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Educación

Adolfo León Atehortúa: el rector que no quiere su reelección

El rector Adolfo León Atehortúa ya tomó la decisión de volver a su cargo de profesor y reanudar varias investigaciones académicas.

El rector Adolfo León Atehortúa ya tomó la decisión de volver a su cargo de profesor y reanudar varias investigaciones académicas.

Foto:Claudia Rubio / EL TIEMPO

Este defensor de la autonomía universitaria habla de sus cuatro años al frente de la Pedagógica.

El rector de la Universidad Pedagógica, cargo que ocupará hasta el 31 de julio de este año, es un historiador valluno, enfrentado en estos días a las autoridades distritales en la defensa de la autonomía universitaria y a una treintena de extremistas.
Atehortúa le ha visto varias veces la cara a la violencia social y política del país. A los quince años, y después de haber sido expulsado del colegio de bachillerato, junto con otros cuatrocientos estudiantes, se fue de la casa, y en esos años duró alguna vez 48 horas sin comer, porque no tenía qué echarse a la boca. En los años ochenta recibió una amenaza que lo hizo pedir protección y salir por un semestre del país.
Rehuyó de cargos directivos, en su larga carrera magisterial, hasta que aceptó la dirección del Departamento de Historia de la universidad, cuando regresó de Francia con su doctorado. Es lo que se estila. En esos años, con otros colegas del Consejo Superior, llegó a la conclusión de que los rectores no podían seguir siendo de fuera porque el proyecto educativo, en el que creían, se iba a caer, como estaba ocurriendo con los edificios de la calle 72.
La Pedagógica se dedica por completo a la formación de educadores. Son 8.600 estudiantes en pregrado y 1.100 en posgrado; todos, sin excepción, pertenecen a los estratos uno, dos y tres. El 62 por ciento de la matrícula es femenina. También maneja esta universidad el Instituto Pedagógico Nacional, ubicado en Unicentro, con 1.650 estudiantes, y la Escuela Maternal, que atiende a 110 infantes (la capacidad de la casa) de entre 4 meses y 4 años, hijos de las estudiantes, fundamentalmente, aunque también hay de jóvenes, que pagan 25.000 pesos mensuales. La maternal atiende de 7 de la mañana a 5 de la tarde. “Les brindamos desayunos, entre día, y almuerzos. Las estudiantes del último año de educación infantil son quienes manejan este jardín”, informa el rector.

Símbolos

El rector Atehortúa arrasó en la consulta que lo eligió en el 2014: mil ochocientos y pico de votos frente a un segundo con 86 votos. Y de seguro pasaría ahora igual, pero ya tomó la decisión de volver a su cargo de profesor y reanudar varias investigaciones. También quiere devolverles tiempo a su hija quinceañera y a su niño de 9 años, a quienes, dice, ha descuidado mucho por “el descomunal ritmo de trabajo que me impuse. Por si faltaran razones, en estos cuatro años he leído máximo diez libros, que son los que leía al mes”.
Su última acción simbólica tuvo amplia repercusión mediática: una jornada de 12 horas de ayuno, como protesta ante la ola de violencia dentro de las instalaciones de la universidad. Vestido con sudadera, con los pies descalzos y sin acompañamiento alguno, se sentó en un corredor, en un pupitre, de las 7 de la mañana a las 7 de la noche del jueves 15 de marzo. De inmediato obtuvo la solidaridad de la comunidad estudiantil, perpleja en un primer momento y luego conmovida. Los estudiantes hicieron relevos para acompañarlo, escribieron en cartulinas frases para llamar a la convivencia pacífica, a la producción de ideas y de pensamiento en lugar de seguir las acciones de los violentos. En las redes sociales su gesto fue aplaudido y apreciado.
Y de gestos, de simbolismos, se ha valido para hacer una gestión que contrasta con la de sus antecesores. Es el único rector, por ejemplo, que no usa corbata, salvo en las ceremonias de graduación. “Si los jóvenes vienen con corbata y las muchachas con vestidos nuevos, con todo el sacrificio que significa para ellos y para sus familias esa inversión, no puedo presidir los grados con tenis y bluyines, que es como despacho”.
Trasladó la rectoría al campus, al primer edificio, construido noventa años atrás, en 1927, para hacer realidad la inclusión de la mujer en la educación superior. Solo en 1962, la Pedagógica se volvió mixta. “Mandé a quitar la pesada puerta de acero del edificio donde despachaba el vicerrector académico, como señal de que mi administración sería de puertas abiertas”.
Atendió también la petición de la comunidad estudiantil de cambiar el nombre de la plaza Francisca Radke (la primera rectora de la universidad) por plaza Darío Betancourt, en honor a su colega desaparecido en abril de 1999, en plena toma del paramilitarismo, quien fue encontrado torturado y muerto en Chocontá, población cercana a Bogotá.
Ordenó la entrega de una copia del cartón de grado de Cristina del Pilar Guarín, cajera de la cafetería del Palacio de Justicia, quien duró varios años denunciada como desaparecida, hasta que su cuerpo fue entregado a sus familiares. “La mamá, que murió el año pasado, al no encontrar el diploma de grado de su hija se lo pidió a la rectora del momento, que contestó que no entregaba duplicados de grado a terroristas. Gestioné el duplicado y se lo entregué al hermano. Presidí también un acto en honor de un sacerdote, egresado de Ciencias Sociales, que se fue a trabajar fuera de Bogotá. Los paramilitares llegaron y le pidieron que se identificara, y él les dijo que primero lo hicieran ellos, y recibió como respuesta tres tiros”.
Y una de las acciones de convivencia más significativas fue la de pintar los edificios de la universidad, apenas se posesionó. Invitó a profesores, trabajadores y estudiantes a ponerse la diez, la camiseta de James –acababa de pasar el Mundial–. Propuso como recompensa, si lo lograban, comprar un bus. Se ahorrarían 200 millones de pesos. Y el bus rueda por las carreteras de Colombia llevando a esos futuros educadores en viajes que, para muchos, son el primero que hacen para conocer, pongamos, el mar.

