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Medio Ambiente

La vida secreta de la palma de cera, el árbol nacional

Tochecito es el único bosque que queda en el mundo con un importante número de palmas de cera.

Tochecito es el único bosque que queda en el mundo con un importante número de palmas de cera.

Foto:Tatiana Pardo Ibarra

El lugar con el mayor número de esta especie no está en el valle del Cocora, sino en Tochecito.

Entre los asombrosos lugares que visitaron los expedicionarios de EL TIEMPO se encuentran los espectaculares bosques de palma de cera del Quindío (Ceroxylon quindiuense) en la cuenca del río Tochecito, en el Tolima. Enclavada en pleno corazón de Colombia, a solo pocos kilómetros del célebre paso de La Línea y del famoso valle del Cocora, esta zona es otra de las joyas que los colombianos descubrimos con el fin de la guerra.
En Tochecito se encuentran las más grandes poblaciones de palma de cera del Quindío que hay en el mundo, y fue allí donde, en el siglo XIX, los naturalistas europeos descubrieron para la ciencia esta palma extraordinaria. Aunque esta especie fue designada árbol nacional de Colombia hace más de treinta años, los inmensos palmares de Tochecito siguen siendo desconocidos hasta hoy por casi todos los colombianos y por los turistas que visitan el país. El nombre mismo de la especie a veces genera confusión entre la gente, que se pregunta cómo es posible que se llame palma de cera del Quindío y sus poblaciones más grandes se encuentren en el Tolima.
La realidad es que ambas vertientes de la cordillera Central al oeste de Ibagué se conocieron durante siglos con el nombre de montañas del Quindío y formaron parte en su tiempo de las provincias del Cauca y de Mariquita, mucho antes de que se creasen los actuales departamentos de Quindío y Tolima. Y el tramo que atravesaba la cordillera, el que comunica a Ibagué con Cartago, se conoció por siglos como Camino del Quindío, antes de pasar a llamarse Camino Nacional.
Fue en el Camino del Quindío donde Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland descubrieron, en 1801, la palma de cera, que, al ser presentada ante la ciencia en 1805, era el árbol más alto conocido hasta entonces en el planeta. Faltaban aún algunas décadas para que se descubriesen los grandes eucaliptos de Australia y las enormes secuoyas de California.
Las palmas de cera son plantas muy longevas, que pueden vivir poco más de 200 años. Algunas de las palmeras más altas que se encuentran hoy en Tochecito estaban ya allí cuando Simón Bolívar recorrió estas montañas, a principios de enero de 1830, de regreso de su última campaña en el Perú.
Pero, no obstante su longevidad y gran tamaño, la palma de cera comienza su vida como una pequeña plantulita de una sola hoja, que tiene el aspecto de un pasto. Tan delicadas son las plántulas en sus primeros años de vida que muchas mueren, incluso, aplastadas por las enormes hojas viejas que caen de la propia planta madre.
Cada palma puede producir al año cerca de 24.000 frutos.

Cada palma puede producir al año cerca de 24.000 frutos.

Foto:Tatiana Pardo Ibarra

Así que, aunque en el bosque se encuentran plántulas por millares, menos del 8 por ciento de estas sobreviven hasta llegar a adultas. Aquellas que lo logran son las que consiguen aprovechar algún pequeño claro del bosque, como el formado por la caída de una rama o un árbol pequeño. Un sitio en donde hay mucha luz, pero no radiación solar directa.
Esta susceptibilidad de las pequeñas plántulas a la radiación solar hace que la palma de cera no logre dejar descendencia en los potreros, si bien las palmas adultas florecen y fructifican de manera regular en ese ambiente y muchas de las semillas que caen entre el pasto logran germinar. La vulnerabilidad y la alta mortalidad de la palma de cera en sus primeras etapas de desarrollo son también la razón por la cual no se deben sembrar plántulas en los programas de recuperación de esta especie.
A diferencia de la inmensa mayoría de las plantas, que tienen los dos sexos en un mismo individuo, en las palmas de cera hay hembras y machos, como en los humanos. Esto implica que para su reproducción la palma necesita de algún mecanismo para llevar el polen de los machos a las hembras.
Este papel fundamental lo cumplen varias especies de escarabajos diminutos del género Mystrops, que, a su vez, dependen de la palma de cera para su supervivencia, ya que los adultos se alimentan exclusivamente de su polen y las hembras ponen sus huevos en las pequeñas flores de la palma, donde las larvas que nacen se alimentan del tejido de los pétalos.
Los pequeños escarabajos son atraídos a las palmas por el aroma de sus flores, que tienen compuestos químicos volátiles especialmente diseñados para conquistar al insecto. Es un sistema tan preciso como el de una llave en su cerradura. Tras alimentarse en las flores masculinas y poner allí sus huevos, los diminutos escarabajos, con sus cuerpos untados de polen, vuelan a las flores femeninas, que tienen el mismo aroma pero no ofrecen polen. En el proceso de visitar la flor femenina y poner allí sus huevos, el insecto entra en contacto con los órganos sexuales de la flor, así completa la polinización y, con ella, la reproducción de la especie.
La eficiencia de este mecanismo de polinización se evidencia en la enorme producción de frutos. En temporada de fructificación, como la que hay en este momento en Tochecito, los enormes racimos de vistosos frutos rojos hacen de los palmares un espectáculo inigualable. Cada palma puede producir hasta nueve racimos simultáneos, cada uno de ellos con 4.000 frutos o más.
Con varios cientos de miles de palmas en edad reproductiva, la producción en Tochecito es de más de 2.000 millones de frutos maduros cada año, lo que representa una extraordinaria fuente de alimento para la fauna. Los ciclos de fructificación seguramente son determinantes en los procesos de movimiento de muchos animales a lo largo de estas montañas.
Son muchas las aves que se alimentan de los frutos de la palma de cera, incluyendo pavas, tucanes, carriquíes, mirlos y loras. Por su parte, muchos animales terrestres se alimentan de los frutos caídos y muchos depredadores se nutren de estos consumidores de frutos. Si a esto le sumamos todas las especies de insectos y plantas que viven sobre los tallos de la palmera o entre su follaje, resulta evidente que la palma de cera es la columna vertebral de un complejo sistema que abarca innumerables especies. Por esta razón, los biólogos la han considerado una ‘especie sombrilla’, término con el que se designa a aquellas especies cuya conservación es clave para la supervivencia de muchas otras o de ecosistemas enteros.
Pero los extensos palmares de Tochecito no solo son de gran importancia para plantas y animales, también para los humanos. Cuando el explorador francés Édouard André visitó Tochecito, en marzo de 1876, se alojó en la finca Las Cruces, la primera abierta en esas montañas. La casa de la finca estaba construida con madera de la palma, techada con sus hojas y se alumbraba con velas hechas con la cera que se raspaba de los tallos.
Tenemos además buenas razones para creer que estos densos palmares son resultado de la ocupación de estas montañas por pueblos precolombinos. De hecho, es posible que para pueblos orfebres como los quimbayas, la cera de las palmas haya sido un material importante en la producción de piezas de oro mediante la técnica de cera perdida.
Resultaría sorprendente que un pueblo que dominaba esta técnica, basada en la cera, no hubiese utilizado este recurso, que abundaba en gran parte de su territorio. Esta es solo una de las innumerables preguntas que aún nos quedan por responder sobre la palma de cera.
RODRIGO BERNAL
Investigador asociado, Jardín Botánico del Quindío.
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