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Un patrimonio nacional

El fútbol profesional cumple 70 años en el corazón de los colombianos, pero necesita renovarse.

Editorial .
Ya son siete décadas del momento en el que un grupo de comerciantes y abogados que supieron leer los signos de los tiempos le propusieron al gobierno de entonces poner en marcha un campeonato de fútbol profesional.
El país venía, en lo deportivo, de vivir los días del llamado ‘profesionalismo marrón’, cuando, en medio del fuerte debate entre defensores del amateurismo y aquellos realistas que veían en la actividad del músculo un engranaje más del aparato productivo, se constituyeron los primeros equipos dispuestos a remunerar con dinero a sus jugadores. En lo político, todavía estaban calientes las cenizas del 9 de abril.
Los hechos de ese día generaron entre sectores dirigentes la inquietud sobre la necesidad de contar con espectáculos masivos y de periodicidad fija. Y ahí estaba el fútbol, listo a suplir tal carencia.

La historia de nuestro rentado ha estado entrelazada desde su mismo origen con la realidad política y social del país.

Desde entonces, el también llamado rentado se instaló, y de qué manera, en la vida cotidiana de los colombianos. Primero fue la cita obligada de los domingos en la tarde, complejo momento de la semana que no le costó trabajo colonizar, gracias también a los servicios prestados por la radio y sus transistores. Los estadios se constituyeron rápidamente en lugares de laico peregrinaje familiar. Escenarios a los que se asistía en familia a compartir con vecinos, saborear un buen piquete –o el plato que fuera, según la región– y, no siempre arriba en la lista de prioridades, a deleitarse con lo que ocurría en la cancha. Bueno es, eso sí, recordar que en sus primeros años, el torneo colombiano recibió –debido a una confluencia de factores, algunos polémicos– a los mejores jugadores del continente e incluso del planeta, como Alfredo Di Stéfano.
Se necesitaron apenas algunos lustros para que en torno a los equipos crecieran verdaderos cultos, para que unos colores tuvieran un peso mucho mayor que la misma genética a la hora de delinear la forma de ser de los aficionados.
Por ser un fenómeno social tan potente y tener raíces en la arena política, el fútbol profesional no ha sido, ni mucho menos, ajeno a fenómenos como el narcotráfico y el crimen organizado. Todo hay que decirlo y, llegados los recuentos, también lamentarlo: para la década de 1980, este flagelo hizo metástasis en equipos y estadios del país. El paciente alcanzó a estar en cuidados intensivos en 1989, cuando por primera y única vez se decidió suspender el torneo tras el asesinato del árbitro Álvaro Ortega.
Pero este fútbol es colombiano y, por lo tanto, resiliente. Logró superar la adversidad y, de la mano con la llegada de la televisión y la definitiva proyección internacional de nuestro balompié a finales de los 90, ha sabido dar pasos certeros en la ruta de la formalización, en el camino que lo conduce de ser entrañable espectáculo local y tradicional a convertirse en oferta competitiva en el mercado del entretenimiento. Y en esto último se encuentra hoy.
Este diario resaltó el domingo pasado siete retos que tiene aún pendientes para no quedar relegado en tiempos en que las nuevas generaciones pueden escoger qué liga del planeta seguir. La nueva directiva debe tomar nota. El lugar de ‘nuestro fútbol’ en el corazón de los colombianos debe mantenerse, y para ello es necesario volver a llenar de razones a la afición para renovar una pasión que es patrimonio nacional.
editorial@eltiempo.com
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