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Mercedes

Esta es una columna que no deberían leer mis compañeros de género. Están advertidos. No les va a gustar. Los hombres somos una manada de vividores, irresponsables, prepotentes e insensibles. El mundo no necesita de nosotros.
Gracias a que existe el ser femenino hay esperanza para la humanidad. Si no fuera por ellas, el caos y la locura se tomarían para siempre la historia. Las mujeres no solo son la fuente de la sensatez sino que, además, no alardean sobre el inmenso poder que silenciosa y efectivamente ejercen sobre los destinos de todos nosotros.
Estas reflexiones me vinieron a la cabeza por una fotografía publicada recientemente en este diario donde dos gigantes se daban un abrazo. Me refiero, por supuesto, al expresidente de los Estados Unidos Bill Clinton y nuestro Nobel, Gabriel García Márquez. Detrás de ellos, tratando de huir de la cámara, sentada plácidamente observando estaba Mercedes Barcha, la esposa del gran maestro de la literatura contemporánea.
Esta imagen capta de manera sencilla, pero elocuente, el carácter de Mercedes y su papel en la vida de García Márquez. De todos los que aparecen en la fotografía, ella es verdaderamente el centro de gravedad, el núcleo, la fuerza. Clinton –presidente dos veces del país más poderoso de la Tierra– y Gabo –el genio incuestionado– aparecen como dos niños retozando ante la mirada complaciente y risueña de su madre.
Porque, desafortunadamente, para la mayoría de las mujeres la carga de la maternidad no es nada al lado de la necesidad de ejercer el rol de madres –severas y complacientes al mismo tiempo– con sus maridos. Yo lo reconozco sin vergüenza. Gracias a ellas los hombres podemos, más o menos, sobrevivir y hacer algo decoroso con nuestras vidas. Si no fuera por ellas, seguiríamos hasta el día de la muerte como infantes patéticos andando de tumbo en tumbo.
Es una injusticia pero es ineludible. A las mujeres les toca no solo responder por los actos de su propia vida sino también por los de sus hijos y –peor aún– por los de sus esposos o compañeros. Es una carga bien pesada.
A veces ocurren circunstancias únicas donde dos seres, como Mercedes y Gabo, se encuentran y son capaces –juntos– de cambiar la historia. Es cuando bajo el comando sereno de una mujer excepcional el hombre puede florecer para aportarle a la humanidad algo relevante. Pero que no se crean los machos que es gracias a ellos. No somos más que un instrumento. Sin el virtuosismo femenino seríamos como un Stradivarius colgado, mudo, en la pared.
En el caso de los García Márquez no hay duda de que la genialidad del Nobel no se hubiera desplegado sin la paciencia, la ternura, la sabiduría y la disciplina férrea de Mercedes. Uno siente y ve la mano de esa mujer aflorando sutilmente en todos los momentos difíciles, y también en los estelares, de la vida del escritor. Gabo se merece todos los homenajes, sin duda. Pero a su esposa le adeudamos todos los reconocimientos.
Esos mismos reconocimientos son los que deberían recibir todas las mujeres colombianas. No basta con aprobar leyes sobre la igualdad de género o emitir fallos reivindicatorios. Todo eso está muy bien. Se trata de algo más importante. Se trata de hacer de la vida cotidiana –en pareja y en familia– un permanente y diario tributo de dignidad, respeto, admiración, amor y agradecimiento a quienes con serenidad y abnegación garantizan que el mundo siga rodando, que los hombres no seamos un permanente desastre y que los hijos encuentren una segunda oportunidad sobre la Tierra.
Díctum. Mientras Uribe y José Obdulio le coqueteaban al general Naranjo para que fuera su candidato, todo perfecto. Ahora que decidió defender las políticas del actual gobierno es el peor enemigo. Actitud mezquina. No nos sorprende.
Gabriel Silva Luján
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