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Que deje una semilla

Conviene entender que el sentido de esta visita papal trasciende, y de lejos, cualquier coyuntura.

Editorial .
La última vez que un máximo jerarca de la Iglesia católica visitó el país, la nación apenas comenzaba a sobreponerse de dos dolorosísimas tragedias, ocurridas solo con días de intervalo: el holocausto del Palacio de Justicia y la avalancha que sepultó a Armero. Era julio de 1986.
Aquella vez, Juan Pablo II aterrizó con un mensaje de esperanza dirigido a una sociedad que, además de estos dos traumas, todavía frescos en la memoria de los colombianos, enfrentaba complejos desafíos. El fin del conflicto armado era un anhelo que seguía viéndose lejano, el narcotráfico ya mostraba sus garras, los índices que dan cuenta del tamaño de la pobreza y del grado de acceso de la población a bienes y servicios básicos dibujaban enormes retos en el horizonte.
Cuando el papa Francisco pise suelo colombiano, este miércoles en horas de la tarde, encontrará un país diferente en muchos aspectos. No cabe duda de que la transformación más sobresaliente es la del anhelado final del conflicto armado, terreno en el cual es obligatorio mencionar la expectativa que acarrea la implementación de lo firmado con las Farc.
De igual manera, es claro que, con todos los tropiezos que se puedan anotar, esta sociedad ha dado pasos de gran importancia en materia de lograr un mayor bienestar para la gente. Aun así, son muchos los campos que demandan atención. Fenómenos como la creciente polarización en el ambiente político invitan a acciones con impacto real. La reducción de la desigualdad social es una tarea pendiente, mientras que otros flagelos se hacen sentir con toda su fuerza: es el caso de la corrupción. Al tiempo, el narcotráfico y el crimen organizado derivado de este sobreviven y todavía amedrentan.
Y aunque el nuestro es hoy por hoy el séptimo país con más católicos en el mundo –según datos del Vaticano–, es evidente que otras confesiones vienen ganando terreno en forma acelerada. Un auge ligado al hecho de que la Constitución de 1991 estableció que este es un Estado laico, mientras que la de 1886, vigente en las dos primeras visitas papales, señalaba a la católica como la religión oficial del Estado.
En este contexto tendrá lugar la visita apostólica de Francisco, con el lema ‘Demos el primer paso’.
Hay que decir, inicialmente, que la presencia del pontífice argentino tiene una relevancia extraordinaria que debe trascender cualquier coyuntura. Es un error intentar siquiera encajar este suceso en el estrecho marco de las tensiones políticas del momento. De ahí que la mejor forma de recibir a Francisco sea entendiendo que se trata de un líder espiritual de considerable relevancia mundial, cuya visita, de carácter apostólico, pretende, sobre todo, detonar transformaciones de otro orden. Uno diferente de ese en el cual se libran las disputas cotidianas, pero, eso sí, muy relacionado con aquel en donde se ubican las raíces de las emociones que hoy marcan el debate público.
Francisco sabe que no existe manera más efectiva de generar cambios que a través del ejemplo, y así lo ha demostrado. En un ambiente inundado de pugnacidad verbal, en el que enardecidos trinos y rabiosos discursos invaden las redes sociales y atizan antagonismos, la visita del pontífice debería servir para darle un nuevo sentido al actuar cotidiano, reconociendo que este, a la hora de producir transformaciones con impacto en los demás, tiene un potencial mucho mayor que cualquier retórica. En términos concretos: un buen primer paso para los colombianos sería el de buscar acciones que cambien su entorno y generen reconciliación, independiente de las palabras que cada uno acuñe para expresar su opinión, por ejemplo, acerca del acuerdo de paz con las Farc.
Pero hay que anotar lo difícil que resulta desde estos renglones determinar el alcance de la invitación del obispo de Roma. Y lo es porque esta procura que cada colombiano le dé un sentido particular.
Sí es posible, en contraste, referirse a su sentido general, a partir de los que han sido los grandes temas de su pontificado: la solidaridad con los menos favorecidos, la cultura del encuentro, la recuperación del sentido de lo común en la economía, en la política, en fin, en la vida cotidiana y el cuidado del ambiente. Asuntos tan recurrentes en sus intervenciones y documentos como los llamados a que la Iglesia cumpla una función de “hospital de campaña” espiritual antes que de implacable tribunal y a que los gestos de amor y compasión sustituyan los juicios en lo que corresponde a quienes en las últimas décadas tomaron distancia de la Iglesia como consecuencia, entre otros motivos, de su orientación sexual.
No procede esperar de esta visita resultados inmediatos en asuntos terrenales. Sí es el anhelo, en cambio, que logre sembrar en cada colombiano una simiente cuyo fruto sea una sociedad que dentro de un par de décadas pueda mirar hacia atrás y valorar su avance ético, el cual necesariamente se traducirá en la posibilidad de una vida más digna y verdaderamente feliz para todos.
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