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Proceso de Paz

Juntando las piezas rotas

Muestra de convivencia en paz entre víctimas y victimarios en la vereda Angostura. Crédito

Muestra de convivencia en paz entre víctimas y victimarios en la vereda Angostura. Crédito

Foto:Confraternidad Carcelaria de Colombia.

Una nueva generación de la paz asoma su rostro en Antioquia.

Algo muy fuerte ocurre en el oriente y suroeste antioqueño, algo diferente de todos los hechos que en las últimas cinco décadas han acontecido en sus tierras montañosas. Algo extraordinario que nos hace pensar que se empiezan a cumplir las escrituras del maestro Estanislao Zuleta cuando dijo: “Solo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”.
Y es que esta madurez la han alcanzado la mayoría de los pobladores del oriente y suroeste antioqueño con el trasegar de más de 50 años de conflicto armado, y ahora con el tránsito hacia el posconflicto como producto del acuerdo de paz firmado entre la guerrilla de las Farc y el gobierno de Colombia. Las amenazas, los miedos, los asesinatos y los enfrentamientos de antaño empiezan a transformarse en un elogio de la dificultad.
Doña Claudina Marín, una campesina sobreviviente de los enfrentamientos armados entre liberales y conservadores, les enseñó a sus hijos y nietos que si algo se rompía, se arreglaba, no se tiraba a la basura. La sociedad de la Colombia actual preferiría comprar un jarrón nuevo, pero olvida que algún día correría la misma suerte por falta de cuidado.
Y aunque los pedazos rotos o dañados no vuelven a ser los mismos así se intente pegarlos con el mayor de los cuidados, en el oriente antioqueño hay quienes aseguran que aunque ya no estén todas las piezas que en su momento formaban un todo, quedan otras igual de importantes y, lo mejor, disponibles para ser reparadas y dispuestas para un nuevo propósito que beneficie a una sociedad.
Los pedazos rotos a los que se refiere doña Claudina no son las piezas de un jarrón de aquellos que tenemos como adorno en las salas de nuestras casas, sino las partes que integran una sociedad rota por el conflicto armado, como la de Colombia. Muchas de esas piezas rotas se están juntando en el oriente antioqueño para liderar importantes procesos de reconstrucción de paz.
De las que se pudieron salvar, unas quedaron para ser reparadas (víctimas) y otras para reparar (victimarios). Lo sorprendente es que ambas están destinadas a construir la nueva generación de la paz, así lo explica uno de los promotores del Salón del Nunca Más, en el municipio de Granada, localidad que hace 17 años fue epicentro de una de las incursiones armadas más violentas de la historia de Antioquia.
Muchos de esos pedazos rotos por la guerra están en Granada, representados en las víctimas del conflicto, entre los cuales se encuentra Jaime Montoya, quien encontró junto a otros líderes de la zona, no solo muchas formas de abordar las tragedias, sino muchas personas que luego de haber sufrido demasiado dan lecciones bonitas de vida, perdón y reconciliación, así, conformaron la Asociación de Víctimas Unidas por la Vida (Asovidas) y crearon el salón del Nunca Más para dignificar a sus víctimas, llorarlas y recordarlas, así como para hacer memoria y cultivar entre niños y jóvenes de la localidad la nueva generación de la paz.
Cómo no iba a estar Granada madura para el conflicto si el 3 de noviembre de 2000 sufrió una masacre de las AUC en la zona urbana y otra en la vereda El Vergel. Un mes después, el 6 y 7 de diciembre, enfrentó una toma guerrillera, donde murieron civiles y policías. Ese año el municipio tenía alrededor de 20.000 habitantes, pero con la tragedia del conflicto que dejó más de 800 asesinatos, más de 128 desaparecidos, más de 40 personas sin identificar y un rosario de desplazamientos forzados, entre otras acciones violentas, la población se redujo a unos 4.000 habitantes.
“Esta nueva generación por la que trabajamos, no hay que buscarla, hay que construirla. No es decir que aquí feneció una y aquí nace otra. Es entender que los actos violentos que nos pasaron no van a dejar de existir porque ocurra un acto de venganza, simplemente son hechos consumados. Hay que tratar de trabajar por la no repetición de estas acciones, para que otras personas no sufran lo mismo que sufrimos nosotros”, explica Montoya, quien a diario le insiste a su comunidad que optar por una acción de venganza sería volver a activar la misma máquina de la que fueron víctimas, sería como resucitar a la serpiente que les inyectó veneno y volver a darle vida para que los siga matando.
No hay que hacer cosas extraordinarias para emprender la conformación de la nueva generación de paz en Colombia, es aprovechar de la mejor forma los espacios de educación y comunicación, es construir tejido social, es reactivar los proyectos de jóvenes y niños; es volver a formar una sociedad que vuelta casi cenizas emerge como el ave fénix, con nuevos alientos y ganas de salir adelante.
