¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Proceso de Paz

El sur de Córdoba reescribe su historia

Don Álvaro le canta a la prensa la décima de su autoría, que narra la tragedia del conflicto, cuyo testigo mudo fue el río Sinú.

Don Álvaro le canta a la prensa la décima de su autoría, que narra la tragedia del conflicto, cuyo testigo mudo fue el río Sinú.

Foto:Carlos Martínez.

Con cámaras y grabadoras, los habitantes dan a conocer los problemas que merecen más atención.

El Gobierno y la guerrilla hoy le juegan a la paz
será que ahora si es verdad que se acaban las rencillas
quien manda desde la silla no sé cómo lo define
y aunque el proceso camine y las Farc se desmovilicen
aunque a ellos los penalicen, qué pasa con las bacrines.
“Si usted gusta, ahorita que estemos en otra parte se la digo toditica”.
Esta estrofa es de Álvaro Álvarez Hernández, quien a pesar de no conocer al filósofo y antropólogo francés Paul Ricœur, aplica su tesis, valiosa en los últimos tiempos: “Toda crueldad clama venganza y exige narración”. Pero la venganza que aplica este sobreviviente no es la que mata, destruye ni despoja, es la que narra y sirve como terapia liberadora de sanación.
Él hace parte de esos hombres y mujeres del sur del departamento de Córdoba, que desesperados por largos años de sufrimientos sin poder contar sus testimonios como protagonistas del conflicto armado, han encontrado una salida a su trauma. Y para un hecho siniestro como el que ellos vivieron, una inagotable narración es el mejor remedio de todos los tiempos para apaciguar el dolor que deja la guerra, el insumo pedagógico para hacer memoria y aportar en el tránsito hacia el posconflicto.
En el recorrido en una lancha por las aguas del río Sinú, este campesino canta su tragedia y la de su pueblo, la misma que han sufrido más de 8’400.000 víctimas por cuenta del conflicto armado en su más de medio de siglo de duración. Esas estrofas llenas de verdad solo pueden provenir de alguien que ha vivido el ‘holocausto’ colombiano, de una persona como don Ávaro, quien, si tuviera la magia, acabaría la violencia que lo persigue desde muchacho.
Este hombre dotado de la sabiduría de la vida es oficial de construcción y presidente de la Mesa de Participación Efectiva de Víctimas en su municipio. Su primer trabajo fue pegar la bóveda de su abuelo, pues no había quién lo hiciera. Él dijo que la tapaba sin saber cómo se pegaba un bloque.
Con las masacres cometidas en su región por guerrillas y paramilitares, le ha tocado construir y destapar muchas bóvedas sin cobrar un peso. “Me ha tocado sacar muertos de sepulturas y volverlos a enterrar; he construido muchas bóvedas y he destapado muchas otras; he enterrado personas, cuyas vidas han sido arrebatas por el conflicto”, señala.
A juicio de Primo Levi existen dos tipos de víctimas: las que callan y las que hablan, de ambas está llena esta región costeña por su largo prontuario como escenario de enfrentamientos entre guerrillas y paramilitares. Y aunque las voces silenciosas aparentan ser más, las que quieren hablar empiezan a despertarse en la necesidad de enfrentar sus miedos y amenazas para narrar sus historias de vida y las de muerte de sus parientes asesinados por los grupos armados que perpetraron masacres en sus localidades.
A sus 51 años, don Álvaro es una de las víctimas del sur de Córdoba que se cansó de callar y desde hace un año empezó a escribir su historia para no llevársela al cementerio. Gracias a las instrucciones metodológicas del Centro Nacional de Memoria Histórica, aprendió a desarrollar las respuestas de las preguntas claves para desarrollar el relato y de paso hacer memoria de su experiencia como desplazado por el conflicto armado en Tierralta, municipio ubicado al sur de la región, que por cuenta de la violencia registra el mayor asentamiento de Colombia con 49 hectáreas, donde viven cerca de 14.000 personas.
Primer plano de Álvaro Hernández.

Escuche algunas de las composiciones sobre la paz, que crea Álvaro Álvarez.

