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Más adaptación, menos fatalismo

Los huracanes de esta temporada deben ser como punto de partida para construir ciudades sostenibles.

Editorial .
Con todo lo que hay que lamentar las pérdidas humanas y materiales, se puede decir que el paso del temido huracán Irma por la Florida no trajo el escenario de devastación inicialmente previsto. Aun así, a la estela de destrucción que este dejó en el Caribe –sobre todo en las islas de San Martín y San Bartolomé–, ahora hay que sumar los destrozos que ya comienzan a cuantificarse en el mencionado estado. Allí cobró la vida de tres personas, que elevan a 38 muertes el saldo fatal.
Irma, como Katia y José, que revolotea al norte del mar Caribe y genera obvia ansiedad, son fenómenos climatológicos propios de esta época del año en esta zona del planeta. En tal medida, y con todo lo dañinos que pueden ser, son parte de un ciclo climatológico normal.
Ahora, como ya se ha dicho, si bien no está probada la relación entre el calentamiento global causado por el hombre y la cantidad de huracanes, sí es claro que la intensidad de estos tiene que ver con el calentamiento de las aguas del Caribe, consecuencia de un planeta con temperaturas promedio más altas. Pocos cuestionan hoy este hecho.

El reto es despolitizar el debate ambiental, lograr que la discusión no la monopolicen quienes están en los extremos

Lo anterior, sumado a otros factores tales como desarrollos urbanos que no tienen lo suficientemente en cuenta el impacto en el territorio donde suceden, lleva a que el efecto de estos eventos sea mucho más severo. La otra cara de la moneda muestra que la posibilidad de preverlos y lo aprendido de tragedias precedentes permiten, como fue el caso en esta oportunidad, crear una cultura de la prevención que salva miles de vidas.
Es una realidad la alta probabilidad de que la zozobra vivida en el Caribe en estas semanas por culpa de Harvey –que dejó a Houston bajo el agua–, Katia –que hizo estragos en el sur de México–, Irma y José se repita en los años venideros por esta misma época.
Frente a este desafío, el fatalismo no es buen consejero. Es necesario mirar hacia adelante con serenidad. Que los responsables de tomar decisiones propongan otras miradas ante las nuevas condiciones ambientales. El reto es despolitizar el debate ambiental, lograr que la discusión no la monopolicen quienes están en los extremos.
Por supuesto que lo deseable es llegar a un consenso sobre la evidente responsabilidad de la especie humana en el calentamiento del planeta, pero toda la energía no puede concentrarse en esta discusión. Puesto de otra forma: un acuerdo sobre este asunto no es prerrequisito para que los lugares más vulnerables comiencen a dar pasos en la tarea de la adaptación. Hay que trascender tanto el escepticismo de una orilla, que pretende seguir con estilos de vida nocivos para el planeta, como el fatalismo de la otra, por momentos más dada a pasar cuentas de cobro que a construir resiliencia.
Y ambos extremos son proclives a ocasionar pasividad, el peor panorama: uno, por la negación de la realidad y su interés en que persistan formas de vida que no son sostenibles; el otro, porque cae en el error de exacerbar sentimientos de pánico que finalmente conducen a la parálisis y plantea escenarios apocalípticos frente a los cuales la gente siente que ya poco o nada puede hacer. Y no es así. Está en nuestras manos dejar un planeta habitable a las nuevas generaciones. Todavía.
editorial@eltiempo.com
La parte norte de la isla de San Martín pertenece a Francia. El huracán Irma dejó al menos diez muertos y siete desaparecidos en las islas francesas del Caribe.

La parte norte de la isla de San Martín pertenece a Francia. El huracán Irma dejó al menos diez muertos y siete desaparecidos en las islas francesas del Caribe.

Foto:EFE

Editorial .
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