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¡Viva el arte!

‘¡Viva el arte y los artistas!’ La pancarta negra con letras blancas es un llamado a… ¿a qué?, ¿a quién le importan los artistas?, ¿cuántos colombianos han visitado al menos una vez en su vida una galería?, ¿cuántos han comprado una obra de arte?, ¿para qué demonios sirve el arte?, ¿alguien realmente entiende para qué sirve?
La exposición de Luis Hernández Mellizo en la Galería Nueveochenta formula todas estas preguntas en una serie de obras que reivindican el “derecho” de los artistas a trabajar y a empuñar sus herramientas.
Todo empezó en Buenos Aires; debajo del puente de una autopista –un lugar en el que los artistas callejeros generalmente empuñan sus aerosoles–, Hernández Mellizo encontró un letrero desafiante: ‘No pinte, respete a los demás”. Pintar, de pronto, era un irrespeto para la sociedad. Tomó el letrero –diseñado como una señal de tránsito– y empezó a reproducirlo sobre los grafitis que se encontraba en su camino. Y esa obra –esa idea– tomó más forma con las celebraciones del Primero de Mayo; se apropió del ambiente festivo de los argentinos y de toda la iconografía que se maneja alrededor del trabajo: los cascos, la hoz y el martillo, en suma, se apropió de las herramientas. Y una de sus obras más conmovedoras es un martillo que termina en un pincel. Pero Hernández no es el único que se pregunta (y responde) la pregunta de ¿para qué sirve el arte? En la Galería Casas-Riegner hay una respuesta impresionante: la obra de Gabriel Sierra.
Sierra sostiene que no podemos escapar de la arquitectura. Y para él, el arte sirve para dejarlo en evidencia; su exposición es una intervención en el espacio que logra que una ventana –la ventana principal de la sala en donde está su obra– se convierta en el lugar por el que entra la luz; ¿suena estúpido? Tienen que verla: personalmente he visto esa ventana cientos de veces y nunca la vi como algo tan valioso.
Sierra construyó un aparatoso marco de madera alrededor de la ventana y logró que se convirtiera en un cuadro de luz blanca: el lugar donde se separa la oscuridad del interior con la luz de afuera. Hizo lo mismo con dos ventanas laterales en las que nadie se fija: les construyó unos rectángulos de madera y logró que fueran evidentes y crearan una atmósfera desconocida en la galería. El arte –en su obra– sirve para que veamos la luz, el milagro de la luz. ¿No es suficiente?
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