Foto:

Reproducir Video
Su historia se une a las de 34.000 personas reportadas como víctimas por el Registro Único de Víctimas, en Tierralta, una de las zonas del Alto Sinú que ha participado en cinco procesos de diálogos de paz. El primero fue en 1953 con la desmovilización de las guerrillas liberales del Alto Sinú; el segundo, en 1959, con la entrega de los guerrilleros del Alto San Jorge; el tercero se dio en Puerto Libertador con la desmovilización del EPL; el cuarto, en el 2005 con la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia, y el quinto es el que se adelanta actualmente con las Farc en la vereda Gallo. De este último se espera que se cumpla lo acordado y que no deje más muertos y pobreza como ha ocurrido con los anteriores, tras los incumplimientos del Gobierno Nacional.
Sus años de dicha se acabaron en 1988, a sus 23 años, cuando tuvo que salir huyendo de la vereda de La Sierpe ante la amenaza de la guerrilla, que lo buscaba para matarlo porque se negó a entrar a sus filas, como sí lo hicieron muchos de los muchachos del pueblo. De la abundancia a la escasez, o más bien a la miseria, pasó don Álvaro. Sus años como desplazado lo mantuvieron relegado a una vida de penurias. “Nadie quería saber de desplazados y siempre nos miraban como un bicho raro. En cuanto a lo cultural, prácticamente se perdió todo, no hay confianza, los vecinos casi no se visitan, ya nadie le regala nada a nadie, ya no se oye sonar el pilón de madrugada”, cuenta.
La masacre perpetrada por las Farc en la vereda El Diamante, el 28 de diciembre de 1998, donde fueron asesinadas 35 personas, y otra el 24 de mayo de 2001 en el caserío Río Manso, en la que murieron 33 campesinos, ocasionaron un desplazamiento masivo del que aún no se recupera la población. “Solamente se escuchaba el lamento y el ‘mamita mía’, la gente lloraba de ver lo que estaba ocurriendo, centenares de personas desplazadas, mujeres sin sus maridos, niños sin sus padres, madres sin sus hijos e hijos sin sus padres. Todo eso fue un desastre nunca antes visto que no tiene comparación. La resistencia fue muy poca, ya que era lapidarse uno mismo, era como la ‘crónica de una muerte anunciada’”, relata el ahora representante de las víctimas.
En Tierralta, las heridas siguen abiertas, pues algunos de sus pobladores perdieron la cordura y quedaron detenidos en el tiempo por la muerte de sus familiares; otros no han terminado de hacer el duelo porque siguen sin saber la verdad sobre sus seres queridos desaparecidos, lo que los obliga a viajar cuando pueden a la ciudad de Medellín, a donde fueron trasladados sus procesos. Sin embargo, hay otros sobrevivientes como don Álvaro que han logrado salir adelante por las capacitaciones y su constante espíritu de superación. “Creo que soy una de esas víctimas superadas”, dice.
Aunque en el pueblo nadie quiere volver a repetir lo que pasó, personas como don Álvaro, a través de sus escritos, recuerdan a grandes familias del pueblo, como los Milanes, a quienes les mataron tres hijos a machete el mismo día y a la misma hora; o a los Castillo, a quienes les asesinaron un hijo y les desaparecieron otro; los Rivas, que después del desplazamiento le quitaron la vida a su hijo Nicolás; los Gonzales, los Mestra, los Llorente, los Sipiones, los Rojas, los Altamiranda, los Ochoa, los Marmolejo, los Velásquez, los Serna, los Montiel, los Noriega… “Y bueno, el tiempo no alcanzaría para nombrar los que faltan, ya que era más de un centenar de familias las que vivían en esa región”, recuerda.
Además de don Álvaro, quien aún no termina de escribir su historia por sus múltiples ocupaciones comunitarias, familiares y personales, hay alrededor de 200 sobrevivientes del conflicto armado en el sur de Córdoba que lideran los colectivos de comunicaciones. Ellos también siguen la ruta de Ricoeur y se capacitan continuamente en narrativas escritas y audiovisuales.
La necesidad de hacer memoria y no poder ni saber hacerlo los mortificaba y aún los atormenta. El miedo por recordar que el enemigo aún está cerca no los desanimó para ponerse de acuerdo y aceptar la propuesta del programa Anda, de Global Communities, de capacitarlos y dotarlos con cámaras y grabadoras para que sean ellos quienes escriban las historias del día a día en sus localidades, es decir, sus actividades comunitarias, problemas en educación, salud y otros sucesos que merecen especial atención de las autoridades locales y que por ser sitios apartados no tienen eco inmediato en el Gobierno, tanto Departamental como Nacional.
Una de las situaciones lamentables que reclamaba la atención gubernamental de carácter urgente fue la ocurrida el pasado 8 de mayo en el municipio de San José de Uré, donde se registraron fuertes aguaceros que ocasionaron que la quebrada se desbordara e inundara el pueblo. El colectivo de comunicación, capacitado por Anda, es ahora una red social al servicio de sus comunidades, que narra su presente como la historia que quieren contar. La iniciativa es implementada desde hace dos años por Global Communities y financiada por BHP-BSC Billiton Sustainable Communities; se desarrolla en los municipios de Planeta Rica, Buenavista, La Apartada, Puerto Libertador, San José de Uré y Montelíbano.
Sin olvidar que sus seres queridos fueron asesinados, desaparecidos y ultrajados por los violentos, decidieron soltar poco a poco el dolor y el resentimiento mediante talleres en grupos. En uno de estos, avanzaron en narrativas que terminaron siendo igual de liberadoras, como las compartidas por la Escuela de Periodismo de El Tiempo, que los fortaleció con los aprendizajes obtenidos en Suecia a través del taller ‘Storytelling para el posconflicto’, impartido a periodistas, víctimas y victimarios mediante la beca ‘200 Años en Paz’, desarrollada con el apoyo de la Embajada de Suecia, Usaid, OIM y la Universidad de la Sabana.
Lo aprendido es replicado en sus comunidades. De igual manera, tomaron atenta nota para continuar la ruta del empoderamiento pacifista, que tiene sus bases en el trabajo en red para lograr el propósito final: fortalecer el tejido social en sus comunidades. Allí también aprendieron que sus versiones sobre los hechos de violencia que sufrieron no conforman una única verdad, y empiezan a entender la necesidad de escuchar las voces de los victimarios para hacer el trabajo completo de memoria, y cumplir el deseo final: hacer verdad, justicia, reparación y no repetición, como única salida hacia el camino de la reconciliación.
Son conscientes de que están en deuda con su pasado y para enfrentarlo también se capacitaron en narrativas periodísticas, donde aprendieron a construir una línea de tiempo individual y comunitario, y a narrar sus cicatrices físicas y del alma. Algunos relatos han avanzado y dentro de poco se convertirán en los nuevos libros de memoria del conflicto armado en Córdoba escritos por ellos: los sobrevivientes.

