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Religión

'El corazón de la política tiene que ser el bien común'

Monseñor Urbina es un prelado que conoce bien las urgencias de los colombianos.

Monseñor Urbina es un prelado que conoce bien las urgencias de los colombianos.

Foto:Claudia Rubio / EL TIEMPO

El Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia habló sobre los males que aquejan al país.

La Iglesia Católica colombiana tiene, desde el pasado mes de julio, un nuevo jerarca, un ilustre y sencillo jerarca, muy poco conocido en las esferas públicas.
Óscar Urbina Ortega es el presidente de la Conferencia Episcopal, el cargo más importante dentro de la organización eclesiástica del país. Reemplazó en esa dignidad al reconocido cardenal Rubén Salazar, quien ahora anda concentrado en su cargo de arzobispo de Bogotá y como presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam).
Un hombre, cuentan sus allegados, esencialmente sencillo. De origen campesino. Un pastor que conoce a su rebaño; de esos pastores que tanto quiere y proclama el papa Francisco.
Nació en la vereda el Peñón del municipio de Arboledas (Norte de Santander) el 13 de abril de 1947. El hijo de Juan de Dios Urbina Ortega y Josefa Ortega Arias estudió en la escuelita del pueblo y afianzó su vocación religiosa con los padres redentoristas en Servitá (Santander), con quienes hizo el bachillerato mientras avanzaba en su formación como seminarista. Cursó estudios de catequesis en las universidades de La Salle y San Buenaventura, y fue ordenado sacerdote en 1973.
Cinco años después (1978) fue enviado a Roma a realizar la licenciatura y el doctorado en Filosofía como alumno del Colegio Pio Latinoamericano y de la Pontificia Universidad Gregoriana.
Fue obispo de su tierra, en Cúcuta y, desde el 2007, se desempeña como arzobispo de Villavicencio.
“Es un pastor incansable que ha hecho de la evangelización el motor de su vida. Conoce como pocos la realidad nacional porque ha desempeñado su ministerio en varias ciudades del país en contextos pastorales muy diversos y difíciles. Su voz es muy escuchada en nuestra Iglesia por la firmeza de su fe y lo acertado de sus análisis”, opina monseñor Pedro Mercado, presidente del Tribunal Eclesiástico.
Pasado el optimismo tras la visita papal, en la opinión quedan temas más terrenales: corrupción, polarización política, narcotráfico, asesinatos, procesos de paz delicados...
El pesimismo es una toma de conciencia, porque quedarse solo mirando lo positivo nos puede engañar. Mejor dicho, el que aflore toda esta problemática nos ayuda a que todo el pueblo tome conciencia, porque en la medida en que se da cuenta de los síntomas de una enfermedad es que empieza a curarse. Colombia tiene la capacidad de reaccionar. La sociedad tiene la obligación no solo de soñar sino de exigir un proyecto común, que hoy es difícil porque los mismos partidos nos atomizan.
¿Exigirle a quién?
Tanto al campo político como pedagógico y académico. Son tres esferas que tienen que beneficiar a las regiones, también, porque partimos del principio de que la paz se construye desde ahí. En las campañas políticas se tiene que escuchar más a la gente y no que simplemente se escuchen discursos en función de aceptarlos o rechazarlos. Con una democracia participativa también evitaríamos la corrupción.
La corrupción es una de las preocupaciones en la iglesia católica tras la reciente Asamblea Episcopal…
El mal está dentro; tenemos el corazón herido y enfermo. Cuando se pierde la dimensión ética se pierde la bitácora de generar auténticas relaciones, sanas y transparentes en la sociedad. Hay valores que son universales, como el valor de la vida, la libertad, la democracia y la búsqueda del bien común… ¡A eso no le podemos poner colores! Nos une a todos y con la corrupción todo es permitido excepto esos valores.
Desde la niñez se empieza a crecer con ese error grave. Por eso, un primer paso es hacer un rescate ético desde la familia. Soy campesino, y ni mi mamá ni mi papá me dejaron llegar nunca a mi casa con huevos o frutas que estuvieran al otro lado de la cerca. Después está la escuela y la vida profesional, espacios donde la ética de los valores universales se ha deteriorado.
Creo que, desde la política, los proyectos tienen que partir de definir cuál es la calidad de vida que la gente necesita, especialmente en las regiones. Desde ahí, ayudar sin pensar en separatismos ni nada de esas cosas.

