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Proceso de Paz

‘Las víctimas de violencia sexual no quieren máquinas de coser’

La ceremonia floral de Tumaco ocurrió el 25 de mayo pasado, en un aniversario del secuestro y la violación que vivió la periodista Jineth Bedoya.

La ceremonia floral de Tumaco ocurrió el 25 de mayo pasado, en un aniversario del secuestro y la violación que vivió la periodista Jineth Bedoya.

Foto:Juan Manuel Vargas / EL TIEMPO

Mariana Katzarova, líder del premio Anna Politovskaya, visitó Tumaco con 'No es Hora de Callar'.

Andrea Morante
Mariana Katzarova dice que nunca olvidará el día que vio llorar a Anna Politovskaya por primera vez. Salían de hablar con el Presidente de Chechenia, que estuvo a punto de ordenar allí mismo su detención. La intercesión de otra periodista logró evitarlo. Anna se encerró en una habitación y lloró un largo tiempo. La periodista rusa, que sobrevivió a un simulacro de ejecución en una base militar, un intento de envenenamiento en un avión y la toma de un teatro en la que mataron a docenas de civiles, confrontó la realidad de su muerte y, por primera vez, se quebró.
Probablemente tampoco olvide las lágrimas de Jineth Bedoya, la más reciente ganadora del premio que Mariana creó en honor de Anna. Las vio durante una ceremonia en Tumaco, Nariño, en la que docenas de sobrevivientes de violencia sexual entregaron su dolor, simbolizado en rosas moradas, al océano Pacífico. Hay algo poderoso, dice, en las lágrimas de las mujeres más fuertes.
Bedoya recibió el premio el 7 de octubre de 2016, día del cumpleaños del presidente Putin y el aniversario del día en que Anna fue asesinada. La ceremonia floral de Tumaco ocurrió el 25 de mayo de este año, en el aniversario del secuestro y violación que vivió Jineth.
Katzarova habló con EL TIEMPO antes de regresar a Londres, donde coordina Raw in War (Reach All Women in War), organización que honra a mujeres defensoras de los derechos humanos en zonas de conflicto armado.
Usted ha viajado por el mundo y ha visto las dimensiones del flagelo de la violencia sexual, tanto en la guerra como por fuera de esta. ¿Cree que el mismo horror se repite en todo el mundo o hay diferencias en algunas áreas?
Infortunadamente, las historias se repiten. En los últimos dos años he estado trabajando en la misión de Ucrania para las Naciones Unidas, pero antes estuve en lugares como Kosovo, Bosnia, Afganistán y ahora Colombia. En las guerras usualmente son los hombres los que mueren, los que son arrestados y pelean en la guerra y las mujeres son las que se quedan. Por eso más del 90 % de las víctimas de la violencia sexual son mujeres. Pero también por eso se han vuelto las activistas, las periodistas, las contadoras de historias, las que realmente están manteniendo la sociedad unida en tiempos de violencia brutal.
¿Qué recuerdo lleva con usted de su tiempo como reportera de guerra?
Uno de los recuerdos, y el que fue la razón para empezar Raw In War, fue mi última visita a Chechenia, en la que fui a investigar lo que había ocurrido con las mujeres que habían sido violadas múltiples veces por los rusos. Una de ellas me contó que fue secuestrada después de ir a las autoridades a preguntar por su esposo, quien había desaparecido. Los policías le pidieron que fuera como testigo y la desaparecieron y la violaron por días en una base del Ejército ruso. Con cada cambio de turno que tenían los soldados, alrededor de siete, la violaban. La mantenían en la cama con sus extremidades amarradas a los postes. No le daban agua para tomar, no podía ir al baño; todo pasaba en esa misma cama y se acordaba particularmente que cuando la violaban ellos tenían pequeñas cruces en sus solapas que le pegaban en la cara.
Nunca olvidaré esa imagen. Ella sobrevivió de milagro porque un hombre rico que fue a buscar a uno de sus familiares escuchó sus gritos y pagó mucho dinero para que la dejaran en libertad. La sacamos del país, pero yo recuerdo esto cada vez que pienso en las violaciones que ocurren en la guerra.
Mariana Katzarova quedó impresionada por la labor de Bedoya con las mujeres.

Mariana Katzarova quedó impresionada por la labor de Bedoya con las mujeres.

