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El Septeto Ignacio Piñeiro de Cuba pone el son en Bogotá

Este sábado, en el Teatro Colsubsidio, de Bogotá, se presenta este legendario grupo.

“El son es lo más sublime para el alma divertir, un bálsamo y un antídoto. Una música que se puede oír y bailar y que hace gozar”.
Sí, caballeros, así habla Ricardo Roberto Oropesa Fernández, productor artístico, presentador y bailarín del Septeto Nacional Ignacio Piñeiro, de Cuba, intérprete especialmente de son, que se presenta mañana en el Teatro de Colsubsidio, de Bogotá, con Los del Caney, de Cali.
Se trata, sin duda, de uno de los grupos más importantes y antiguos de la isla (fue fundado por Piñeiro en la década de los años 20 del siglo pasado) y a sus 85 años no da señales de agotamiento.
Todo lo contrario: lleva cuatro generaciones de músicos “manteniendo su excelencia musical, preservando y enriqueciendo el folclor cubano, la música popular y tradicional de la isla. Somos portadores de una ‘tímbrica’ y un estilo auténticos creados por Piñeiro”, sigue Oropesa.
En la actualidad –y desde hace 10 años–, el Septeto está integrado por Eugenio Rodríguez ‘Raspa’, voz líder y director musical; Francisco David Oropesa ‘el Matador’, bongó y director general; Enrique Abdón Collazo, tres; Raúl Acea ‘Kao’, contrabajo; Crispín Díaz, primera voz y maracas; Dagoberto Sacerio, guitarra y segunda voz, y Raúl Miranda, trompeta.
Ellos son los intérpretes de Échale salsita, Esas no son cubanas, El bardo, Mayeya (No juegues con los santos), Dónde andabas anoche, Noche de conga, Suavecito, Cuatro palomas y Mentira Salomé, entre otras, que son las canciones de Piñeiro, un hombre sencillo que desempeñó distintos oficios en La Habana (donde nació en 1888 y murió en 1969), como albañil y vendedor de tabacos, pero que desde niño se interesó en la música, iniciándose en coros para luego convertirse en un grande de la interpretación y el conocimiento del son.
Para Oropesa, mantener ese legado es “enriquecer el acervo musical creado por Piñeiro, pues amamos su música, la disfrutamos y la defendemos por su riqueza espiritual, su carácter patrimonial y por ser portadora de la más auténtica cubanía”.
Y agrega que todos los músicos que han pasado por el septeto (los vivos y los muertos) se han considerado hijos de Piñeiro, quien no tuvo descendencia.
Saben que viven en una industria sonora muy diferente, pero están convencidos de que “el esfuerzo máximo radica en preservar y enriquecer la música patrimonial. Las modas son pasajeras. Lo folclórico ha superado las fronteras del tiempo, es lo popular de su tiempo y se queda en el corazón de los pueblos”, sigue.
Como buenos colegas, dicen que no están de acuerdo con que se haya prohibido la interpretación del reguetón en algunos espacios cubanos, pero Oropesa manifiesta que este género debe ratificar su autenticidad y superar “el mal gusto, la obscenidad y la indecencia”, que le generan rechazo en muchas personas.
Agrega que el son en sus inicios pasó por una etapa similar: estaba prohibido por las autoridades y era detestado por la clase alta de La Habana porque la consideraban una música marginal o de “solar” (de patio, para pobres e ignorantes). Además, había nacido en la provincia, lo que era peor para esta música.
Gracias a Ignacio Piñeiro, que le dio una visión propia y más elegante al son (al igual que otros músicos habaneros de la década de los años 20), así como a la difusión radial, el son se convirtió en la música más importante de Cuba.
“Tal vez entre los reguetoneros aparezca un Ignacio Piñeiro y la cosa cambie”, dice Oropesa.
Pero mientras tanto, que se repita la frase “el son es lo más sublime para el alma divertir”.
¿Dónde y cuándo?
23 de febrero 8 :00 p.m. Teatro Colsubsidio. Calle 26 No. 25-60. Teléfono 593-6300. Boletas: 60.000, 78.000, 90.000 y 100.000 pesos.
REDACCIÓN CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
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