La sociedad tiene la obligación no solo de soñar sino de exigir un proyecto común, que hoy es difícil porque los mismos partidos nos atomizan

¿Cómo puede la iglesia mitigar la polarización que vive el país?
Con llamamientos a superar los resentimientos, aunque obedezcan a raíces muy profundas. Si se reflexiona que el corazón de la política tiene que ser el bien común, como nos dijo el papa, y entendemos que su raíz más profunda es la caridad, podemos evitar la polarización. Hay que respetar la vida y la historia de los demás. Las venganzas no llevan sino a nuevas violencias, pero los primeros llamados a generar un clima de entendimiento deben venir de los mismos políticos.
Cada uno es responsable de lo que está haciendo y lo que va a proponer, de involucrarnos y participar. El Papa decía que no participar es lo mismo que lavarnos las manos. Y creo que en este momento a todos nos tiene que doler el país.
Muchos responden a la inmediatez y el individualismo, no a un proyecto común a largo plazo.
En la medida en que podamos poner en movimiento a los jóvenes a acciones que ellos mismos puedan realizar en sus escenarios, como la solidaridad con los pobres, y desde ahí empezar a teorizar qué funciona y qué no funciona para que se logren los proyectos comunes.
Conflictos en general seguiremos teniendo, pero en la medida en que los jóvenes vean que sí pueden tener impacto a su alrededor, veo que esa dinámica puede funcionar.
El Nuncio Apostólico dijo en su discurso durante la inauguración de la Asamblea de Obispos que ‘a diferencia de lo que muchos creen, el catolicismo no ha muerto’.
Se había generado una imagen de que el catolicismo estaba muerto y que a cada minuto no sé cuántos católicos dejaban de serlo, pero la visita del Papa nos demostró que ese imaginario no era tan real, que la gente afloró frente a la visita del Papa y nosotros tenemos que valorar e impulsar ese florecimiento.
¿Qué retos debe asumir la iglesia católica frente a la sociedad civil tras la visita del papa Francisco?
Lo primero que vemos es la reconciliación. El país necesita emprender ese camino que es largo y progresivo, que es un proceso. Ahí el papel de la iglesia va a ser muy importante porque nosotros permanecemos aunque se vayan dando los cambios políticos. Las condiciones de esa reconciliación es a través de lo que el Papa llamó la ‘cultura del encuentro’: tender puentes, superar los odios y fundamentalmente generar diálogo.
¿Cuál es el ‘segundo paso’?
Y el tercero, y el cuarto... insistiría en que es la reconciliación. Hay que valorar al otro, mirarlo a la cara, reconocerlo en su diversidad y aceptarla y empezar juntos a mirar hacia un horizonte nuevo. La Iglesia tiene que ayudar a dar ese proceso pedagógico que va a requerir tiempo, pero eso no nos tiene que desanimar, sino todo lo contrario. Los primeros pasos quizás van a ser de niño, pero eventualmente se van a soltar. Hay que empezar. Lo que tenemos que crear son convicciones que unan la inteligencia con el corazón para que nos pongan a caminar.
Tras la Asamblea, hicieron un llamado a mantener la ‘integridad de la familia’.
No se puede construir familia, sociedad y persona sin contar al mismo tiempo con familia, sociedad y persona comprometidas en ese proceso educativo. Entre familia y escuela hay una correlación estrecha, pero una no puede reemplazar a la otra y la educación que imparte la familia, como comentaba, es básica. Ahí aprendemos todo.
Pero en Colombia ya hay familias no normativas, como las LGBTI o las de poliamor...
Nuestra reacción frente a ese fenómeno es de respeto. Para la Iglesia la familia tradicional (papá, mamá e hijos) es la que Dios nos puso como espejo en su propia vivencia cuando vino a salvarnos a la Tierra, pero en ningún momento nosotros podemos aprobar o reprobar los fenómenos de nuestros tiempos. Por medio del diálogo y el encuentro se puede descubrir qué pasa en las personas, ayudarles a discernir sobre su vida y sus decisiones y uno llega hasta la libertad, por la que Dios y la Iglesia tenemos un profundo respeto.
Timochenko es candidato de las Farc a la presidencia, ¿qué opina?
Nosotros no estamos llamados a calificar candidatos. Para todos es el llamado al bien común y la paz, que no solo es fruto de estructuras y procedimientos.
La Jurisdicción Especial para la Paz ha recibido ‘colados’ que quieren beneficiarse. ¿Quiénes deberían pagar por los crímenes cometidos durante el conflicto armado?
El primer elemento para cualquier justicia es la verdad. Las últimas palabras que dijo el papa en Colombia fueron que no le tengamos miedo a la verdad y la reconciliación. Ese es un mensaje que tiene que calar en la sociedad todavía. En últimas, la verdad es lo que va a desatar un proceso de reconciliación y perdón.
¿Cuál es su postura frente a un proceso con el Eln, teniendo en cuenta que esta guerrilla ha sido más cercana al catolicismo?
Nunca es bueno cerrar las puertas. Hemos experimentado por demasiado tiempo que las armas solo enriquecen a quienes las producen, a los demás nos destruyen. No es el camino para la justicia social ni para pensar en un proyecto de país. Es el diálogo y sentirnos hermanos lo que nos va a dar un momento estable de paz.
MARU LOMBARDO
Redactora de EL TIEMPO
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