Quería mandar un mensaje de apropiación de este centro por parte de quienes llevan tantos años trabajando aquí, y creo que lo he conseguido

Mucho concreto

Pero su administración no han sido solo símbolos. Atehortúa comienza a hablar de sus ejecutorias, sin revisar ningún documento. Todas las cifras y los eventos los tiene en su cabeza y los cuenta de una.
“Encontré un déficit y un embargo por no pagar el impuesto predial del lote que tenemos en Valmaría, desde hace años. No hemos podido construir porque ha sido imposible acompasar nuestro proyecto con las normas del Distrito, que ha puesto talanqueras para la licencia de construcción. Hace uno años, con un proyecto del laureado arquitecto Rogelio Salmona, se dilapidó el presupuesto en una contratación por la que puse denuncia penal, después de año y medio de rigurosa investigación. Fueron 8.000 millones de pesos que se esfumaron”.
El déficit ascendía a 3.100 millones, más el embargo decretado por 2.940 millones de pesos, que se iba a hacer efectivo. Ese estado financiero se le informó quince días después de posesionarse –en el informe de entrega de la rectoría no lo mencionaron–. De ahí que en ese primer año trabajara de 1 de la mañana a 7 de la noche.
Se ideó una estampilla que aprobó el Consejo y por la que reciben unos 5.000 millones al año. En el 2014, gracias a los recursos Cree, pudieron comenzar las contrataciones, previas licitaciones, para restaurar, en primer lugar, la biblioteca; remodelar, en parte, el edificio de la rectoría; arreglar las filtraciones de agua de todas las aulas y rehacer los baños.
Reconstruyeron la cafetería que atendía 1.200 almuerzos diarios, para estrenar una que vende 2.600. El almuerzo cuesta 1.300 pesos y entrega sopa, seco, siempre con carne, y ofrece una opción de almuerzo vegetariano, así como hamburguesas y perros calientes para quienes se quedan sin el menú. Venden también desayunos.
La piscina, que estaba sin techo y sin caldera, está hoy en perfecto estado. Inauguraron el centro de cómputo, con certificación internacional, y pusieron en funcionamiento la emisora, que ya tiene programación regular durante algunas horas al día.
Por el lado académico, se encontró con diez licenciaturas sin acreditación, lo que lo obligó a trabajar a marchas forzadas, a riesgo de perderlas. Hoy, las 20 carreras están aprobadas. “El equipo es reducido: 170 profesores de planta. Solo traje una persona de fuera, a Luis Higuera, el vicerrector administrativo. Quería mandar un mensaje de apropiación de este centro por parte de quienes llevan tantos años trabajando aquí, y creo que lo he conseguido”.

Tropeleros

Todos estos logros son, sin embargo, desconocidos o minimizados cuando al grupo de ‘capuchos’ –no les gusta que se les diga así, sino ‘estudiantes con el rostro cubierto’– decide mandar papas explosivas a la Fuerza Pública, que está lista para repelerlos cuando el tropel comienza. Por eso, el rector Atehortúa les mandó un mensaje breve: que conversaba con ellos si no hacían tropel en ese primer semestre. Los ‘estudiantes con el rostro cubierto’ cumplieron. Procedieron a pedirle al rector garantías de seguridad para cambiarse y demás, y se dio la cita. Los líderes de los diversos grupos, las mujeres que participan son mínimos, se comprometieron a tramitar sus quejas en la rectoría y a no recurrir a la violencia. Y de 18 refriegas por semestre se bajó a cuatro.
“El problema es que quienes protagonizaron los disturbios del 4 de marzo (pasado) son en su mayoría pertenecientes a comandos urbanos del Eln o de la disidencia de las Farc. El 20 por ciento, máximo un 30 por ciento, son estudiantes; de hecho, de los cinco heridos, solo uno aparecía matriculado”, sostiene el rector.
Y aunque existe incapacidad física de ejercer controles efectivos por las distintas puertas y por las tapias, el rector confía en que sus gestos de paz hagan que la comunidad universitaria sea capaz de impedir desmanes como los vividos. Él sigue predicando en voz fuerte: “Por convicción académica y por principios intelectuales, no autorizamos ni autorizaremos el ingreso de la Fuerza Pública al campus”.

El vecindario

Son pocos los residentes en la zona que se sienten molestos con estos 8.000 estudiantes, que, en general, permanecen en la universidad todo el tiempo. Su escasa capacidad económica los hace poco consumidores; por eso, en las cuadras adyacentes no hay ni discotecas ni bares (que abundan alrededor de otros centros de educación superior), y los restaurantes del sector no son visitados por ellos.
Los estudiantes llegan en transporte público, en sus bicicletas (más de 100 se parquean en el campus) o en motos que dejan afuera. Son jóvenes que, en su mayoría, buscan su licenciatura para ganarse la vida dictando clase en un colegio. Muy pocos pueden especializarse o doctorarse. Quieren su universidad y viven felices de estudiar en un sector que está en la mitad del profundo norte y del sur de la ciudad, de donde proviene la mayoría.
Ojalá que los ‘capuchos’ reflexionen sobre el perjuicio que les causan a esos millares que quieren estudiar para romper el círculo de la pobreza en la que han vivido o, como dice el rector Atehórtua: “Dejen de utilizar el campus como escenario de su violencia”.
MYRIAM BAUTISTA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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