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El engaño de las armas nucleares

GARETH EVANS
Pensando en la reunión de delegados de 189 países en preparación de la próxima Conferencia de Examen del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) del año 2015, me acuerdo de la primera vez que asistí a una reunión informativa sobre la estrategia nuclear de los Estados Unidos. Eran principios de la década de 1980; yo era un joven ministro del gobierno australiano y recibí el informe en lo más recóndito del Pentágono, de boca de un hombre de guardapolvo blanco, provisto de un puntero y extraordinariamente parecido a Woody Allen.
Apenas tuvo palabras para los incontables seres humanos reales que en caso de estallar una guerra nuclear morirían vaporizados, pulverizados, calcinados, quemados o víctimas de la radiación. Habló en un lenguaje frío y técnico, donde todo se reducía a cargas útiles, posibilidad de supervivencia, ataques contrafuerza y contravalor. Fue, sin embargo, una explicación impresionante de la lógica de la disuasión nuclear y de la mecánica de la destrucción mutua asegurada, que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética aplicaron durante toda la Guerra Fría.
Han pasado treinta años y no es probable que los gobiernos de Moscú y Washington vayan a lanzarse mutuas andanadas de misiles nucleares (si es que alguna vez existió tal posibilidad). Tampoco es concebible el inicio deliberado de una guerra nuclear entre China y Estados Unidos.
Incluso con países como India y Pakistán, el riesgo de error de juicio o de cálculo es mucho más preocupante que la posibilidad de un ataque deliberado. Y tratándose del régimen de Corea del Norte (o de Irán, si alguna vez llega a desarrollar armas nucleares), el riesgo de que lancen un ataque es insignificante, ya que afrontarían la destrucción inmediata (por otros medios que los nucleares).
La mayoría de los delegados presentes en Ginebra coincidirán con estas apreciaciones, incluso los que representan a estados con arsenal nuclear. Pero es increíble hasta qué punto la fría lógica de aquel doble de Woody Allen sigue presente en la política nuclear de nuestros días.
Por ejemplo, a Rusia le preocupa la posibilidad de que Estados Unidos lance un ataque preventivo con misiles de largo alcance para destruir en el terreno los misiles nucleares rusos (que están desplegados en su mayor parte en ubicaciones terrestres fijas) y de que el sistema antimisilístico estadounidense reste poder a una eventual represalia rusa. Pero aunque no puede plantear ningún escenario donde sus temores se hagan realidad, Rusia no solo les da largas a las conversaciones sobre reducción de armamento nuclear, sino que insiste en mantener más o menos un millar de armas nucleares estratégicas en alerta y listas para ser lanzadas en cuestión de minutos.
Previsiblemente, Estados Unidos responde negándose a desmovilizar sus propios misiles mientras Rusia no desactive los suyos. Así que el mundo todavía tiene unas 2.000 armas de destrucción masiva enfrentadas y listas para volar en cualquier momento, con lo que el riesgo de una catástrofe debida a errores humanos o informáticos o a cibersabotaje es máximo.
Esta lógica disuasoria produce un efecto bola de nieve. Como Rusia y Estados Unidos poseen 18.000 de las 19.000 armas que forman el arsenal nuclear actual del mundo, es imposible convencer a ninguno de los otros Estados nucleares de que reduzcan sus propios arsenales (mucho más pequeños) mientras las dos grandes potencias nucleares no recorten los suyos en forma drástica.
China comparte las inquietudes de Rusia acerca de la superioridad estadounidense en armamento convencional y sistemas antimisiles, y está en proceso de aumentar y modernizar su arsenal, que se estima en unas 240 armas. Al seguir China ese curso, India (que no firmó el TNP pero cuenta con 100 armas propias) se siente obligada a ampliar el arsenal propio. Lo que refuerza todavía más la determinación de Pakistán de no dejarse superar por India.
La realidad es que más allá de lo que digan, ninguno de los Estados nucleares (tanto los que firmaron el TNP como los que no) está realmente comprometido con la eliminación definitiva de las armas nucleares. La razón principal es que la lógica de la Guerra Fría y la teoría de la disuasión mantienen su poder de convicción (aunque en algunos países también es evidente la contribución del factor testosterona, esto es, la idea de estatus y prestigio).
La edificante retórica pro desarme del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, no es más que eso. Ningún Estado nuclear está realmente dispuesto a fijar un cronograma para una reducción importante de la cantidad de armas nucleares, y ni hablar de su abolición. Las acciones de todos estos países (el tamaño de sus arsenales, las reservas de material fisible, los planes de modernización de fuerzas, la doctrina declarada y las prácticas de despliegue conocidas) apuntan en la misma dirección. Todos ellos prevén conservar sus armas nucleares por tiempo indefinido y seguir incluyéndolas en sus políticas de seguridad.
Esta actitud genera consecuencias profundamente perturbadoras. Hoy más que nunca, la posibilidad de que diversos Estados de Oriente Próximo y del noreste de Asia se unan al club nuclear es motivo para preocuparse. Pero la renuencia de los Estados nucleares a hacer avances en materia de desarme hace cada vez más difícil introducir las reformas necesarias para reforzar el futuro régimen global de no proliferación.
Esto quedó de manifiesto en la última Conferencia de Examen del TNP de 2010, cuando todos los intentos de imponer medidas de salvaguarda más firmes, fortalecer los mecanismos de vigilancia y coerción y revitalizar los sistemas de control de producción de material fisible quedaron en la nada. La misma sensación se percibe en Ginebra esta semana.
Por supuesto, es irracional que aquellos que buscan el objetivo último de lograr un mundo sin armas nucleares no estén dispuestos a apoyar las medidas de no proliferación más estrictas posibles. Pero la terquedad de algunos líderes es su reacción natural e inevitable al ver el uso tan extendido de la doble vara (“mis temores justifican que yo mantenga un arsenal nuclear, pero el caso de ustedes es distinto”).
Para avanzar hacia un mundo más seguro y más sensato, es necesario que todos los Estados poseedores de armas nucleares se liberen de esta mentalidad propia de la Guerra Fría, reconsideren la utilidad estratégica de la disuasión nuclear en las condiciones actuales y recalibren los enormes riesgos que supone la conservación de estos arsenales. Es tiempo de que reconozcan que en el mundo de hoy, las armas nucleares son el problema, no la solución.
Traducción: Esteban Flamini
Gareth Evans
Ministro de Asuntos Exteriores de Australia entre 1988 y 1996, rector de la Universidad Nacional de Australia y presidente en dicha universidad del Centro para la No Proliferación y el Desarme Nuclear de la Escuela Crawford de Políticas Públicas, que acaba de publicar un informe titulado Nuclear Weapons: The State of Play (Armas nucleares: situación actual).
Copyright: Project Syndicate, 2013.
www.project-syndicate.org
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