Foto:Claudia Rubio / EL TIEMPO

¿Cómo lograr que no se normalicen estos actos? ¿Cuál es nuestra responsabilidad como sociedad?
En muchas sociedades la violencia está tan arraigada en la matriz de la sociedad que las personas se han vuelto tolerantes con ella. Cuando las mujeres han sido irrespetadas y discriminadas en tiempos de paz, durante la guerra la violencia es aún más brutal y más abundante. Todo se remite a la tolerancia en nuestras propias vidas, en la calle, en nuestras familias, cuando manejamos… Es la tolerancia hacia la violencia y qué podemos hacer con esto.
Cuando yo era joven pensaba que una periodista de derechos humanos podía cambiar el mundo. Ahora que he trabajado en derechos humanos y periodismo cerca de 30 años, pienso que tenemos que empezar por lo que tenemos al alcance. No podemos cambiar todo el mundo a la vez, con una varita mágica, pero lo que sí podemos hacer es trabajar en nosotros mismos, en nuestras propias tolerancias a la discriminación y a la violencia que nos rodea. Cuando vemos que una vecina es víctima de violencia doméstica no debemos decir ‘eso es un problema interno y no me concierne’, ahí es donde cada hombre y mujer debe empezar.
¿Y qué pasa con el Gobierno? ¿Cuál es la responsabilidad del Gobierno cuando pasa esto?
Creo que hay que hablar del Gobierno, pero no para mirar a las víctimas como ‘pobrecitas’ que deben ser ayudadas. Yo recuerdo una conferencia internacional donde una mujer se paró en el escenario y dijo: ‘No más máquinas de coser’. ¿Por qué? Porque nuestra respuesta a la violencia era entregarles a las víctimas máquinas de coser como una subvención para que crearan algo. Pero estas mujeres quieren ser líderes, quieren ser profesoras, ingenieras, astronautas, políticas, quieren poder soñar con algo más. Creo que esto es muy importante para la comunidad internacional y para los gobiernos nacionales.
Yo vi mujeres que se volvieron líderes por el trabajo de Jineth y aquí está la responsabilidad del Gobierno: qué hacer para protegerlas. Debe haber una red de estas mujeres líderes, debe haber una conexión con las autoridades locales, con la Policía. Debe haber foros para que estas mujeres sepan dónde ir para tener justicia inmediatamente si corren peligro. Pero las autoridades locales deben conocer a estas mujeres y sus rostros, deben estarse comunicando con ellas a diario. El sistema judicial debe enjuiciar a los victimarios. Ellas serán líderes comunitarias, así que desde el gobierno central hasta el gobierno regional y local donde viven tiene que estar enterado y tiene que respaldarlas. Deben mandar un mensaje diciendo que estas mujeres están protegidas.
Primero conoció a una mujer como Anna y luego, al crear este premio en su honor, conoció a mujeres como Jineth y a todas las otras ganadoras del premio Anna Politkovskaya. ¿Qué tienen en común? ¿Cuál es la fórmula para este tipo de coraje?
Hay una modestia increíble que es como una limpieza del alma. Es la humanidad que muestran. Un corazón que siente por los demás, por otras sobrevivientes y creo que ese coraje que muestran viene del hecho de que simplemente no pueden callar. Anna pudo haber tenido una vida cómoda, su padre era un diplomático que trabajaba en Nueva York… Pudo haber tenido la vida perfecta de una mujer de clase alta, pero escogió ir a Chechenia y en algún momento se convirtió en la única voz que quedaba de verdad en esa guerra porque los otros periodistas se estaban autocensurando. Lo que hay en común entre todas nuestras ganadoras y particularmente entre Anna y Jineth es ese algo que las hace incapaces de quedarse calladas; incapaces de tener una vida cómoda de clase media cuando están rodeadas de sufrimiento e injusticia. Las dos buscaban la verdad porque no puede haber paz sin justicia y no puede haber una vida normal sin justicia.
No es posible dejar de notar que la campaña de Jineth es No Es Hora De Callar y su ONG lidera una campaña llamada Refusing To Be Silenced. Hablemos de por qué la lucha es contra el silencio.
Todas nuestras ganadoras. Empezando por la misma Anna, siguiendo con Jineth y Natalia Estimirva y hasta Malala, han pasado por esto. En algún momento de sus vidas tuvieron una opción de salvar sus vidas y estar seguras y decidieron que no podían callar. Mi mejor es ejemplo es una doctora de Sudán que era de una buena familia de clase media; estudió en Londres, y volvió a su pequeño pueblo en Darfur. Un día ella empezó a recibir a niñas –desde los seis años– y sus profesoras de colegio que fueron violadas múltiples veces por los militares. Las atendió como doctora, pero sintió que no podía quedarse callada y denunció el hecho ante las Naciones Unidas. Tanto el ejército como la milicia la amenazaron. ¿Qué hace que esta doctora, con una buena educación, con una vida cómoda, se rebele en contra de esta amenaza? Ella dice que no podía callar lo que había visto. Así que dio otra entrevista y fue secuestrada por una semana y fue violada por los grupos armados. Su vida desde ese momento se vio afectada por ese suceso. Tuvo que salir de Darfur y buscar asilo político en Inglaterra. Su vida personal se afectó, pero ahora ella es la testigo más importante que hay en la corte internacional en contra del presidente de Darfur por crímenes de guerra.
La última pregunta que también es sobre recuerdos, aunque espero que sea un poco diferente, es: ¿usted qué se trajo de Tumaco?, ¿qué se lleva de esta experiencia?
El símbolo de la campaña de Jineth es una mariposa y he estado pensando sobre esta metáfora y sintiéndola todos estos días. Hay una teoría que dice que el movimiento de las alas de una mariposa en una parte del mundo puede causar un huracán en otra. Creo que lo que Jineth ha hecho en Tumaco es crear un ejército de mariposas y el batir de todas esas alas se va a sentir en todo el mundo.
WILSON VEGA
Editor de Tecnología
Andrea Morante
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