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Educación

El falso lenguaje del protocolo/ En defensa del idioma

Muchas expresiones contienen, además, un significado literal que causa, no solo confusión o enojo, sino risa en los receptores.

Muchas expresiones contienen, además, un significado literal que causa, no solo confusión o enojo, sino risa en los receptores.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

UniversIDAD DE LA SABANA

Logo de la Universidad de La Sabana

Escriben en mayúscula Junta Directiva, como si alguien se llamara 'María Directiva Gómez'

Juliana Mateus
En el dinamismo social, la actitud de “atención, respeto o afecto que le tiene alguien a otra persona” (DLAE) facilita la convivencia. Eso es cortesía. Las relaciones, por supuesto, se enriquecen con la comunicación, y esta con las palabras, que son los recursos más frecuentes en este proceso. Pero, determinar la diferencia entre la cortesía y el oportunismo exige mucho tacto.
El asunto que trataremos, entonces, es cómo se aplica aquí el uso del lenguaje. En esa intención de dirigirse con deferencia a cada persona, a veces es apenas la intuición, por ejemplo, la que lleva a acudir a ciertos apelativos: “Buenos días, doctor” (interpelando a alguien solo por usar corbata), “mi general, ¿cómo está?” (sobrando el posesivo “mi”), “disculpe, coronel, ¿sabe dónde está el paradero?” (al vigilante de la ferretería cercana). Casos parecidos son más frecuentes de lo que se cree.
Surgen muchas preguntas acerca de este tratamiento: ¿es cortesía?, ¿temor?, ¿desconocimiento?, ¿sumisión?, ¿hipocresía?, ¿conductas masificadas?, ¿sentido del humor?, ¿irrespeto?, ¿ironía? Las respuestas exigirían, claro, una investigación detallada, soportada en unas muestras calculadas; pero sí se advierte en gran medida que cada expresión de esa clase ha dejado de ser espontánea, y parece más un acto reflejo y prefabricado.
Para indagar sobre los motivos de estos usos, tomemos como referentes algunos de los muy trillados vocablos en el ambiente mercantil.
En los centros comerciales y supermercados, abunda el “cancelar” en lugar del “pagar”; los contagiados ingenuos se apropiaron del “regálame” cuando pretenden decir “véndame”; los mismos vendedores insisten en “no manejamos” para indicar que “no vendemos”; “¿incluimos el servicio en la cuenta?” es “¿me dará propina?”; “¿desea hacer un donativo?” tradúzcase como “¿va a dar dinero para esa campaña?”. La mayoría de estas expresiones se emplea por la instrucción de una gerencia o por la disposición de la “política” empresarial.
Todos esos eufemismos, que son solo maneras de suavizar los significados, aparecen en círculos particulares; pero es tal su reiteración, que acaban invadiendo el leguaje del ciudadano corriente.
Este supone que, por provenir de ciertos sectores, esas palabras y en esos contextos merecen incorporarse a la “riqueza” del vocabulario. Apareció la “reposición” cuando alguien cambió su teléfono celular por otro de más capacidad o con más funciones; se “socializa el nuevo régimen normativo empresarial” en lugar de contar cuáles son las nuevas reglas de trabajo.
Como paradoja, están quienes dicen más sin decir más, para edulcorar (como una melaza, pero con arrobas de azúcar) toda comunicación: “A nivel personal, el tema de la problemática de la mayor parte de los productos de alto consumo y elevado costo de la canasta familiar, como tal, que ha demandado inexplicablemente por parte de cada uno de los participantes en este recinto un interés puntualmente llamativo y pertinente”.
¡Cuánto bagazo informativo! Un “a nivel”, como si la estatura cumpliera algún papel; el “tema”, un cliché ultratrilladísimo; “como tal”, una muestra de la indigencia léxica. Vemos eso sin contar el parloteo saturado de las demás palabras, que solo ocupan espacio en el texto o en el aire, pero no en la sustancia del discurso. Y tan fácil que es decir: “Les preocupa el alto costo de vida”.
Ahora, han llegado el “empoderamiento”, “claramente”, “sobredimensionar”, “probablemente”, “problematización”, “absolutamente”, “incuestionablemente”, como unas obesas anacondas de la comunicación. Se sigue usando “al interior de” en vez de “en”. “Al interior” solo vale cuando indica dirección: “Los turistas estaban en Cartagena y, dos días después, se trasladaron al interior del país”. No se usa cuando indica quietud: “En el colegio debatimos esa propuesta”, no “al interior del colegio debatimos esa propuesta”. ¡Qué esnobismo!
En el protocolo (una forma de la cortesía), también se multiplican los desaciertos, pero esta vez con el uso de las mayúsculas. Escriben “Junta Directiva”, como si alguien o algo se llamara así: “María Directiva Gómez” o “Junta Natalia Pérez”. Abundan los “Gerentes”, “Directores”, “Jefes”, “Tenientes”, “Asistentes”, “Doctores”, así, con mayúsculas. Y hay quienes se ofenden si su cargo aparece escrito en letras minúsculas.
¿Habrá quien piense que un general recibirá otra medalla si escriben “General”? ¿Y será degradado si escriben “general”? Las virtudes no disminuyen ni aumentan por esos usos. Al nombrarla con distorsión, la realidad no cambia, ni se construye otra con los eufemismos, esos mentirosos amortiguadores del lenguaje.
Así, la grandeza no está en las mayúsculas, sino en el corazón.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA
PROFESOR FACULTAD DE COMUNICACIÓN
UNIVERSIDAD DE LA SABANA
Juliana Mateus
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