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No era necesario

Tras el pugnaz referendo en Cataluña, urge una pausa para que España pueda evaluar sus desenlaces.

Editorial .
Se veía venir un desenlace complicado. España podría haberse ahorrado lo ocurrido ayer en Cataluña, y sus consecuencias a largo plazo. Pero estos hechos –que dejaron más de 800 lesionados y gravemente fracturadas la legitimidad y credibilidad de las instituciones– son una prueba más de que corren tiempos en los cuales quienes toman las decisiones parecen mucho más guiados por sus hígados que por su capacidad de raciocinio, por los cánones del buen gobierno.
Para entender lo sucedido en torno al atropellado referendo, a los disturbios y refriegas, al tono cada vez más desafiante del actual gobierno catalán y a la contundente respuesta del jefe del Gobierno central, Mariano Rajoy, es necesario un repaso de la historia reciente. Hay que comprender que la política catalana no ha estado exenta de escándalos de corrupción, caso similar al de Madrid; saber que la convivencia entre Cataluña y España parecía ser un asunto con una hoja de ruta segura gracias al estatuto acordado en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero, y que la llegada al poder del Partido Popular –que logró tumbarlo– significó una patada a la mesa.
Lo cierto es que si desde Madrid se comenzó a alborotar el avispero, en Cataluña también empezó rápido a sonar tentador, entre no pocos sectores, permitir que esto continuara. De lado y lado se jugaba la siempre seductora carta del nacionalismo.
Vale plantear la duda de hasta qué punto el motor de cuantos se movilizan en las calles de Barcelona es realmente un anhelo por la total autonomía o simplemente la misma rabia que hoy es denominador común de tantas sociedades en Occidente. Esa que se cristaliza en el anhelo de cambio, de cualquier cambio a cualquier costo y sobre cualquier base, pero cambio. Y de hasta qué punto también las actuaciones de la Policía y de la Guardia Civil vistas ayer se dan también en clave de la rabia que cohesiona a no pocos seguidores del Partido Popular en el resto del país.
En todo caso, lo que debió haber sido un asunto propio del día a día de la política española fue girando hacia una peligrosa, inconveniente y absurda pugna en el visceral terreno de los nacionalismos. Tormenta en la cual se ahogan las voces que desde la sensatez advierten sobre lo absurdo de los términos en que quedó planteado el lance. Las mismas que recuerdan cuán poco viable es hoy una eventual secesión; que reiteran que si la Moncloa hubiese permitido la cita de ayer en las urnas, su desenlace no hubiese sido la llave para abrir la puerta de la independencia, como lo proclamó el presidente regional de Cataluña, Carles Puigdemont, así los resultados, por el escenario en que se dieron, sean cuestionados y desconocidos por Rajoy.
Urge una pausa para replantear un conflicto en el cual, de seguir su curso y tono actuales, todas sus posibles consecuencias tienen en común un escenario muy gris, en el que ganan muy pocos y pierden muchos. Tal vez pierda España toda.
Lo acontecido este domingo en Cataluña alimenta esa bomba de tiempo que viene armándose. Es en este punto donde los pasos en falso de los líderes obligan a apelar y aun a depender del buen criterio de la gente. Se trata de no caer en la trampa de los nacionalismos. De no morder ese anzuelo.
editorial@eltiempo.com.co
Editorial .
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