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Una guerra perdida; más allá del glifosato

Álvaro Gómez Hurtado ilustró perfectamente la incapacidad del Estado para combatir el narcotráfico.

Vladdo
El viernes pasado Álvaro Gómez Hurtado habría cumplido 96 años, pero esa es una fecha irrelevante, puesto que, atentados aparte, no sabemos si la vida le hubiera alcanzado para llegar a esa dorada edad. En cambio, el próximo 2 de noviembre se cumplen 20 años de su asesinato; dos décadas de impunidad que deberían llenar de vergüenza al aparato de justicia de este país, cuyos jerarcas recuerdan en ciertos aniversarios a algunas víctimas para hacer anuncios que solo se quedan en titulares.
Pero en medio de las discusiones sobre la interrupción del uso del glifosato para fumigar los cultivos de coca, me resultó inevitable recordar un editorial de Gómez, publicado en octubre de 1976, en el cual el director de El Siglo iba más allá al poner sobre el tapete la incapacidad del Estado para combatir el narcotráfico.
En el artículo, titulado ‘¡Cómo nos cuesta, señor embajador, cómo nos cuesta!’, el líder conservador demostró que en esta materia era más liberal que muchos de sus contemporáneos de las toldas rojas y que, por supuesto, iba muchos pasos adelante de sus copartidarios, dedicados a la política menuda. Lo de Gómez eran los grandes propósitos nacionales, las cuestiones macro, la visión de Estado frente a la ambición de estatus perseguida por tantos políticos de la época.
“Si fuésemos realistas, la actitud de los colombianos debería ser la de levantar las manos en señal de impotencia y decirle a la opinión mundial que somos incapaces de luchar contra la droga”, decía Gómez en uno de los apartes de un texto escrito hace casi cuarenta años, pero que hoy está más vigente que cuando fue escrito.
En su explicación del fracaso de la guerra contra las drogas, Gómez tocaba otro punto que ha adquirido dimensiones inmanejables. “En esa lucha sin esperanza estamos sacrificando lo que nos queda de autoridad y de justicia. La corrupción sube todos los días por la escala administrativa”, denunciaba sin rodeos, en lo que parece una radiografía de esta Colombia del siglo 21, en la que vemos cómo con el dinero del narcotráfico se han contaminado y lucrado la política, la guerrilla, las Fuerzas Armadas, la justicia, el periodismo, los ‘paras’, la economía, el deporte o la farándula.
También se refirió Gómez a la demanda, el otro componente obvio del asunto. “Nos hallamos de acuerdo con el embajador de los Estados Unidos en que hay que ir a la raíz misma de tan grave problema. Solo que esa raíz no la encontramos aquí, en nuestra tierra, en la ineficiencia de nuestra policía o de nuestra administración de justicia, sino que está localizada en la diferencia de capacidad de pago que existe entre los consumidores norteamericanos y la del pobre Estado Colombiano”, escribió en un párrafo que coincide, ¡quién lo creyera!, con las tesis de personajes tan disímiles como Carlos Gaviria, Antonio Caballero o César Gaviria, quien al respecto es más lúcido ahora que cuando fue presidente.
“Es importante que no se haga recaer la responsabilidad sobre quienes no la tienen”, afirmaba Gómez. “Colombia no es el sujeto activo de ese tráfico; no es ni siquiera un cómplice de él, sino su víctima. Su mayor víctima, porque es a la que más le cuesta”.
A la luz de ese editorial, el fondo de la discusión no debería ser, pues, el uso de un pesticida, sino la validez de seguir sacrificando recursos humanos, naturales y económicos en una guerra estéril.
* * * *
Colofón: en un país normal, la caída de un helicóptero Black Hawk sería la noticia más importante del día; no solo por la muerte de 4 de sus tripulantes, sino por el costo de la nave, que supera los 10 millones de dólares. Pero como Colombia no es un país normal, les prestamos más atención a las pataletas del Fiscal o a las diatribas del Procurador.
Vladdo
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