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Carlos Betancur: de recoger café, al podio del Giro

No le gustaba estudiar ni ayudar en la finca, pero lo cambió el deporte. Es un gran ciclista.

En la finca Las Palmas, ubicada en la vereda Manzanillo, del municipio de Ciudad Bolívar (Antioquia), don Ignacio Betancur se emocionaba cuando llegaba la cosecha de café, pues era una buena oportunidad para mejorar la situación económica de la familia.
Él solo no daba abasto para recolectar el grano, así que le pedía a uno de sus hijos, a Carlos Alberto, que le ayudara. Nunca le decía que no, pero siempre le hacía lo mismo.
Don Ignacio regresaba en la tarde a la casa y le preguntaba a doña Piedad Gómez, su esposa, dónde estaba el canasto recolector de Carlos Alberto. “No, él vino temprano; dejó pocas pepas y se fue en la bicicleta”, le decía ella. “Este es mucho berraco. ¿No nos va a ayudar, pues, hombre?”, gritaba el señor Betancur, quien esperaba con ansiedad el regreso de su hijo para regañarlo.
“Llegaba muerto de la risa y me decía que quería ser ciclista, que nos iba a sacar adelante. Yo lo reprendía, pero siempre se la perdonaba, pues recogía algunos granos y mire lo que es ahora: cumplió su promesa”, recordó don Ignacio.
Así era Carlos Alberto Betancur Gómez, el ciclista colombiano que fue una de las figuras del Giro de Italia, que terminó el domingo pasado en Brescia, con una actuación sensacional e histórica de los pedalistas nacionales.
Betancur nació en Ciudad Bolívar el 13 de octubre de 1989. Tiene cuatro hermanos: Paula, Andrés Felipe (que también practican el ciclismo), Javier y Cristina.
Su genio no era el mejor. Por nada se molestaba y formó varios problemas. Cuenta su padre que alguna vez perdió una carrera en el pueblo, cogió a golpes la cicla y la desbarató.
A pesar de las dificultades, en su casa nunca faltó la comida. Más bien, el mercado disminuía cuando a Carlos le tocaba ir a correr a un pueblo vecino, pues su papá “lo mermaba para darle una platica al muchacho; pero él siempre corría y se traía su medallita y su trofeíto, por lo que ese sacrificio era bienvenido”, precisó don Ignacio, quien –como él mismo lo dice– trabajaba mucho, hasta los sábados y domingos, “voliando machete, cogiendo café y sembrando cilantro” para poder llevar el sustento diario a la casa.
A trancas y a mochas, Carlos terminó el bachillerato en la nocturna de la Institución Educativa San Antonio, en Jardín, y en el día entrenaba.
Su carácter lo llevó a meterse en líos. Varias veces se fue a los golpes con los compañeros, pero no fue sino que entrara al programa deportivo del suroeste para que enderezara su camino.
Allí, Betancur se encontró con Rigoberto Urán, Julián Arredondo y Jánier Acevedo, hoy figuras del pedalismo colombiano. Ellos hacían parte de un grupo de 22 muchachos que fueron ‘reclutados’ para ser formados como ciclistas por Gabriel Jaime Vélez, quien fue a la vereda Manzanillo, donde vivía Carlos, y le ofreció vivienda, alimentación, una bicicleta nueva, el casco y la oportunidad de estudiar y de hacer ciclismo. Y sin pensarlo dos veces, aceptó.
“Siempre he dicho que es mejor atajar que arriar. Y eso me tocó hacer con Carlos. Venía del club de ciclismo de Bolívar, pero no hacía caso. No le gustaba estudiar y lo castigué: no lo incluí en la nómina para la Vuelta Juvenil de Antioquia del 2005 y le dije que si seguía así, tampoco correría la Vuelta del Porvenir”, señaló Vélez.
Betancur aprendió la lección. Era tanto su amor por el ciclismo que le tocó bajar la cabeza, ponerse a estudiar con disciplina y obedecer las órdenes de su entrenador. Todo lo que en su casa no le gustaba hacer cuando era niño y le ‘sacaba el cuerpo’ a la recogida de café, a la siembra de la yuca y a darles de comer a los marranos.
Lo curioso es que todo el que lo conoce tiene una versión distinta de su personalidad. “No me parece que se haya calmado. Sigue siendo muy travieso. ¿No ve lo que hizo en el Giro”, señaló José Diego Ramírez, a quien todos en Jardín conocen como ‘Pacheco’, el hombre que con Óscar Herrera vio cómo Carlos Alberto se convirtió en ciclista.
Ya en Jardín, conoció a Estefanía Restrepo, una jugadora de voleibol de la selección del municipio, quien lo impactó por su belleza.
“En un pueblo la gente se relaciona rápidamente. Carlos era un ciclista y yo, una jugadora de voleibol; todo eso facilitó que nos relacionáramos”, comentó Estefanía, con quien Carlos Alberto comparte su vida.
Ella destaca que Betancur es un excelente hijo, que vive muy pendiente de sus hermanos, de sus padres y que le encanta ayudarles a los demás.
Es un luchador incansable por conseguir lo que quiere y un hombre al que cuando las cosas no le salen se molesta. No le gustan los problemas y por eso los evita. Se ofusca cuando se le presentan, pero a pesar de sus 23 años ha madurado, gracias al deporte.
“Es cierto que se da mucho a la gente. Es el ciclista más agradecido de los que he tenido. Me llama, siempre que viene nos vemos y está pendiente de lo que pasa”, aseguró Vélez, uno de sus primeros entrenadores.
En su casa, en Jardín, hay un cuarto especial donde guarda los mejores recuerdos de su profesión. Allí, en un clóset, están las camisetas de ciclismo más representativas para él.
Por supuesto que, en un lugar privilegiado, está la blanca con el tricolor cruzado, con la que ganó la medalla de plata en el Mundial de ruta de la categoría Sub-23, en Mendrisio (Italia)-2009.
“¿Que si come bien? Uffff, es buena muela. Le gustan los asados. A veces, cuando se va a entrenar, me dice: ‘Amor, hoy hago una hora más porque nos vamos de asado’ ”, señaló Estefanía.
Carlos ya disfruta de la compañía de ella en su casa. Saca cualquier momento para venir a Colombia, pues Estefanía no tiene los papeles para irse a Europa y acompañarlo. Además, ella quiere estudiar fisioterapia.
Carlos Alberto no cambia, y menos con su gente; por eso sacará un rato para ir al billar del pueblo y retar a sus amigos, a los que derrotará con ‘carambolas de fantasía’, como la que hizo en Italia, donde fue quinto en la general y ganó la camiseta blanca de mejor joven.
Lisandro Rengifo
Redactor de EL TIEMPO
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