“Los recursos económicos pueden ser importantes, pero secundarios, porque en todo lo que veo se necesita voluntad personal, colectiva y política de las familias, los profesores, la Iglesia, los empresarios y los políticos. Yo me soñaría una Colombia y unos territorios construidos sobre la base de unos acuerdos fundamentales para construir sociedad”, manifiesta Jaime, quien luego suspira cuando nombra cada una de las hazañas o expresiones de resistencia que su pueblo hizo como construir el parque de la Vida, el Monumento a los Desaparecidos e implementar el programa ’Abriendo Trochas por la Vida’ para recuperar las tierras y espacios cerrados por los violentos.
Esta nueva generación de la paz también es promovida desde otros puntos del oriente y suroeste antioqueño por Nancy Marín Naranjo, nativa del municipio de Cocorná, quien desde que se iniciaron los diálogos entre las Farc y el Gobierno Nacional coordina procesos de comunidades restaurativas de la mano de Confraternidad Carcelaria de Colombia. “Las piezas rotas son importantes y con todas es necesario trabajar para reconstruir el tejido social. El conflicto ha ocasionado sufrimientos indescriptibles, pero también la necesidad de buscar nuevos caminos de cambios y oportunidades, trazados por la ruta del reencuentro, la reparación, la restauración, y la reconciliación”, explica.
Nancy heredó la desafiante misión de reparar las piezas rotas de las que hablaba su abuela Claudina Marín. Las partes dañadas de San Lorenzo, en su natal Cocorná; de San Isidro, en San Francisco; de Santa Ana, Matías, La Milagrosa y La María, en Granada (Oriente), y de Angostura, en Ciudad Bolívar (suroeste antioqueño), así como las siete veredas de las muchas que han sido escenarios de guerra en el departamento de Antioquia y que hoy quieren cambiar la historia de violencia en Colombia, poniendo a prueba sus habilidades de liderazgo pacifista como vía segura para la construcción de paz.
Sin olvidar los momentos de terror cuando tenía que correr con su hija por las calles de Cocorná para refugiarse de las balas, Nancy es reconocida por su labor emprendedora de sacar del encierro a los sobrevivientes de las minas antipersonales y asociarlos para ayudarlos a visibilizarlos y a defender sus derechos ante el Estado. Hoy recorre los mismos senderos pregonando la buena nueva de construir paz en territorios de guerra, de reparar lo dañado y lograr acciones reconciliadoras como las alcanzadas en Cocorná, donde 63 víctimas y 21 victimarios aceptaron trabajar juntos por la reconciliación; en San Francisco, 54 y 6; y en Ciudad Bolívar, 154 y 7, respectivamente.
Estas comunidades ya pueden decir que sus historias no solo han sido de guerra, sino de construcción de paz, una tarea inagotable y desafiante de empoderamiento pacifista que apenas se empieza a entender en la Colombia de hoy, un país dividido entre quienes se niegan a hacer esfuerzos por despojarse de los odios, el dolor y la crítica perversa que ha alimentado la guerra por más de medio siglo y quienes asumen desde ya el tránsito hacia el posconflicto parcial o total, entendiendo la particularidad del conflicto colombiano donde persisten diversos actores armados: guerrillas y paramilitarismo (bandas criminales).
La paz abandonó los rincones de San Isidro (San Francisco) hace 27 años, como consecuencia de los ataques a la población durante los enfrentamientos entre los bloques IX de las guerrillas de las Farc, el frente Carlos Alirio Buitrago del Eln, las Fuerzas Armadas Colombianas y las Autodefensas del Magdalena Medio.
Quienes quedaron vivos para contar lo ocurrido nunca olvidarán que en el 2003 se presentó uno de los desplazamientos masivos de campesinos de la región de oriente, que dejó deshabitadas la mitad de las veredas y sembradas de minas antipersona.
La paz intentó asomarse con la puesta en marcha del desminado humanitario, ante lo cual algunos pobladores de la zona regresaron. Las víctimas, con su dolor incrustado en el pecho, y los victimarios, con la frustración que deja la guerra inútil. Ambos, perseguidos por un pasado cruel, pero paradójicamente necesario porque en este encontraron un punto común y de partida para emprender el camino de la reconciliación como única salida para vivir en paz en el mismo territorio. Ambos descubrieron que su madurez en el conflicto podían aplicarla también en acciones de paz, por ello aceptaron participar en el desarrollo de trabajos comunitarios para mejorar las condiciones de vida de la población y de paso saludarse viéndose a los ojos.
Ciudad Bolívar, tierra de arrieros del suroeste antioqueño, hoy con 27.000 habitantes, recuerda que en el pasado fue escenario de enfrentamientos entre la guerrilla del ELN y las Autodefensas. Ahora, trabaja en la construcción de paz con la iniciativa de 154 víctimas y siete victimarios de la vereda La Angostura, y participa de las jornadas de reparación y reconciliación.
