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¿Pagarles por leer?

Ese debería ser el desafío: formar maestros lectores para que puedan formar niños lectores.

Yolanda Reyes
“Joan tiene 8 años y conocerá la torre Eiffel por leer 30 libros –leo un titular de EL TIEMPO–. “Su dedicación con la lectura (sic) fue la clave para que durante dos meses leyera 30 libros y, al igual que Ana María y Vanessa, pudiera competir en Bogotá por uno de los tres cupos para visitar el Viejo Continente”, sigo leyendo, y no sé si me preocupa más esa redacción que confunde “gastos pagos” y número de libros con lectura, o el hecho de que sea precisamente el Ministerio de Educación el que premie (o pague, como suele hacer ahora) a los estudiantes de colegios públicos que hayan leído ¡más! libros.
Ojo: no premia a todos los estudiantes por leer libros que les hayan fascinado o que hayan incidido en lo que estaban aprendiendo, pensando, viviendo o escribiendo. Tampoco los premia por escribir sobre los libros ni por relacionarlos con sus problemas o sus preguntas, ni premia a quienes han leído un libro 30 veces por placer o por necesidad de desciframiento (pues los niños son, sobre todo, relectores), sino a los que participan en las ‘Maratones de lectura’, una “estrategia” diseñada –y perdonen que sea reiterativa– por el MEN: el ente rector de la educación en Colombia; el encargado de dar línea conceptual, pedagógica y metodológica a los maestros del país.
¡Maratones de lectura!... Roland Barthes, que hablaba de leer levantando la cabeza entre los intersticios para dialogar con el texto, se estará revolcando en su tumba. Y parece paradójico que Como una novela, el libro de Daniel Pennac que consagró los derechos imprescriptibles del lector (a releer, a picotear, a no terminar un libro, entre otros) haya sido publicado por primera vez en español en este país que hoy equipara lectura con maratón. Pero es que el mundo va en franco retroceso y la educación –para quien mire más allá de los puntajes– no es la excepción.
“¿Por qué correr las maratones?” (sic), dice uno de los subtítulos de la campaña en la página ‘Colombia Aprende’, del Ministerio de Educación, con ese error elemental de ortografía, y he aquí algunas respuestas: “para que los colegios del país mejoren el comportamiento lector” y “aumenten el índice de lectura (cantidad de libros leídos) de los estudiantes”. La mayor parte de la información se centra en la mecánica del concurso y en las cifras: “En las Primeras Maratones de Lectura 120.000 estudiantes leyeron 5,1 libros en un mes. Este año queremos más, por eso tenemos el reto de leer 20 libros en primaria y 6 en secundaria durante un mes de lecturas diarias”.
Nada se dice sobre libros o autores –como si leer cualquier cosa diera igual–, sobre formas de leer (párrafo por párrafo, saboreando las palabras, deteniéndose en los tonos, en los estilos, en los géneros) ni sobre la incidencia de las lecturas en la vida de los estudiantes y en la de sus maestros. Nada tampoco sobre las conversaciones de vida que suscitan los libros ni sobre el placer de quedarse largamente habitando el mismo libro. En cambio, detallan las etapas de la maratón –entrenamiento, calentamiento, estiramiento– y entregan una placa a los colegios participantes: “Aquí corremos las maratones de lectura”, dice el mensaje, y la ilustración que lo acompaña es la de unos niños saltando encima de unos libros. Como si leer –y, en realidad, ese es el mensaje entre líneas– fuera tan aburrido que hubiera que camuflarlo entre otros verbos más “dinámicos” (correr, volar, hacer manualidades) y pagarlo con viajes a Europa y aparatos electrónicos, y algunos libros, por si acaso. Como si leer no fuera la estrategia, el método y el premio.
Ese debería ser el desafío: formar maestros lectores para que puedan formar niños lectores a lo largo de la vida, y no solo en las maratones de lectura.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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