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La ley de la pistola

La semana pasada, dos estudiantes chinos fueron asesinados a sangre fría en la ciudad de Los Ángeles mientras platicaban, de noche, en su automóvil. A la fecha, nadie sabe por qué los mataron ni para qué. No hubo robo ni motivo aparente.
La noticia de la muerte a destiempo de estos dos jóvenes estudiantes de posgrado en ingeniería me conmovió de forma especial, porque los hechos sucedieron en las inmediaciones de la Universidad a la que he regresado para terminar mi posgrado.
Pero no vaya usted a pensar que Los Ángeles es la capital del crimen violento en el país donde cada día 32 personas mueren a causa de las armas de fuego y difícilmente pasa una semana sin que surja un nuevo incidente de violencia colectiva.
Irónicamente, la tasa de homicidios per cápita es desproporcionadamente más alta en los estados del sur del país, precisamente en aquellos en los que más se predica la devoción a la 'Ley y el Orden'.
En Estados Unidos, en un año cualquiera, unas 100.000 personas mueren o son heridas por disparos con armas de fuego: 31.593 de ellas mueren asesinadas a balazos y 66.769 son heridas. Las tasas de homicidio a balazos, con arma blanca o a golpes son casi siete veces más altas en este país que las de 22 países del mundo industrializado y las del homicidio con armas de fuego son casi veinte veces más altas.
Se calcula que más del 40% de las ventas de armas tienen lugar en mercados secundarios, como las ferias de armas en las que los vendedores no hacen los debidos chequeos sobre los antecedentes de los compradores, un requisito que en teoría exigen las leyes vigentes sobre el control de armas.
Las teorías que intentan descifrar el porqué de esta trágica incidencia son muchas. El profesor Pieter Spierenburg, un reconocido experto en criminología ha escrito que los estadounidenses no se beneficiaron del "proceso civilizador" que los países europeos vivieron (desde el aprendizaje de maneras en la mesa hasta la aceptación de la autoridad del Estado) antes de adoptar la democracia como su sistema político. La revolución americana, dice Spierenburg, hizo libres a los estadounidenses antes de que tuvieran tiempo de aprender el autocontrol, un derivado natural de la noción de que para preservar el Estado de derecho el Estado es quien debe tener el monopolio de la fuerza, no la población armada.
Otros expertos opinan que la solución más práctica para mitigar la violencia con armas de fuego sería la promulgación de leyes que racionalicen su compra. Una sugerencia improbable dada la inmoral dependencia del Congreso estadounidense a la poderosa Asociación Nacional del Rifle, que no solo financia gran parte de las campañas de los congresistas sino que inspira pavor a quienes se atreven a desobedecer sus abusivas demandas.
La semana pasada, en la convención de la NRA, cuyo lema fue 'Una celebración de los valores americanos", el camaleónico Mitt Romney prometió a los asistentes su eterna fidelidad en caso de llegar a la presidencia. Antes, alguna vez en su carrera política se había opuesto, aunque tímidamente, a los designios de la NRA. No más. Peor aún fue la abyecta intervención de Newt Gingrich, quien con la incontinencia verbal que lo caracteriza, dijo que exigiría a Naciones Unidas proclamar la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense como un "derecho humano de cada persona en el planeta".
Desafortunadamente para la salud física y mental del país, los demócratas, empezando por el presidente Barack Obama, tampoco tienen un récord que presumir oponiéndose a los designios de la NRA y es precisamente por este contubernio entre los mercaderes de armas y el gobierno que la cifra de muertos por armas de fuego en este país seguirá aumentando.
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