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El matrigay

Cumplo con todas las condiciones descritas por él mismo para agredir al señor Procurador, pues como periodista soy intocable y más aún como insolente columnista del Norte, vecino de aquellos que tildaban antes guerrilleros del Chicó. Suelo echar mis pases de porro antes de sentarme a opinar –si así puede llamarse a esa actividad alterada que consiste en desmedrar las honras añejas, ya bastante baldonadas–. Mas nunca podría hacerlo, pues considero que la constitución humana tolera las posibilidades de equivocarse, tanto a los cetáceos de grandes mandíbulas como el citado, nada menos que de talla y pantalla presidencial, como a los peces bocachicos, debo asumir.
Preferí manosear el tema del matrimonio gay u homosexual, o igualitario, como prefieren llamarlo gais y homosexuales, que por tantos problemas está pasando –pues no está pasando– en el parlamento, a partir del problema etimológico de que matrimonio viene de matriz (matrix), que es lo menos que tienen los mariposos hormonados y testiculados. Y en el Senado sí respetan el castellano y la semántica, tanto como este prosista, contrariando la afirmación de Fernando Vallejo, esa zorra del cuervo blanco. La tal unión solemne por la que han luchado los arrebatados sarasas desde que salieron del paraíso corre el riesgo de quedar convertida en una diligencia de notaría, como la autenticación de una firma. Si me refiero al paraíso es porque, según descubrí hace añares con la bruja Raquel Jodorowsky: “Los padres de Adán y Eva / fueron cuatro / dos hombres / y dos mujeres / Del matrimonio de los hombres / nació Adán / del matrimonio de las mujeres / nació Eva.”
Decidí asomarme por un bar de locas, y para ello me hice acompañar de una marimacho amiga de casa, que me cubriera de interpretaciones lesivas por parte de cualquier sapo. Quería darme cuenta in situ de cómo ve la comunidad elegetebé el fracaso del enlace con traje de novia y novio y con tortas humanas en medio de confetis y serpentinas.
En las mesas, hombres con hombres y mujeres con mujeres, como había vislumbrado una reina de la belleza, pero yo me mantuve en mis trece, tomado de la mano apretando anillos con mi amiga indecisa. Antes de pedir nada bailamos un par de porros, a prudente distancia. El unduoso mesero se nos acercó para decirnos que de la mesa de enfrente cariños un cliente nos enviaba una botella de pernod y que si le dábamos acogida en la mesa, así haríamos un triángulo, qué carajo, le dije, dígale que bien pueda. Y se nos arrejuntó el vivo retrato del procurador, va la madre, podría jurar que era él, si no tuviera la seguridad respetuosa de que no tenía nada que hacer allí.
Creo reconocer en usted a un escritor público que hace mucho aspaviento con su machismo, trasnochado para muchos, no para mí. Pero así quería verlo, recién saliendo del clóset. Es posible que me equivoque, como usted al pensar quién soy. De todas maneras, por mi apariencia me apodan ‘El procu’, porque sí procuro ser bien macho y alejado del sexo excreta. Salud. Con seguridad que la dama no es su pareja, la delata la espuela, que las telas no disimulan. Deben andar intrigados con lo del fracaso de la aprobación del matrimonio entre maricuecas sin matriz. Pero ya que es usted un comunicador acatado, le tengo la solución.
Vaya diciéndola no más, le contesté expectativo apurando el trago francés. Uno de los 2 contrayentes gay, el pasivo –o el más pasivo–, deberá someterse al cambio de sexo, a la amputación del miembro y a la implementación de una vulva. Será una muestra de amor a su machucante. Y así se disolverá ante el Legislativo el problema semántico del matrimonio. En uno de los 2 habrá vulva, equivalente a matriz, así no sea fértil.
¡Ay!, exclamó dolorida mi acompañante. Ha de saber que en estas coyundas, en la mayoría de los casos, cada contrayente es a la vez el novio y la novia. (Continuará)
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