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Esclavos de las claves

Mauricio Pombo
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Vivimos en épocas de chuzadas y ya ni siquiera soy capaz de chuzarme a mí mismo. El día a día es un infierno de contraseñas, claves, consignas, shiboleths, passwords, los nuevos nombres del milenario santo y seña de la antigüedad, cuando los centinelas que vigilaban una posición lo solicitaban al que quisiera pasar.
Para usar el teléfono celular, para acceder al computador, sacar plata del cajero automático, pagar la EPS, etc., etc. Claves de cuatro números que hay que cambiar cada mes, otras de letras y números, decenas de ellas que hay que guardar en esta memoria nuestra con cada vez menos memoria.
Hay casos extremos, como el que se da al querer ingresar en la red a la cuenta bancaria. Se ingresa una primera clave, luego hay que reconocer un dibujo y aceptarlo o no, seguidamente se debe responder una pregunta aleatoria que puede ser el nombre del barrio en que pasó la infancia, el año de nacimiento de la mamá, número de amigos (¡háganme el favor!) y finalmente un número de 7 dígitos para realizar el pago de algún servicio.
Y si llega uno a olvidar o errar al escribirlo uno de estos tantos códigos alfanuméricos (llamados PIT) o los sencillos numéricos (PIN), ¿quién dijo miedo? Lo pueden castigar dejándolo sin servicio un par de días.
En el Diccionario ideológico de la lengua española, de Julio Casares, ‘desde la idea a la palabra; desde la palabra a la idea’, las palabras contraseña y clave son asociadas con criptografía, contracifra, anagrama, jeroglífico, polígrafo, secreto y bustrófedon. Palabras complejas que a su vez serían buenas contraseñas. De clave en clave, hasta el muy probable fracaso final. La contraseñización de la vida. Y en esas se nos pasa esta, sin claves para entrar a la muerte.
Mauricio Pombo
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