En deuda con la memoria y la reconciliación

En comparación con otros departamentos como Antioquia, donde el ejercicio de verdad, justicia y reparación ha avanzado un poco más por el apoyo y trabajo coordinado entre la institucionalidad y fundaciones, en Córdoba es poco lo que se ha logrado en esta materia.
Para el sociólogo Víctor Negrete, excoordinador del Centro de Memoria Histórica en Córdoba, una de las razones por las cuales no se está haciendo memoria es por la inseguridad y el temor que reina en la región. “Meter cámaras en zonas donde todavía hay actores armados es un riesgo, aunque hay fundaciones que han hecho o están haciendo cosas interesantes. Se requiere un trabajo continuo y eficaz para que las víctimas hagan su duelo y memoria, pero sobre todo actividades de reconciliación, pues no se está viendo el ejercicio de encuentro entre víctimas y victimarios. No hay confianza en los medios de comunicación para que ellos se puedan expresar”, explica el académico.
El sociólogo se refiere a la necesidad imperante de lograr los testimonios, no solo de las víctimas, sino de los victimarios, como aporte valioso para hacer memoria. “Esto es supremamente importante para planear el futuro y mejorarlo. Hay que proyectar y conocer las necesidades, esos relatos pueden ser útiles si se saben aprovechar”, sugiere.
Negrete hizo referencia a pedazos de relatos que han hecho medios de comunicación en la región sobre testimonios de muchas víctimas, pero que no han sido bien abordados, razón por la cual muchas víctimas han expresado la necesidad de narrar y ser autores de sus propias historias. “Están aprendiendo a expresar el presente, van adquiriendo confianza, viendo los beneficios de ese proceso de relatar, para prepararse a narrar el pasado que ha quedado congelado y cuyo duelo aún no lo han terminado de hacer”, explica.
Que la tragedia se cante, se narre, se cante y se vuelva a narrar… no que se repita.
CONSTANZA BRUNO SOLERA
Periodista colaboradora de Colombia 2020, de 'El Espectador'.
*Este artículo se publica gracias a la beca '200 años en paz, storytelling para el posconflicto', apoyada por la Escuela de Periodismo de EL TIEMPO, la Embajada de Suecia, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de La Sabana.
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO