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Medio Ambiente

‘Debemos conservar la biodiversidad, así sea por egoísmo’

Carlos Magdalena recogió sus experiencias en el libro ‘El mesías de las plantas’, como lo llamó una periodista de la BBC.

Carlos Magdalena recogió sus experiencias en el libro ‘El mesías de las plantas’, como lo llamó una periodista de la BBC.

Foto:Cortesía Carlos Magdalena

Carlos Magdalena es conocido como ‘el mesías de las plantas’ y lucha contra la extinción acelerada.

Carlos Magdalena experimentó toda una simbiosis con una planta única del océano Índico: él la salvó de la extinción, y ella lo catapultó a la fama.
Este español de 46 años es conocido como ‘el mesías de las plantas’ por su habilidad para rescatar especies de la desaparición y resolver incógnitas científicas sobre la vida vegetal.
La primera planta que salvó fue la ‘Ramosmania rodriguesii’, endémica de Rodrigues (República de Mauricio), cuyo último ejemplar permanecía sin poder reproducirse en el Real Jardín Botánico de Kew, en Londres. Era lo que los horticultores llamaban un ‘muerto viviente’, una planta viva cuya especie estaba muerta.
Fue así hasta el verano del 2003, cuando Magdalena –apenas un practicante en esa época– logró lo que los científicos llevaban dos décadas intentando: que la especie diera semillas.
Poco después pasó a ser alumno durante tres años del prestigioso Diploma de Horticultura de Kew y, luego, conservador de esta institución, que aloja algo más del 10 por ciento de todas las plantas con semillas del mundo. Su trabajo lo ha llevado a países como Perú, Australia y Sierra Leona, guiado por la convicción de que toda especie tiene derecho a existir.
Su compromiso, afirma, no tiene que ver necesariamente con un propósito altruista, pues la existencia humana misma depende de la conservación de la naturaleza.
¿Toda extinción es necesariamente negativa?
Claro que la extinción es natural, pero lo que ha pasado en las últimas décadas es que hay una extinción acelerada que ha hecho que pasen varias eras en un tiempo muy corto. Antes, los geólogos medían la historia en las capas de la tierra, por eras, cada tantos millones de años. Lo que va a pasar en el futuro es que los científicos van a ver cómo pasaron varias eras en unos pocos cientos de años.
En ese sentido, la conservación no es completamente altruista. También es egoísta. La naturaleza se puede regenerar, pero en lapsos muy superiores a la vida humana, que ni tus hijos ni tus nietos van a alcanzar a ver. Debemos mantener la biodiversidad no solo por cariño a esta, sino por nuestra propia subsistencia. Parece todo muy ‘hippie’ esto de salvar a las plantas, a los insectos, pero realmente es el mejor interés de todo el mundo.
¿Cree que sería deseable poder revivir especies?
Lo que pasaría es que aunque se revivieran especies a partir de las muestras criogenizadas, no tendrían un ecosistema en el cual volver a existir. A esto se suma que en un futuro puede que no haya interés de los gobiernos en invertir dinero en revivirlas.
¿Por qué cree que usted ha llegado a respuestas que otros han buscado sin éxito durante décadas?
Quizá porque no he seguido como tal el método científico. En el caso de la ‘Ramosmania rodriguesii’, lo que hice fue buscar por todos los medios conseguir que diera semillas y, una vez las tuve, entrar a intentar explicar cómo lo hice. Algunos me llamaron poco riguroso por eso, pues fue un poco a la inversa de como hacen los científicos, que primero formulan la teoría en abstracto y luego la aplican (Magdalena llegó a Kew sin estudios universitarios). Pero me ha funcionado seguir mi intuición, mirar cuándo, un día, pasa algo distinto al anterior. Las plantas son como los niños más pequeños: como no hablan, hay que sacar conclusiones a partir de lo que les pasa.
Aunque también es cierto que cuando solo queda un ejemplar de una especie, además, tienes ese debate entre la necesidad de hacer algo y el riesgo de terminar matándolo. Cortar una rama le puede transmitir un virus y matarlo. Pero si no la cortas tampoco lo solucionas.
No quiere decir que haga brujería, pero sí pruebo distintos caminos, cruzo información. Las ciencias naturales son precisamente eso: un conjunto de saberes. Pero en las facultades se estudian las ciencias de forma separada.
¿Qué plantas está tratando de salvar ahora mismo?
Una planta acuática, de la familia ‘podostemaceae’. En el momento hay unas 50 o 60 variedades extintas, pues son muy frágiles. Algunas son endémicas de una quebrada y pueden extinguirse solo porque los habitantes de un pueblo aledaño laven la ropa allí.
La especie particular con la que estamos trabajando se llama ‘Ledermanniella yiben’. Está en África, en el río Rokel, en Sierra Leona. Allí van a construir una represa, y la compañía que va a hacerla quiere poner dinero para evitar la desaparición de la especie. La idea es llevarla a otra zona con condiciones similares.
¿Ha habido una especie que muera mientras usted planea su rescate?
No, aunque hay algunas sobre las que no he podido poner mis manos. En Mauricio, por ejemplo, está la última palmera de la especie ‘Hyophorbe amaricaulis’. La tengo identificada desde hace años, pero ese país tiene otras 600 plantas en peligro de extinción.
En un día, allí puedo recolectar muestras de cinco especies y, a veces, eso basta para salvarlas: tomar una parte y llevarla al jardín botánico para generar muchas más. Con la palmera, en cambio, tendría que estar al menos dos años en ese país. He decidido centrarme en lo que puedo hacer.
¿Por qué cree que la conservación de fauna tiene más visibilidad que la de plantas?
Porque nos genera más compasión aquello que tiene ojos y boca como nosotros, lo que vemos similar. Las plantas parecen inmóviles y extrañas, cosas verdes que adornan el paisaje, que no se mueven.
Pero, ¿es verdad? Una tormenta tropical puede mover esporas de helechos varios kilómetros en poco tiempo. La semilla de una planta tirada a un río termina en el mar y, a lo mejor, puede cruzar varios continentes.
Hawái está en medio del Pacífico, prácticamente ningún mamífero llega allí, pero tiene una riqueza de plantas tremenda. Isla Mauricio tiene unas 900 especies de plantas, mientras que su único mamífero nativo es el zorro volador.
Ambas son islas de origen volcánico que se elevaron en medio del océano. Son distintas a Madagascar, que se separó de África y ya tenía los animales dentro. A esos ambientes llegan casi exclusivamente las plantas.
Entonces, sí se mueven, solo que no las vemos hacerlo. Suelen verse como parte del paisaje, pero muchas veces son las que sostienen el ecosistema donde se desenvuelven los seres vivos ‘importantes’. En términos de ciclo vital, además, son mucho más relevantes. Hay animales que viven apenas algunas horas y plantas que pueden vivir cientos de años.
Hay quienes dicen que las plantas no tienen corazón: si agitas la ‘Mimosa pudica’, se cierra para protegerse, pero si la agitas todos los días a la misma hora entiende que ya no hay peligro y deja de cerrarse. Se ha demostrado que llega a esta conclusión antes que las ratas. ¿Cómo logran todo eso si no tienen cerebro? No tenemos ni idea, y es una maravilla.
En su libro, usted plantea que el franquismo fue negativo para la biodiversidad española. ¿Los regímenes totalitarios son un peligro también para el medioambiente?
Sí. Un régimen totalitario es la manifestación del ego absoluto: yo, yo y solo yo. Se pasa por encima de la naturaleza por el capricho de una persona o un grupo de personas. Aunque, si vamos a eso, no se necesita una dictadura: las democracias también están acabando con el medioambiente.

Claro que la extinción es natural, pero lo que ha pasado en las últimas décadas es que hay una extinción acelerada que ha hecho que pasen varias eras en un tiempo muy corto

¿Hay un tipo de gobierno que sea más afín a la conservación?
Pues sí, parece que hay países que son más sensibles. Holanda, por ejemplo, ha estado muy preocupado; lo que es entendible, pues se trata de un país que prácticamente ha estado bajo el agua.
Podría decirse que las culturas indígenas tienen el tema mucho más claro que nosotros. Los aborígenes de Australia han entendido que son parte de un sistema del que no hay escapatoria. Creo que las culturas más occidentales tenemos este rollo de que llegamos a donde sea por nuestra cuenta, lo cual es un poco fantasioso.
Luego, los países cambian. Mira lo que ocurrió en Estados Unidos con Trump, que se retiró del Acuerdo de París. No sería la panacea, pero era lo mínimo a lo que debía comprometerse una nación. Entonces pasa que de pronto hay unas elecciones y nos tiran años para atrás en el campo de la responsabilidad medioambiental.
Nunca se sabe lo que va a ocurrir. Los españoles o los chinos no conservan más la naturaleza que los estadounidenses o los colombianos. Los países pasan por procesos: un día pueden ser comunistas y al siguiente, fascistas.
¿Qué representa Colombia en términos de biodiversidad?
Un regalo que Colombia le podría hacer a la humanidad es preservar su biodiversidad. Es increíble. No solo se trata de qué bonitos son los pájaros y los colibríes: ahí están las soluciones agrícolas del futuro, la caja de herramientas para pintar un futuro y desarrollarlo.
Hace poco se firmó un convenio entre Kew y Colombia para inventariar especies de plantas en zonas en las que antes no se podía hacer mucha ciencia por el conflicto con las Farc.
Creo que es una discusión bastante anodina si quien adelanta la investigación es un país extranjero. Por razones históricas, las ciencias se desarrollaron más en Europa. Tenemos unos recursos científicos acumulados durante años de colonialismo y ustedes, la riqueza biológica. Creo que este convenio ofrece la posibilidad de que todo el mundo ponga su parte. La conservación ambiental no tiene nacionalidad. Cuando se extingue una especie me importa bastante poco de qué país era. Es una tragedia.
Qué opina de la preponderancia de los cultivos de palma de aceite en Colombia, que superan las 500 mil hectáreas?
No sabía que tenían tanta en Colombia, pero en zonas de Indonesia, por ejemplo, la palabra palma ha sido sinónimo de devastación. Lo más triste de todo es que no se cultiva en tierras destinadas para eso, sino que generalmente se destruye selva virgen, que tiene una riqueza biológica tremenda, solo porque un producto tiene una demanda económica.
La historia demuestra que al final hay tanta palmera de aceite que el precio baja y nadie se preocupa ni por recogerla. Son modas económicas que destruyen los recursos de las siguientes generaciones.
¿Siente que tiene una relación emocional con las plantas?
Sí, me pasa que recuerdo con ellas. Por ejemplo, el día que llamaron a decirme que había muerto mi madre, se abrió la flor de un híbrido de nenúfar en el que estaba trabajando y que no se había hecho antes. La victoria regia me recuerda a mi hijo, porque cuando tenía 8 meses le tomé una foto montado en una, y sonriente. Al final, las plantas no solo son la especie. Están conectadas a una cultura, a un ecosistema, a una historia de quién la descubrió, quién la recogió o el día en que floreció. Es una historia que vale la pena proteger.
JUAN MANUEL FLÓREZ ARIAS
Escuela de Periodismo Multimedia de EL TIEMPO
En Twitter: @juanduermevela
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