La primera prueba pública de las intenciones de paz la dieron el pasado 11 de septiembre de 2016 cuando pobladores de la zona aceptaron el perdón pedido por desmovilizados de las Farc y las AUC. Ellos admitieron el daño ocasionado cuando estuvieron en las filas subversivas: “Gracias por habernos aceptado. Al principio fue difícil porque pensamos que de pronto nos iban a ver de otra manera, pero gracias a Dios no fue así, porque nos enseñaron a perdonar y pedir perdón, que no es fácil. Agradecidos porque nos hicieron una cartelera donde nos aceptan a mí y a mis compañeros, quienes alguna vez hicimos daño”, señala Matilde Cuadrado, excombatiente de las Autodefensas.
El perdón también fue ofrecido por Germán Cancino, excombatiente de las Farc durante 17 años, quien cabizbajo y temblando con sentimiento de vergüenza, pidió perdón y les envió un mensaje a los niños y jóvenes de la zona para que no se dejen orientar hacia caminos equivocados:
“Me gustaban mucho las armas y cogí un camino que me pesó haber tomado. Me fui a los 14 años para la guerrilla. Recuerdo que cuando llegaba a las veredas, unos corrían y otros gritaban, pero uno lo hacía obligado, y si no, tenía que pagarlo con mi vida. Me da dolor y pena hablar de esto. Anduve varios meses cogiendo café, y como no podía salir porque la justicia me buscaba, viajé a Bogotá, me entregué y descansé un poco. Aquí he tenido la oportunidad de estar con amigos que fueron mis enemigos, porque nos dábamos bala donde nos encontráramos, pero hoy día nos encontramos para hablar, tomar fresco y abrazarnos. Me da pena pararme aquí enfrente de ustedes porque yo hice mucho daño. Si no hubiera sido por esta oportunidad de la reinserción, estuviera muerto, porque son pocos los que quedamos vivos”.
Ferney Salas, quien primero hizo parte de las Farc y luego de las AUC, es otro de los excombatientes que también pasó al frente para dar su testimonio: “A uno le da duro saber qué pensará la gente cuando se entere quién es uno e imaginar su rechazo, pero gracia a Dios he tenido aceptación. Cuando llegamos aquí, la situación era muy dura por los enfrentamientos que se daban, pero aquí seguimos dispuestos a trabajar por la paz”.
La madurez adquirida por víctimas y victimarios también la han alcanzado los líderes comunales de Ciudad Bolívar. Ellos no quieren quedar al margen de los procesos de construcción de la nueva generación de la paz en Antioquia, y por ello emprendieron pequeños pero significativos cambios en sus organizaciones. El primero de estos es modificar los estatutos, creando la Secretaría del Posconflicto, algo comprometedor que implica capacitarse para capacitar a los demás integrantes.
“Nosotros seguiremos apoyando para cerrar las brechas de los conflictos que han alejado familias y amigos”, sostiene Leonel González, presidente de la junta de acción comunal de Angostura Baja.
El testimonio de uno de los reinsertados le aguó los ojos a Carlos Andrés Garcés, quien acompaña a las comunidades en los procesos sociales de Ciudad Bolívar. “Lograr la reconciliación de personas que vivieron en conflicto es el mejor ejemplo para lo que se viene con el posconflicto colombiano”, sostuvo el comunal.
Por su parte, Julio Cesar Higuita, presidente de la Asociación de Juntas Comunales de Ciudad Bolívar, prometió adaptar los estatutos para crear la Secretaría del Posconflicto y realizar unos talleres de capacitación sobre construcción de paz, con el fin de replicarlos en las demás veredas de la zona que vivieron los enfrentamientos. “Estamos obligados a hacer una reestructuración en nuestros estatutos, porque hay una nueva secretaría que es la de Posconflicto, que no la tenemos y nos va a tocar incluirla”, admitió.
Fernando García, presidente de la junta de acción comunal de Angostura Media, dijo que su compromiso es seguir sembrando la semilla de la reconciliación, practicando acciones que no multipliquen el odio ni la discriminación entre sus vecinos, por ello se preocupa por gestionar obras que beneficien a todos sus vecinos por igual.
Tanta madurez adquirida en el conflicto y ahora en el posconflicto les ha servido a los antioqueños del oriente y suroriente por lo menos para emprender nuevas formas de vida lejos de la infelicidad; para recibir y preparar a las nuevas generaciones de la paz, esas que no repetirán lo malo y replicarán lo bueno; esas que seguirán el consejo de doña Claudina para poder llegar a viejos; esas que respetarán las decisiones tomadas democráticamente en beneficio de sus comunidades; esas que enfrentarán la exclusión del Estado sin armas; esas que serán más cuidadosas que sus antepasados y esas que evitarán que se les caiga el jarrón.
CONSTANZA BRUNO SOLERA
Periodista colaboradora de Colombia 2020, de 'El Espectador'.
*Este artículo se publica gracias a la beca '200 años en paz, storytelling para el posconflicto', apoyada por la Escuela de Periodismo de EL TIEMPO, la Embajada de Suecia, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de La Sabana.
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