con la consiguiente amenaza. ¿También eso hace parte de un cese del fuego unilateral o bilateral?
Pongo estos ejemplos simplemente para mostrar la complejidad del llamado “cese del fuego unilateral”, amén de las denuncias en otras regiones del país donde se habla de ‘boleteos’, secuestros y de ataques a distintos miembros de la Fuerza Pública.
Las Farc no supieron apreciar ni manejar la generosa decisión del presidente Santos de suspender los bombardeos, cuando ellos saben que desde el punto de vista estratégico era una concesión muy importante que se les hacía, pues dichos bombardeos se convirtieron en los últimos años en el arma más mortal contra las Farc si nos atenemos a las numerosas bajas que las Fuerzas Armadas les han propinado.
Si el gobierno Santos con la mesa de negociación de La Habana llega a considerar pactar un cese del fuego bilateral, sin verificación, podría convertirse en otro fracaso, ya que además de las experiencias en anteriores procesos de paz, en la realidad de hoy en Colombia, cualquier grupo armado, llámese ‘bacrim’, narcotraficantes o personas radicales de las propias Farc, que no están de acuerdo con hacer la paz, y, por qué no, algunos miembros de la Fuerza Pública también radicalizados contra el proceso de paz, podrían adelantar acciones armadas o terroristas para tratar de acabar con las negociaciones de paz.
Claro está que lo ideal, teniendo en cuenta la fragilidad del proceso de paz de La Habana en estos momentos, sería que las Farc aceptaran sitios de concentración con todas las garantías, y a la par se avanzara en los acuerdos de paz para que la negociación llegue a feliz término en relativo corto tiempo.
En mi modesta opinión, los negociadores de La Habana deberían dedicase a encontrar fórmulas definitivas en los temas gruesos y no distraerse en temas que, como el Informe de la Verdad, no deberían estarse discutiendo en la mesa, sino que son el producto de un informe posterior a los acuerdos, que, según la experiencia, es elaborado por personas ajenas al proceso de negociación, con gran superioridad moral y ética, respecto de quienes han participado en el conflicto con el fin de llegar a una verdad diáfana y sin manipulaciones. En otras palabras, la verdad no se negocia.
Por último, pienso que la fragilidad que hoy sufren las negociaciones de paz en La Habana debe contar con la mediación de buenos componedores que ayuden a superar estos momentos de incertidumbre y que tengan credibilidad ante las partes. Me atrevo a sugerir los nombres del canciller de Cuba, Bruno Rodríguez, y del delegado de Estados Unidos para los Diálogos de Paz, Bernard Aronson, por las siguientes razones:
a) El Gobierno de Cuba, desde hace ya varios años, ha venido insistiendo en que la lucha armada no es el camino en América Latina para la toma del poder, como se puede constatar en el libro de Fidel Castro La paz en Colombia; b) El Gobierno de Cuba está interesado en consolidar sus relaciones con los Estados Unidos a partir de que el Gobierno norteamericano, como muchos del mundo, tiene la convicción de que Cuba dejó de ayudar y proteger grupos terroristas; c) Cuba nunca ha negado su relación con las Farc o con el Eln, y afirma que no les suministra ningún tipo de ayuda, ni militar ni logística. Creo que esta misma convicción la tiene el Gobierno colombiano, que fue lo que lo llevó a pedirle a ese gobierno su ayuda y su territorio para llevar a cabo estas conversaciones.
De otro lado, el gobierno del presidente Obama ha insistido en su disponibilidad para ayudar en distintas formas a que se consolide este proceso de paz, y sería un buen momento para hacerlo, sin desconocer lo que pueden hacer los países garantes y la comunidad internacional en ese sentido.
Sería sano que Gobierno y guerrilla hagan un alto en el camino y realicen gestiones “de alto vuelo” para recomponer el proceso, receso que no puede ser largo, pero sí productivo, con la cooperación de verdaderos expertos en el tema. Y para todas estas gestiones, el papel de la canciller María Ángela Holguín, hoy negociadora en La Habana, será fundamental.
Hernando Corral G.
Especial para EL TIEMPO
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