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Paradoja olímpica

Desconciertan las restricciones que el Comité Olímpico de EE.UU. impuso recientemente.

Editorial .
Las restricciones que acaba de fijar el Comité Olímpico de Estados Unidos para las distintas marcas y entidades que en su publicidad y en sus perfiles en las redes sociales quieran referirse a los Juegos Olímpicos han alborotado –de nuevo– el avispero de la propiedad intelectual.
Esta entidad ha sido tajante en que en el período comprendido entre el 27 de julio y el 14 de agosto ninguna persona jurídica podrá difundir imágenes y resultados de las competencias ni utilizar un listado de palabras y expresiones que hacen parte del lenguaje cotidiano. Algunas de ellas son: ‘olímpico’, ‘olimpiada’, ‘paraolímpico’, ‘ve por el oro’, ‘puerta de entrada al oro’ y ‘panamericano’. Tampoco ‘Camino a Río’, ‘Río 2016’ o incluso, ‘Camino a Tokio’. Lo mismo con las imágenes: queda proscrito cualquier uso de los aros o de piezas gráficas que aludan a ellos.
El debate es sobre los límites de los derechos que los patrocinadores del evento y, en este caso, de la delegación estadounidense adquieren. Hasta qué punto las restricciones que resultan de una operación comercial pueden incursionar en espacios como el lenguaje. Aunque es verdad que dichas limitantes no pesan sobre las personas, es válido ver en ellas un camino que puede terminar en un escenario en el que sí ocurra así. En el que una persona que quiera compartir un registro, un dato o una opinión sobre un acontecimiento no pueda hacerlo.
A nadie debe sorprender que el deporte de alto rendimiento como producto que circula en el mercado del entrenamiento esté sujeto a las normas que protegen a quienes desembolsan gruesas sumas a cambio de una serie de derechos.
Tampoco se trata de algo reprochable en sí mismo. El problema empieza cuando se toca el límite de los derechos fundamentales. Y por supuesto que desconcierta que ocurra justo con un evento que, en sus comienzos y hasta hace poco, se caracterizó por promover valores humanistas. El mismo que hasta recientes décadas vetó a deportistas por haber lucido en su atuendo nombres o logos de marcas comerciales. Una paradoja olímpica.
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