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Democracia: de los votos al monitoreo

Purga en el ejército tras los escándalos publicados en Semana. En Barranquilla, denuncias de la Misión de Observación Electoral desembocaron en la nulidad de la inscripción de cien mil cédulas. En Venezuela, las redes sociales han servido para alimentar las manifestaciones contra el régimen de Nicolás Maduro, cuyas reacciones han merecido las protestas de algunos organismos internacionales.
“Es difícil encontrar un nombre elegante para esta nueva forma de democracia”, ha observado John Keane. El historiador francés Pierre Rosanvallon la bautizó como “contrademocracia”. Keane, profesor de la Universidad de Sídney, prefiere llamarla “democracia del monitoreo”. (‘Monitory democracy’, en el libro coeditado por Keane The future of representative democracy, Cambridge, 2011).
Se trata, según Keane, de la más profunda transformación que la democracia ha experimentado en nuestros tiempos. Sería un nuevo tipo histórico de la democracia, definido en las múltiples y variadas acciones de escrutinio por fuera del parlamento y las elecciones –tradicionales herramientas de la representación–.
Es necesario precisar. Keane no está sugiriendo que los partidos, las elecciones o los parlamentos vayan a desaparecer. Pero en la “democracia del monitoreo” no ocupan el lugar central que han ocupado en la democracia representativa. Además, la nueva forma de la democracia superaría las fronteras de los Estados nacionales, con características globales.
La “democracia del monitoreo” se identifica con las centenares de organizaciones e iniciativas novedosas que pululan en el mundo contemporáneo para vigilar al poder y la conducta pública, dentro y fuera de los gobiernos. La lista es extensa. Incluye jurados de ciudadanos, presupuestos participativos, grupos de foco, comisiones de la verdad, redes sociales, las tarjetas inventadas por Mockus...
No es el fin de la representación, ni un salto atrás hacia la democracia antigua, advierte Keane. Por el contrario, ahora los mecanismos de representación se multiplican. Las elecciones y los partidos deben someterse a nuevas reglas. La sociedad civil ocupa un lugar notable en esta nueva “arquitectura” de la democracia, determinada en buena parte por las revoluciones en los medios de comunicación.
¿Qué tan novedosa es, sin embargo, la democracia del monitoreo? ¿Y cuál es el futuro de la misma democracia bajo sus emergentes modalidades?
Los orígenes de la democracia moderna están muy atados a las historias de la opinión pública y la prensa. Revísense sus trayectorias paralelas. La expansión de la era de los periódicos, desde mediados del siglo diecinueve, coincidió con el crecimiento de la democracia de masas, el período clásico de los partidos. El advenimiento de la radio puede atarse a la primera ola del populismo. La televisión contribuyó a seguir personalizando la política. Hoy, las redes sociales plantean tantas oportunidades como retos a la democracia.
Keane no ignora los retos del dominio del “monitoreo” para la misma democracia. Y aunque no les dedica mayor atención, cierra su ensayo con una breve reflexión sobre sus posibles efectos negativos: marginación, cinismo, tontas ilusiones, cultura de indiferencia.
“Solo el futuro nos dirá si la democracia del monitoreo sobrevivirá a sus mortales efectos”, nos advierte al final. Los beneficios del monitoreo, no obstante, superan con creces sus riesgos. No es tan novedoso como lo plantea Keane. Pero sus dimensiones han sobrepasado los canales tradicionales de la democracia. Antes de esperar pasivamente a lo que nos diga el futuro, urge integrarlo mejor en el diseño de la democracia representativa.
Eduardo Posada Carbó
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